6. HOMENAJE
6.1 · FRANCISCO ÁLVARO: LA MIRADA TOTAL
Por Fernando Herrero.
II
La técnica de Francisco Álvaro consiste en construir un edificio dialéctico desde su punto de partida, llevando a su terreno a los críticos desde la trascripción exacta de lo que ellos han escrito.
Escojo unos cuantos espectáculos como ejemplo de esa bicefalia artística tan original y enriquecedora.
Ejemplos:
AÑO 1958
Un soñador para un pueblo
“EL ESPECTADOR.— Un estreno de Buero Vallejo es siempre importante. He aquí un autor cuyo prestigio aumenta con cada producción que sale de su pluma, a quien rodea una aureola de respeto y admiración poco común en los medios teatrales. Trabaja con pausa y con método, impelido por una fuerte vocación y con entrega absoluta a su alta misión de dramaturgo. Por eso…”.
Enrique IV
“EL ESPECTADOR.— Pirandello sigue estando en la cima del teatro moderno. Enrique IVes una de sus grandes creaciones con los Seis personajes en busca de autor, esta última quizá más teatral y, por lo mismo, más asequible al gran público. Aunque en España, naturalmente, Enrique IV fue estrenada con anterioridad, ahora, a la nueva versión realizada por Tomás Borrás, se le ha presentado con carácter de estreno. Y es lógico que sobre esta obra, cantera inagotable para la digresión y el comentario, vuelva a opinar la crítica de hoy, máxime citando la interpretación de la principal figura del drama, a cargo de Carlos Lemos, ha sido de excepcional calidad”.
Final de partida
“EL ESPECTADOR.— El espectador, como siempre, se limita a resumir y “dar forma”, con la mayor fidelidad y dentro de las necesidades del diálogo, a las opiniones o juicios de la crítica sobre la obra estrenada, lo que quiere decir que no se identifica con ninguna opinión en particular, aunque ante el estreno de ciertas “cosas”, le cueste algún sacrificio. En el presente caso, el espectador no puede contagiarse por ningún optimismo –que esto sí es licito–, primero, porque “no hay por qué” y, después, porque de Beckett únicamente conoce Esperando a Godot, obra arbitraria, confusa y aburrida. De Final de Partida, nuestras referencias –todas de personas inteligentes– son francamente negativas; pero también otras personas inteligentes opinan lo contrario. Y ahora, ustedes deducirán. ¿Vale la pena entretenernos en divagar?
A.B.C.— Si ya sabemos, todo eso del simbolismo, de la “trascendencia”… ¿Pero qué son Hamm, el hombre que sangra rabia y agonía en su sillón; los mutilados en los cubos de la basura, el criado que no puede sentarse? ¡No son nada!, o mejor, son menos de nada íncubos, súcubos, larvas, proyectos, esbozos y diseños de criaturas que no han salido del estado embrionario en la conciencia o subconsciencia de su creador. Lo satánico, lo demoníaco se mezclan con media docena de de frases escatológicas. ¿Y todo para qué? Para concluir que todo es una basura, que la existencia carece de sentido, sin que el espectador tenga en ningún momento dato real ni referencia concreta. Que no sepa lo que pasa en escena, ni cuál es el lugar de la acción. Que carezca de la noción del tiempo.
EL ESPECTADOR.— ¡Pues arreglados estamos!”.
El autor va preguntando (en ocasiones desde una postura preconcebida) y extractando las respuestas. En algunos casos, estamos en 1958, el rechazo a Beckett, por ejemplo es en parte comprensible. Detalle positivo es el aprecio de Álvaro, mantenido siempre, por el teatro de Buero. En todo caso, el reflejo de esa época en autores, crítica y público es magnífico, incluidos los rechazos y la disparidad de opiniones. En general las estéticas de ruptura no eran acogidas con simpatía ni por Francisco ni por los críticos. Harían falta bastantes años para una evolución no unánime, a favor de otro teatro diferente. Hoy en día la programación, incluso en los Teatros Institucionales, es bastante conservadora y si Agosto llega al Centro Dramático Nacional es por su carácter de melodrama a lo Williams, sumamente asequible para el público.
Si observamos globalmente la temporada, comprobamos que el teatro comercial mandaba: obras de Alfonso Paso, Carlos Llopis, Ruiz Iriarte, Fernández Sevilla, Santiago Moncada, López Rubio, Calvo Sotelo, bastantes traducciones de vodeviles de regular valía y obras inglesas de Rattigan o Priestley. Tennessee Williams era ya un clásico, incluso en obras difíciles, y Arthur Miller continuaba estrenando, ese año Panorama desde el puente. Algo se empezaba a mover más allá de la simple comercialidad.
Francisco Álvaro, “El espectador”, iniciaba la consulta (naturalmente en su casa, con las críticas recogidas) y construía el artículo, de mayor o menor extensión según los casos, poniendo en antecedentes al lector y preguntando por la calidad del texto, de la dirección de escena, de los actores, del ambiente, del éxito y los aplausos. Se trataba de una radiografía del espectáculo en la que el Espectador recogía las opiniones que creía más interesantes, incluso aunque fueran, en algunos casos, contrapuestas.
Solo en un caso, el de Final de partida, he recogido la opinión del crítico de ABC, Alfredo Marqueríe porque resulta significativa del momento teatral que se vivía. Lo curioso es que en el año 2010 un montaje de esta obra de Krystian Lupa interpretado magníficamente por José Luis Gómez, no ha sido más favorable.
AÑO 1974.
De los textos elegidos se desprende la intervención importante de Álvaro en el resultado final de la antología de las críticas utilizadas. Hemos escogido un Valle y un Pinter que tienen toda la consideración previa del Espectador, lo que no ocurre en muchos otros espectáculos. El autor toma partido por una concepción teatro clásica, pero rica y contrastada.
La Fundación
“EL ESPECTADOR.— Como siempre que de Antonio Buero Vallejo se trata, la expectación era grande, auténtica ante el estreno de La Fundación. Lleno absoluto en el Fígaro. Comentarios en los pasillos sobre la personalidad del autor, sobre sus obras anteriores más recientes: Llegada de los dioses, El sueño de la razón… La Fundación es un título que no facilita ninguna clave sobre el tema o problema. Buero no acostumbra hacer autocríticas; todo lo más, unas respuestas concisas y precisas, pero nunca definitorias. Su honestidad le impide ejercer cualquier posible “presión” sobre la crítica y el público. El autor espera siempre el veredicto con la serena reflexión a que somete todos sus actos y conducta.
Autores, directores de escena, actrices y actores, empresarios, hombres de teatro; académicos, personalidades de las letras, de las artes; periodistas y críticos: todos los titulares de diarios y revistas y otros medios de información.
EL ESPECTADOR.— Dice Asel, el personaje más caracterizado para imponer su autoridad de juicio entre sus compañeros de prisión: “Poco importan nuestros casos particulares. Ya te acordarás del tuyo, pero eso es lo de menos. Vivimos en un mundo civilizado al que le sigue pareciendo el más embriagador deporte la viejísima práctica de las matanzas. Te degüellan por combatir la injusticia establecida, por pertenecer a una raza detestada; acaban contigo por hambre si eres prisionero de guerra, o te fusilan por supuestos intentos de sublevación; te condenan tribunales secretos por el delito de resistir en tu propia nación invadida… te ahorcan porque no sonríes a quien ordena sonrisas, o porque tu Dios no es el suyo, o porque tu ateísmo no es el suyo… A lo largo del tiempo, ríos de sangre. Millones de hombres y mujeres… y niños”. Escalofriante denuncia de una mente lúcida y un espíritu equilibrado”.
Tirano Banderas
“EL ESPECTADOR.— Afortunadamente, buena parte de la obra dramática de Valle-Inclán la hemos comentado en estos libros: Divinas Palabras (volumen IV), La cabeza del dragón (vol. V), Águila de blasón (vol. VIII), La cabeza del Bautista (vol. X), La enamorada del rey (vol. X), La rosa de papel (vol. X), Cara de plata (Vol. XI), La Marquesa Rosalinda (vol. XIII), Romance de lobos (vol. XIII), Luces de Bohemia (vol. XIV). Nos gustaría ver pronto sobre nuestros escenarios: La reina castiza, Los cuernos de Don Friolera, La hija del Capitán, Las galas del difunto, El embrujado… Entretanto, nos llega, de la mano de Enrique Llovet, la adaptación o versión dramática de una de las novelas máximas del autor de las Sonatas: Tirano Banderas (“Una de las más grandes novelas –quizá la mejor– que se han escrito en España”, me susurra al oído un entusiasta de Valle (¿Quién no lo es hoy?). Conviene no olvidar, sin embargo, que en el ya remoto pasado, y en el más inmediato, e incluso en el presente, los novelistas españoles han brillado a gran altura, y si no, que lo diga Cervantes, Galdós, Pío Baroja, por citar solo tres cumbres de la novelística hispana. Claro que Don Ramón figura entre ellos, por lo menos a la misma altura; pero conviene no establecer comparaciones, que siempre son odiosas. Tirano Banderas es, efectivamente, por sus características, la gran novela de Valle-Inclán, y al haber sido escenificada con heroico empeño y riesgo evidente, de ella hay que hablar, en primer lugar”.
Viejos tiempos
“EL ESPECTADOR.— A pesar de que el teatro de Pinter está en las antípodas de la sensibilidad y comprensión del público español, en Madrid y provincias se han estrenado siempre con carácter minoritario, aunque accedieran a teatros comerciales, los siguientes títulos del autor inglés: El portero, comentada en el libro VI de esta colección con el título de El guardián; El amante y El montacargas (libro IX), La colección (libro X), El regreso (libro XIII) y Un ligero dolor (libro XVI). Luis Escobar, traductor y director de Viejos tiempos –Premio “El Espectador y la Crítica” a la mejor obra de autor extranjero estrenada en Madrid en 1974– ha corrido el riesgo de levantar sobre el escenario del Eslava, después de haberla representado en algunas capitales de provincia, esta obra difícil y problemática en su verificación y proyección escénica. Luis Escobar, pionero de las más ambicionas empresas teatrales en años “imposibles” y uno de nuestros más completos hombre de teatro –autor, director, empresario… y actor en sus años jóvenes–, al ofrecernos el estreno de Viejos tiempos, confirma una vez más su noble ejecutoria, y gracias a su sensibilidad, a su inquietud y a su inteligencia, al menos para una minoría del público español, Harold Pinter no es ya el gran desconocido.
Cuando Harold Pinter estrena su primera pieza dramática en 1957 –The room– se produce una cierta sorpresa no exenta de interés. ¿Cuál puede ser la significación de este teatro “frío, hermético” que se desarrolla entre interrogantes, alusiones y elusiones?, se pregunta uno de sus críticos. Las respuestas son varias y casi siempre imprecisas. Harold Pinter difícilmente puede ser clasificado, si quiera como autor rebelde. Su teatro puede ser un proyecto, nunca una actitud definida”.
En el año 1974 las cosas han evolucionado bastante y también la posición de “El espectador”, que participa mucho más en el diálogo y opina de forma individual sobre todas las cuestiones del espectáculo, no limitándose a dejar paso simplemente a la opinión de los críticos. Él mismo se convierte en otro crítico y sus preferencias aparecen de forma muy clara. La mayoría de los artículos han ganado en extensión y calado, ha surgido una nueva generación de autores españoles, han llegado Compañías extranjeras como “La Mama” y los críticos que se han ido incorporando tienen otras características, tanto ideológicas como estéticas. La sensación es que este año, la época media de Espectador y la crítica, no solo se ha ganado en extensión sino también en calidad.
El artículo dedicado a La Fundación ratifica el aprecio de Francisco Álvaro por el teatro de Buero y en su introducción convoca a la crítica a la unanimidad que se consigue. He escogido Tirano Banderas como homenaje a Valle-Inclán, que también realiza “El espectador”, y a Pinter y Viejos tiempos por la dualidad del respeto al autor y la admiración por Luis Escobar y el hecho innegable de que este tipo de teatro no es el preferido de Paco. Ambivalencia que se salva con gran profesionalidad.
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