De Rancière a Mayorga:
Emancipar al espectador desde la zona gris

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La noción de zona gris nos fue entregada por Primo Levi en su libro Los hundidos y los salvados. Se refiere a esa zona que separa y, al mismo tiempo, vincula a víctimas y verdugos. Esa zona que Primo Levi descubre en ese ámbito extraordinariamente denso que es el campo de concentración puede reconocerse, por supuesto de formas más borrosas y difusas, en distintos ámbitos de nuestra cotidianidad. En lo que al teatro se refiere, la zona gris es la zona más rica. Los personajes que habitan en la zona gris, aquellos que siendo víctimas se convierten en algún momento en cómplices del verdugo, son figuras que yo he visitado con frecuencia en mi teatro. Como ciudadano, siento que, en la medida en que consentimos injusticias, que aceptamos formas de barbarie o de acoso al hombre por el hombre, estamos entrando en la zona gris. Ahí está la situación clamorosamente dolorosa de los refugiados. Tengo miedo de que el gris se vaya extendiendo por Europa. (Mayorga, 2016).

Pero la fórmula para establecer el pensamiento crítico en el espectador no es tan fácil de llevar a cabo, pues el espectador no es espectador sólo cuando se sienta en una butaca del teatro; el capitalismo tardío ha convertido a la sociedad en espectadores sin descanso. Por lo tanto, el dramaturgo/director encuentra en el espectador una serie de barreras muy difícil de abolir: “terrorismo y consumo, protesta y espectáculo son remitidos a un mismo y único proceso gobernado por la ley mercantil de la equivalencia” (Rancière, 2010: 34). En un mundo donde todos vivimos bajo el hechizo de la mercancía, veremos qué pueden hacer los profesionales del teatro para devolver a la palabra emancipación su significado originario: la salida de un estado de minoridad (Rancière, 2010: 45). Nosotros defendemos que es posible abrir una ventana hacia la redención de las víctimas por medio del teatro histórico, del teatro de la memoria.

2.1. Mirar al pasado para emancipar el futuro

Si hay un arte en el que se pueda establecer una verdadera identificación afectiva, este es el teatro. El teatro como arte de la memoria. Es necesario hacer teatro basado en la historia para que los ciudadanos conozcan lo que pasó. Es necesario hacer memoria desde la derrota porque es la única forma de hacer justicia a todas las víctimas de la historia. El pensamiento de Benjamin, y en especial sus Tesis sobre el concepto de Historia, suponen una revolución a la hora de entender la historia, la vida de las víctimas y la nuestra, si fuera posible hacer una separación entre ambas. Si existe un despertar de la ilusión fetichista, como soñaba Benjamin, filósofo de referencia para Juan Mayorga, este debe de ser precedido por la memoria.

En el complejo pensamiento de Benjamin, arte, historia, cultura, política, literatura y teología constituyen un todo. Michael Löwy (Löwy, 2002), en su análisis de las Tesis sobre el concepto de Historia, concluye que el pensamiento de Walter Benjamin constituye una nueva comprensión de la historia humana. La filosofía de nuestro autor tiene tres fuentes muy diferenciadas: el romanticismo alemán, el mesianismo judío y el marxismo, aunque su postura es muy crítica respecto a la izquierda europea de entreguerras, ya que no está de acuerdo con la ideología del progreso.

Benjamin acusa al historicismo de identificación con los vencedores; la historia siempre está contada desde el punto de vista de los vencedores, de los conocidos, y esto ocurre por la acedia. La acedia puede ser traducida como ‘pereza del corazón’ o ‘melancolía’, y es el sentimiento melancólico de la omnipotencia de la fatalidad. Esta acedia ocurre por la einfühlung o ‘empatía’, que él traduce como identificación afectiva. La empatía es un cuchillo con doble filo, ya que el conocimiento presupone una empatía entre pasado y presente, pero esta empatía se puede canalizar hacia las víctimas o hacia los vencedores de la historia. El problema es que el historicismo se ha ocupado de contar la historia desde el punto de vista de los privilegiados. Será necesario, pues, hacer una nueva historia donde las víctimas sean las verdaderas protagonistas. Por eso, en este artículo defenderemos que se puede abrir una ventana hacia la redención de las víctimas por medio del teatro histórico. Juan Mayorga piensa que a través del teatro historicista se ofrece al espectador la posibilidad de ser testigo presencial del hecho que solo conocemos contado desde el punto de vista de los vencedores.

La actualización del teatro consiste en traer al escenario aquello del pasado en que el presente se reconoce, centrifugando lo demás. Este procedimiento –afín al dominante en la industria de la moda cuando mira hacia atrás– es lo que Benjamin llama “salto del tigre al pasado”. Es una forma de colonización del pasado por el presente. (Mayorga, 2019: 76).

Benjamin quiere que el historiador cepille la historia a contrapelo, es decir, que no transmita la violencia que hay implícita en la cultura. En la Tesis VII, Benjamin afirma: “No hay un solo documento de cultura que no lo sea a la vez de barbarie”. En esa frase anida la historia de la humanidad, la historia del patrimonio humano, “una parte expropiada y otra creada por ellos mismos, pero sobre las espaldas de esclavos anónimos” (Mate, 2006: 133). Esto no implica una renuncia a la cultura, implica que la empatía provocada por la acedia no provoque el conformismo hacia la historia, ya que, al contar la historia desde el punto de vista del vencedor, hay una continuidad entre el vencedor de ayer y los lectores de hoy. Benjamin no entiende el pasado como algo fijo, sino como un continuo movimiento, porque en él está el germen emancipador de lo que puede ser; quien cuenta la historia, crea la historia.

Emilio Peral Vega, en su edición de Hamelin y La tortuga de Darwin, obras de Mayorga, defiende que el teatro del dramaturgo puede, por decirlo en palabras de Benjamin, cepillar la historia a contrapelo, ya que sitúa al público ante unos personajes que tienen una historia distinta que contar, pues sus vivencias no simpatizan con la Historia como universal:

Para el filósofo y dramaturgo, la “memoria de la humanidad” debe construirse a partir de una historia no transitada, situada en las quiebras del tiempo, en sus momentos liminares, y encarnada por los olvidados, los perdedores, aquellos, en definitiva, que pueden ofrecer una vivencia distinta a la que se nos ha transmitido. […] Y desde esta perspectiva, el teatro, cumple, en su inmanencia, una función reparadora, capaz de introducirse en los vericuetos de “nuestra memoria histórica” y ofrecer, para los ojos del presente, una imagen viva, encarnada en otros intérpretes, de sus posibilidades. (Peral Vega, en: Mayorga, 2015: 33-34).

En la Tesis III, Benjamin hablará de la humanidad restituida, salvada, restablecida, términos que nos recuerdan a la aposcatástasis y el tikkun. La aposcatástasis tiene una doble dirección: la restitutio del pasado es un novum para el presente y futuro. Para Scholem, la tradición mesiánica judía “está animada a la vez por el deseo de restablecimiento del estado originario de las cosas y por una visión utópica del porvenir, en una especie de iluminación mutua” (Scholem, 1974: 25-27). Benjamin cree que es importante enriquecer la cultura revolucionaria con todos los aspectos del pasado portadores de la esperanza utópica.

En la Tesis IV, expone que no hay salvación sin transformaciones revolucionarias en la vida material. La lucha que Benjamin quería librar era material porque era materialista, pero intentaba buscar la motivación en lo espiritual. Por una parte, Benjamin, como marxista, podía compartir la opinión de Karl Marx en su materialismo histórico: “La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, así como el espíritu de una situación carente de espíritu; es el opio del pueblo” (Marx, 1973: 93), pero a la vez sabía que la filosofía tenía que ser apoyada por ese hermano feo de la partida de ajedrez que es la religión.

Frente a la idea de progreso y el positivismo de los partidos marxistas, Benjamin defiende el pesimismo creando un poderoso concepto que probablemente habría cambiado el devenir de la historia de no haberse pasado por alto: organizar el pesimismo. Pero, ¿a qué se refiere Benjamin cuando defiende la desconfianza por encima de la esperanza del progreso? Benjamin descubre el pesimismo como punto de unión entre comunismo y surrealismo (Benjamin, 1980: 312). “Hay que organizar el pesimismo: la organización del pesimismo es la única consigna que nos impide perecer” (Naville, 1976: 114):

Pesimismo en toda la línea. Sí, sin duda, y completamente. Desconfianza con respecto al destino de la literatura, desconfianza con respecto al destino de la libertad, desconfianza con respecto al destino del hombre europeo; pero, sobre todo, tres veces desconfianza frente a cualquier arreglo: entre las clases, entre los pueblos, entre los individuos. Y sólo confianza ilimitada en la I. G. Farben y el perfeccionamiento pacífico de la Luftwaffe (Benjamin, 1980: 312).

El pesimismo de Benjamin no debe ser entendido como la imposibilidad de un cambio; todo lo contrario: Benjamin cree que la elección proletaria es una apuesta por la lucha emancipatoria. Si bien es cierto que puede resultar desconcertante el análisis que hace Benjamin desde una posición izquierdista teológica de la historia, debemos aclarar que entiende la palabra teología como ‘rememoración’ y ‘redención mesiánica’. Benjamin cree que la fuerza que puede destilarse de la reflexión sobre imágenes teológicas como la del Ser Divino debe ser puesta al servicio del pensamiento de los oprimidos.

La única forma de construir una “memoria de la humanidad” es hacerla soportar sobre los pilares de las víctimas, de los marginados. La “verdad de la historia” debe buscarse “nei punti di frattura e di abbandono”. (Ambrosi, 2011: 8; citado en: Mayorga, 2015: 33).

En la Tesis II, Benjamin introduce uno de los conceptos con más fuerza de sus escritos: Erlösung (‘Redención’). Entender esta palabra como la unión entre teología y política nos será clave para entender el pensamiento de Benjamin. La palabra redención puede ser entendida desde la vertiente teológica, asociada con salvación, y desde la vertiente política, asociada con emancipación. Para Benjamin, la felicidad (Glück) no es posible sin la reparación del dolor de las víctimas del pasado. No es posible el progreso si las almas que han sufrido no tienen derecho a la felicidad. Por eso Benjamin quiere el progreso para las generaciones pasadas, porque solo de esa forma, con la paz de las víctimas, podremos ser felices en el presente. (Si bien es cierto que Benjamin pudo intuir cómo el viento de la catástrofe se iba expandiendo por Europa y Alemania, como todos sabemos, no llegó a adivinar la atrocidad que se iba a cometer en los años posteriores a su muerte. Resulta poético que el filósofo del mesianismo estuviera cumpliendo la misión de Profeta sin saberlo).

Pero volviendo al concepto de reparación, o tikkun en hebreo, que puede ser entendido desde el punto de vista teológico y profano, como todas las tesis de Benjamin, en este trabajo haré referencia a reparación como emancipación de los oprimidos. La redención, tanto revolucionaria como mesiánica, no depende de un Mesías. No hay un Mesías. Nosotros somos el Mesías, nosotros somos los únicos capaces de reparar el dolor de las víctimas y dar testimonio de las atrocidades cometidas en nuestro tiempo para que nunca más se repitan. “¡El Mesías rompe la historia; el Mesías no aparece al final de un desarrollo!” (Löwy, 2002: 152). Nosotros, la generación a la que no le sirven las fábulas ni las historias de nuestros abuelos, la generación que cree que hablar del pasado es perder el tiempo, tenemos un poder que es posible ejercer por complicado que nos resulte. El único Mesías posible es el colectivo. “Dios está ausente y la misión mesiánica corresponde en su totalidad a las generaciones humanas” (Löwy, 2002: 152). El instante mesiánico es “ese instante en suspenso o ese suspenso del tiempo en el cual se esboza la posibilidad ardiente, incandescente y bienaventurada de que por fin se haga justicia” (Proust, 1994: 178).