En el artículo que sigue me planteo unas sencillas reflexiones sobre la presencia de la obra de Buero Vallejo en los escenarios españoles durante el siglo XXI. Tras pasar revista a los antecedentes inmediatos, es decir a los montajes más significativos de los años finales del siglo XX, analizo con algún detalle los tres espectáculos profesionales sobre textos buerianos elaborados por compañías españolas en el presente siglo: Historia de una escalera, por el Centro Dramático Nacional y con dirección de Juan Carlos Pérez de la Fuente; En la ardiente oscuridad, con dirección de Mariano de Paco Serrano, y El sueño de la razón, por Ferroviaria, con dirección de Paco Macià. He tomado como punto de partida para estos análisis mis notas de la asistencia al espectáculo y las copias videográficas, que, sobre el primero de ellos, me ha facilitado el Centro de Documentación Teatral, y, sobre el tercero, me ha proporcionado la compañía. Agradezco a Eloísa Azorín y a Paco Macià su gentileza. Carecemos de filmaciones de En la ardiente oscuridad. No pude presenciarlo en su momento, puesto que se dieron únicamente dos funciones del espectáculo en la ciudad de Guadalajara. Me he servido de los materiales que amablemente me ha facilitado el director del espectáculo, Mariano de Paco Serrano, a quien agradezco su generosidad. En su momento, la revista Estreno (Estreno, 2007: 9, 13, 15) publicó algunas fotografías del espectáculo, cedidas por Carlos Buero. Y se incluían también fotografías del espectáculo en las “Notas de dirección” que el propio De Paco publicó en la revista ADE (De Paco Serrano, 2007: 205-209). Complementariamente, y para todos ellos, he utilizado críticas, informaciones, fotografías, programa de mano, etc., además de algunos materiales bibliográficos en torno a los espectáculos.

Con motivo del fallecimiento de Antonio Buero Vallejo, la revista de la Asociación de Autores de Teatro, Las Puertas del Drama, publicaba en la primavera del año 2000 un número monográfico en homenaje a quien había sido presidente de honor de la asociación que editaba la revista. En él se incluía un artículo de Alberto Fernández Torres, titulado “Solo hubo un Buero”, en el que se reflexionaba sobre las reposiciones de las obras escritas por el maestro. Contraponía Fernández Torres la regularidad inusitada con la que se habían ido produciendo los estrenos en la carrera profesional del dramaturgo frente a la escasez de las recuperaciones de sus textos para nuevos espectáculos llevados a cabo por compañías de prestigio. No han sido infrecuentes, sin embargo, los casos en los que compañías vocacionales o semiprofesionales han elegido obras de Buero Vallejo para sus repertorios: Aulas de Teatro, Escuelas de Arte Dramático, grupos universitarios y juveniles, compañías de aficionados o grupos incipientes han visitado su dramaturgia. En su sucinto, pero preciso, recorrido por las escenificaciones de la obra bueriana, Alberto Fernández Torres advertía una segunda circunstancia: su teatro había sido montado por un número escaso de directores, que se habían ido sucediendo temporalmente como si se tratase de “oleadas” (el término y el entrecomillado los empleaba Fernández Torres), de etapas dominadas por Cayetano Luca de Tena, Claudio de la Torre, José Tamayo, José Osuna o Gustavo Pérez Puig. Con prudencia y respeto, pero con pertinencia y agudeza, el autor del artículo ponía de relieve que quienes se habían ocupado de subir a Buero a los escenarios españoles pertenecían:

a lo que podríamos denominar el mainstream de la dirección teatral: profesionales muy asentados en la cartelera madrileña y que han abordado con versatilidad, a lo largo de su carrera, títulos de autores de muy diversa confesión estética; pero en cuya labor se advierte una determinada concepción del respeto al texto y de la dirección de actores, una cierta impronta realista, una contención del juego escénico... (Fernández Torres, 2000, 27).

 Y señalaba que los directores propensos a una “mayor audacia o innovación de sus propuestas escénicas o del trabajo dramatúrgico que realizan sobre los textos a los que se enfrentan” no se habían ocupado de la obra de Buero, con las excepciones de Narros, Tordera y Pérez de la Fuente (27).

Miguel Narros dirigió El concierto de San Ovidio. El espectáculo se estrenó en el Teatro Español de Madrid el 25 de abril de 1986. Era la primera recuperación importante en España de un texto de Buero, lo que suponía, ya de por sí, una declaración de intenciones, a la que se sumaba, claro es, la firma de uno de los maestros de la dirección escénica en España. La propuesta era estéticamente ambiciosa, cuidaba con esmero los aspectos plásticos –como era habitual en los trabajos de Narros, que contaba con la estrecha colaboración de Andrea D’Odorico, quien firmaba la escenografía– y ofreció una interpretación plena de vigor, pero también de registros y matices, a cargo de un elenco muy solvente, en el que figuraban Juan Gea, Ana Marzoa, Carlos Hipólito, Manuel Tejada, Enrique Menéndez, Charo Soriano, Pedro del Río, Félix Navarro, Amparo Pascual, Pedro Miguel Martínez, Miguel Ángel Altet, Paco Vidal, Ana Latorre, Perpe Caja, Fabio León, Sonia Grande, Carlos Marcet, José Segura, Yolanda Porras, Diana Ruiz, Miguel Foronda, Carlos Alberto Abad, Carlos de Gabriel, Víctor Rubio, José Luis Martínez, Juanjo Pérez Yuste, Lucía Ortega, Clara Heyman y Fernando Sotuela. [Fig. 1].

El espectáculo supuso la incorporación de Buero al gran repertorio y también el reconocimiento del valor de una obra que podía verse montada con los recursos adecuados a la calidad y al interés de la propuesta. Los espectadores de estos años en los que se consolidaba el teatro público en la normalidad democrática tenían ocasión de ver y de ponderar la imagen metafórica que el dramaturgo había ofrecido del universo cerrado y asfixiante que había constituido la dictadura. El espléndido dibujo de Rafael Canogar, que figuraba en la portada del programa de mano, sugería precisamente esa relación entre la ceguera y la violencia ejercida por el poder. El texto de Buero, retomado desde una cierta distancia cronológica respecto a la fecha de su escritura y de su estreno, parecía adquirir en aquel espectáculo una fuerza y una belleza dramática singulares, indisociables de la realidad histórica en la que y para la que había sido escrita, pero, al mismo tiempo, autónomas, no supeditadas a un contexto específico. La mirada de Valentin Haüy desde un tiempo diferente, que permitía recapacitar sobre aquel pasado recuperado, bien podía constituir una metáfora de nuestra mirada presente sobre un tiempo ya pasado, pero cuya huella perduraba y hacía necesaria la memoria y el balance. Parecía evidente el propósito de mostrar cómo el dramaturgo formaba parte del patrimonio cultural de la empresa común que se iba afianzando en aquellos años, de hacer visible que Buero Vallejo constituía una referencia intelectual y moral para la sociedad española precisamente en este tiempo. [Fig. 2].

Con motivo del estreno, el Centro de Documentación Teatral publicó Regreso a Buero, el número 13 de los Cuadernos El Público, que se dedicaban monográficamente a un evento escénico [Fig. 3].

A comienzos de la década de los noventa, Ricard Salvat acometió la escenificación de En la ardiente oscuridad en el Aula de Teatro de la Universidad de Murcia. El 22 de abril de 1995 escenifica este mismo texto en el Paraninfo de la Universidad de Barcelona, con un grupo denominado Asociació d’Investigació i Experimentació Teatral (AIET). No tuve ocasión de ver ninguno de los dos espectáculos y no tengo noticias de que existan filmaciones de ellos.

Antoni Tordera escenificó en 1993 El sueño de la razón. La producción corrió a cargo del Centre Dramàtic de la Generalitat Valenciana. De nuevo un teatro público, aunque esta vez no ubicado en Madrid, elegía un texto de Buero Vallejo para su programación y presentaba un espectáculo cuidado, de excelente factura formal e interpretado por un elenco muy estimable. Manuel de Blas interpretó a Goya y Marina Saura a Leocadia. El reparto lo completaban: Enric Benavent, Manel Cubedo, Lluís Fornés, Juanjo Prats, Carmen Belloch, Julio Salvi y José Galotto. Pedro P. Hernández firmaba la escenografía y Miguel Carbonell, el vestuario. Eric Teunis fue el responsable de la iluminación y Pep Llopis de la música.

El espectáculo se estrenó el 11 de marzo de 1993 en el Teatro Romea de Barcelona y el 28 de abril del mismo año en el Teatro Principal de Valencia. El espectáculo se exhibió en la I Muestra de Teatro Español de Autores Contemporáneos de Alicante, que dirige Guillermo Heras, y constituyó el motivo del homenaje a su autor, Antonio Buero Vallejo [Fig. 4].

En septiembre de 1994 se exhibió en el Teatro María Guerrero de Madrid, sede del Centro Dramático Nacional. En ese mismo año, el espectáculo viajó al mítico Dramaten de Estocolmo. En su crítica, Jerónimo López Mozo se preguntaba por la vigencia de un drama estrenado hacía más de veinte años y se respondía:

Concluida la representación de este nuevo montaje, la duda queda despejada: el drama de Buero trasciende la anécdota. El espectador joven, que poco sabe de aquel todavía periodo cercano negro de nuestra historia, porque ni lo había vivido ni nadie tiene interés en explicárselo, se encuentra ante un discurso válido para cualquier tiempo. Y es que de lo que a la postre se habla en esta pieza, es, como acertadamente dice Antoni Tordera, el director del espectáculo, del poder, del amor y de la dignidad del hombre. (López Mozo, 1994, 2).