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NúM 6
1. MONOGRÁFICO
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1.6 · Teatro “relacional”
O cuando el teatro agudiza la elocuencia del espectador


Por Isabelle Reck
 

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3. Del “accionismo ciudadano” al accionismo teatral. Un teatro de “espect’actores ciudadanos”

Si nos desplazamos de los escraches como los del colectivo Flo6x8 en el parlamento andaluz, al teatro, son numerosos los experimentos teatrales sobre esta cuestión de la democracia actual y las reivindicaciones del modelo de la democracia participativa. Su característica principal es que su materia es el público. Son experimentos con el mismo público y el dispositivo teatral, como ocurrió en el escrache del parlamento andaluz donde los integrantes de Flo6X8 desplazaron a los diputados del lugar donde se tiene la palabra –el escenario– al lugar desde donde se mira y escucha –la sala. Se presentan como dispositivos escénicos, como apuntó Óscar Cornago acerca del trabajo de Roger Bernat, “que se activan con la participación del público”, y “se construyen en referencia a otras realidades artísticas o sociales” (Cornago, 2015: 267). Es el caso de Pendiente de voto (2012), teatro de “espect’actores ciudadanos” como lo calificaron en Le Monde (16-02-2014), en el que los espectadores están colocados en papel de parlamentarios invitados a votar. El espectáculo va armándose y evolucionando en función de las respuestas de los espectadores. La obra se presenta como un dispositivo interactivo y lúdico, nada nuevo, ya que lo practicó, entre otros, R. Hossein en 1989 en Danton y Robespierre yen 1993 en Je m’appelais Marie-Antoinette (Le Monde, íbid. ). Pero aquí la interactividad se aplica a la actualidad, a temas candentes y polémicos de los debates públicos, por ejemplo las leyes sobre inmigración y seguridad, y se recrea una micro-sociedad de ciudadanos para experimentar los mecanismos de la democracia participativa en el cajón teatral convertido en ‘laboratorio’ de comportamientos. La micro-sociedad que se constituye en este espacio teatral va organizándose, con sus dos presidentes y su servicio de orden. A los que llegan tarde, se les considera como extranjeros y se les priva del derecho de voto, sin más. Primera etapa en el diseño de una democracia disfuncional –y distópica–, excluyente y generadora de ciudadanos de segunda categoría o de no ciudadanos. Progresivamente va habiendo cada vez más ocasiones y encontrándose más razones para privar del derecho de voto a los unos y a los otros. Se priva de este derecho de voto a uno, a otro, de pronto a dos o a tres a la vez, o incluso a todo un grupo político ya claramente identificado como tal. Se va pasando así paulatinamente de una situación de democracia participativa a un sistema autoritario. Se trata de un espléndido experimento con la máquina democrática: llevando sus mecanismos y sus reglas hasta sus últimos límites, se cae en la irracionalidad más escalofriante. Nos ofrece Bernat una revisión crítica de la “utopía realizada” que viene a ser la democracia en un sistema capitalista –aquí el modelo actual de la democracia española–, a través de la construcción, en interactividad, de una distopía que combina, según las categorizaciones de Jameson17, la distopía crítica y la anti-utopía a la manera de Orwell o Huxley, que pone en escena el carácter totalitario que puede contener en germen todo proyecto utópico (Hamidi-Kim, 2010: 3).

Los asistentes vienen al espectáculo en posición de espectadores, se dejan atrapar por el carácter lúdico del dispositivo, juegan, y acaban siendo colocados en posición de ciudadanos, dándose de bruces contra ‘la realidad’ de los juegos políticos de control y manipulación de la democracia en beneficio de intereses de clase. Nos situamos, como vemos, en un teatro plenamente político.

La gente (2012) de Pérez & Disla18, que se estrenó en Valencia en una sala alternativa –antiguamente un horno–, nos parece ilustrar perfectamente la manera en que se reelaboran dispositivos ya inscritos en la tradición larga del teatro postdramático, para orquestar una reflexión sobre la cuestión de la democracia19. Más que de dispositivo, debiéramos hablar aquí, citando a Óscar Cornago, de anti-dispositivo, y, refiriéndonos a Jameson, de anti-utopía, ya que este tipo de dispositivo artístico funciona “como un anti-dispositivo al poner en duda la eficacia de las propias reglas sobre las que se construye” (Cornago,  2016: 57)20, y lo que precisamente pretende La gente es desmontar los mecanismos de dilución de responsabilidades y los dispositivos de creación de “comunidades de usuarios/consumidores”:

El dispositivo promueve un sentimiento de pertenencia a un grupo de usuarios/ consumidores al que en cierto modo preferiríamos no pertenecer, individuos configurados como sujetos ad hoc de un colectivo hecho a su medida, o como reza el lema de una conocida multinacional de muebles “Diseñamos para per­sonas como tú”, lo que podría parafrasearse como “Diseñamos para personas diseñadas como tú ” o peor aún “Te diseñamos a ti ”. (Cornago, 2016: 58).

Se representó La gente –de título significativo de cara a lo ya mencionado en la cita de Óscar Cornago–, en varias salas alternativas, como la sala Mirador o Cuarta Pared de Madrid, y en el espacio público callejero transformado pues en ágora, como en el festival de calle de Leganés en 2014. La obra aborda la cuestión de la democracia directa dentro del contexto del asambleísmo tal como lo practicaron los Indignados y Podemos. Lo interesante del dispositivo es que es el juego con los códigos del llamado teatro participativo el que va desmontando las trampas de la democracia participativa e invitando a una reflexión sobre ese tipo de dispositivo político. O sea, que el dispositivo mismo de la obra actúa como metáfora y como espacio experimental del dispositivo político, la democracia directa. El mensaje no está en lo que se dice, aunque sí, también, porque se debate, por ejemplo, de la economía real y de la economía especulativa a través de testimonios procedentes de la vida cotidiana de un barrio, el mismo barrio en que está implantado el teatro, Lavapiés. El mensaje está sobre todo en el falso dispositivo de ‘teatro participativo’, o sea en el modo en que los espectadores son inducidos a error, superponiéndose así, en una metáfora continuada, el teatro participativo y la democracia participativa. En efecto, varios indicios hacen creer a los espectadores, que ya están muy acostumbrados a este tipo de dispositivos teatrales –y se juega precisamente con este conocimiento– que van a asistir a un espectáculo participativo, interactivo. Todo está dispuesto desde un principio para que así lo crean y se preparen para ello. Los actores están sentados entre los espectadores sin ser identificados de antemano por estos, forman juntos un círculo alrededor del ‘líder’ –una lideresa– que anima la asamblea reunida ahí. No se llega en ningún momento a entender exactamente qué tema o cuestión se está tratando. Solo se comprende que hay que votar y que el resultado de dicho voto se comunicará a una instancia superior, quedando dibujado un dispositivo político que evoca el asambleísmo, con sus distintas comisiones y su estructura piramidal. Todo consiste en votar propuestas tan imprecisas que no se sabe qué se está votando. Se instala la mayor opacidad en una ‘asamblea’ que pretende actuar con la mayor transparencia. El líder que anima la asamblea –a veces ayudado en ello por algún seguidor–, ante las solicitaciones de aclaraciones por una de las voces de disenso que se eleva, opone la necesidad de llegar a un voto, la urgencia de enviar el resultado del voto a la Comisión central, cortando paso a todo esclarecimiento y verdadero debate sobre las cuestiones de fondo. Lo que se pone en escena en el anti-dispositivo dramatúrgico de La gente es el dispositivo de la asamblea, representada ante un público colocado de tal manera que queda incluido en ella. Citaremos de nuevo a Óscar Cornago: “Ningún usuario tiene acceso a ese núcleo que moviliza el dispositivo, pero esto no es un problema; el par­ticipante no echa de menos el no tener acceso a una caja negra cuyo único sentido es que funcione; como en toda práctica lo importante es el resultado” (2016: 58). 

Los actores, aún no identificados claramente como tales, levantan la mano, votan; algunos espectadores aún despistados, perfectamente atentos a ser buenos espectadores de teatro participativo, levantan la mano ¿por mimetismo?, ¿por aplicación?, ¿por mostrar que conocen las reglas del teatro participativo? Todo un laboratorio de comportamientos en situación de ‘participación’. Como vemos, se induce a los espectadores a error al presentarse el espectáculo como un círculo de debate dentro de un dispositivo teatral participativo, para mejor dejar claras las formas de privación de la palabra en un contexto aparentemente ‘participativo’, en este caso democracia directa/teatro participativo. Al no tratarse de teatro participativo, las solicitaciones para el voto y la participación no son más que eso, un dispositivo engañoso, de trampantojo, en que ni cuenta la mano levantada del espectador ni se le da en ningún momento la palabra, ni hay ningún juego interactivo previsto. El dispositivo se apoya en una de las estrategias de la comunicación perversa: el mensaje paradójico, que impulsa a exigir del otro a la vez algo y su contrario, paralizando toda acción e introduciendo la confusión y una incomodidad generadora incluso de un sentimiento de culpabilidad. Los espectadores están en el mismo círculo que los actores, pero no ha caído la cuarta pared: cada cual en su sitio. A un lado la acción, y del otro lado de la barrera, el silencio impuesto a los que solo pueden mirar-en-silencio, como en el dispositivo parlamentario –en la acción del colectivo Flo6x8 en el parlamento andaluz– con la barrera que separa a los ciudadanos, privados de la palabra, de los diputados que están decidiendo por ellos. No solamente no se les da la palabra a los espectadores-participantes de La gente, sino que va imponiéndose el autoritarismo de una lideresa que se sirve de las técnicas manipulatorias comerciales más eficaces, que acaba consiguiendo el consenso y acallando la única voz de disenso que se eleva. El líder acaba incluso, colmo de la mala fe, culpabilizando a los espectadores-participantes, reprochándoles el no haber votado ni haberse manifestado, cuando todo ha estado activado para que no pudiera darse tal participación. Se juega de este modo con la pasividad misma de los espectadores, sin embargo impuesta, a pesar de la buena voluntad de aquellos que se creían en un teatro participativo e intentaron participar. Pero se juega asimismo con la participación en la votación de los espectadores que, creyendo estar en un teatro participativo, levantan la mano. Esa pasividad y ese votar sin saber lo que se vota son transformados de este modo en síntomas de una ciudadanía poco implicada y mal enterada, y por lo tanto manipulable. David Ladra, quien asistió a la función que se dio en la Sala Mirador, describe lo que sintió como espectador:

Mi sensación de irse diluyendo poco a poco mi conciencia para confundirse con la de mis compañeros del corro y las ganas que tuve –finalmente frustradas– de intervenir en el debate. […]



17 La distopía es una tendencia fuerte en el teatro europeo actual. Según la categorización de Jameson (2007), tenemos las “distopías críticas”, “las anti-utopías” y las “distopía apocalípticas”. Habría que añadir, como lo sugiere Bérenice Hamidi-Kim (2010), las “post-apocalípticas”, la de un Bond por ejemplo.

18 Hemos trabajado a partir de la representación filmada en 2013 por la compañía para presentar el espectáculo a los Premios Max 2014. Está disponible en línea en https://vimeo.com/119566879. Duración: 1h08’11’’.

19 He tenido la ocasión de escribir detenidamente sobre La gente en otro artículo (Reck, 2015).

20 Óscar Cornago: “[…] esta es la posibilidad del medio artístico en tanto que dispositivo de producción de una situación: dejar suspendido el sentido de ese escenario abriéndolo a la posibilidad de experimentar otras for­mas de estar que nacen de la inmediatez del encuentro en un lugar y unas cir­cunstancias singulares. No dar por sentada la finalidad de un encuentro saca a la luz sus códigos externos, replanteando su sentido tanto por dentro como por fuera de esa situación, en relación al contexto que lo alberga. La defensa de esta inmanencia adquiere un sentido político en una cultura dominada por una economía de la rentabilidad medida en términos objetivos. En este sentido, el dispositivo artístico funcionaría como un anti-dispositivo al poner en duda la eficacia de las propias reglas sobre las que se construye. La impropiedad es la potencia que le otorga una función en relación a una comunidad que exige su derecho a la singularidad sin dejar de ser plural, la singularidad a través de un ejercicio permanente de reinvención de las formas de estar y relacionarnos. La cualidad artística del dispositivo es la que lo abre a lo inesperado, dando lugar a modos nuevos” (2016: 57).

 

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