Plumas, jaulas y collares. Máscaras teatrales para una guerra.

FERNÁNDEZ SOTO, Concha (ed.)

Madrid, Ediciones Antígona, 2022, 424 pp.

Berta del Río Alcalá Princeton University
Plumas, jaulas y collares. Máscaras teatrales para una guerra.

“Las buenas historias son siempre colectivas”, le confiesa Alejandra Vieja a su Alejandra Madura en Alejandra y el río, pieza teatral de Antonia Bueno Mingallón (138). Y alineada con este postulado, Plumas, jaulas y collares. Máscaras teatrales para una guerra se presenta como una historia colectiva, diversa y compleja construida en base a la selección de trece textos dramáticos contemporáneos que comparten la intención de llevar a escena las historias de vida y cuerpos silenciados, castigados y marginalizados durante casi un siglo de represión y violencia franquista e historiografía machista y conservadora ganadora tanto la Guerra Civil española como de la legitimidad de su relato.

La Guerra Civil española es uno de los acontecimientos históricos de la era contemporánea que más volumen de bibliografía acumula por su especificidad y coyuntura geopolítica: como antesala de la Segunda Guerra Mundial, se experimentó con nuevas tecnologías de muerte misiva y civil en lo que devino la materialización de la lucha de clases en un territorio geopolíticamente clave para potencias como EE.UU. o Rusia. Además, fue un conflicto armado en el que la Iglesia católica tomó parte y en el que también se opusieron el bloque socialista contra el fascista. Todos esos elementos, que coincidieron en la España de 1936 post-República, posibilitaron que esta guerra haya sido de interés académico a nivel global. La insuficiente y precaria labor de memoria que, desde las instituciones públicas, se ha realizado alrededor de este periodo histórico en nuestro país ha generado que casi un siglo después poner cuerpo a las víctimas (muchas de las cuales siguen desaparecidas por el territorio) así como tratar de dignificarlas sea aún una cuenta pendiente en un Estado democrático.

El imaginario actual compartido de la guerra está vinculado a la figura del hombre y una determinada forma de masculinidad: la del valiente soldado que dispara con acierto, la del coronel que fija su mirada sobre un mapa de posiciones o la de dos dirigentes políticos que firman la paz rodeados de una corte de distinguidos señores, serían solo algunos ejemplos. Pero raramente la historiografía clásica visibiliza las historias de vida cotidianas o excepcionales de las mujeres en la retaguardia trabajando sin descanso en la materialidad de la vida, de las viudas y huérfanas que sobreviven a la tragedia o las niñas y adolescentes que lo hacían al paso de un pelotón de soldados por un pueblo perdido, entre otras muchas situaciones reales. Por tanto, las mujeres y la guerra es todavía hoy una ecuación por explorar y poner en valor. Y esto es lo que se propone, y consigue, el libro del que se encarga esta reseña.

Plumas, jaulas y collares es un contrarrelato colectivo a la historia canónica escrita por y para hombres que, en demasiadas ocasiones, blanquea el franquismo. El sujeto de esta edición de trece textos dramáticos es Ellas; presas, militantes, intelectuales, exiliadas, prisioneras políticas, deportadas, activistas, milicianas, madres o, simplemente, mujeres en un contexto de violencia estatal. Ellas, “que han sido tan significativas en la construcción del conocimiento y desarrollo de la humanidad desde la época más antigua, han sido apartadas del relato histórico ya que la visión androcéntrica forma parte normalizada de nuestra tradición” (18). Todas Ellas son intelectuales de diferentes profesiones, clases sociales o adscripciones ideológicas pero ciudadanas de segunda que, desde la potencia y energía colectivas se opusieron al franquismo desde la práctica cotidiana, ya que “todas las que no se exiliaron, fueron afines al franquismo” (20).

Y Ellas son también la mayoría de dramaturgas que firman los textos de este libro, también de diferentes edades y procedencias. Júlia Bel, Mafalda Bellido, Antonia Bueno Mingallón, Diana de Paco Serrano, Juana Escabias, Concha Fernández Soto, Eva Hibernia, Lola López y Nieves Rodríguez Rodríguez son las mujeres que, desde diferentes sensibilidades y poéticas, desde diferentes buceos en sus espacios íntimos, memorias compartidas y archivos familiares, en un paralelismo con sus propias protagonistas, trabajan “por la historia que no se cuenta de las mujeres que han luchado [como ella] por la cultura y por la libertad a través del arte, contarla desde dentro, por la vida, por el baile y el cante”, como escribe Diana de Paco Serrano, en su texto Encarna y Pilar. Nuestro viaje (192). Ellas han llevado a escena y puesto cuerpo a cartas personales e institucionales, huellas familiares, objetos arrinconados y nuevamente significados, entrevistas, recortes de periódicos enmohecidos y autobiografías en un esfuerzo de actualizar lo vivido, truncado y soñado para rescatarlo del olvido y reimaginar un mundo que no pudo ser.

Desde las tres metonimias del título que reúne y articula el conjuntos de los textos, esta selección de obras dramáticas compone un crisol de mundos que pretende “desinvisibilizar, desenmudecer, escuchar, liberar, rememorar y honrar”, en palabras de Helen Freear-Papio en el prólogo (10), o como escribe la editora de la compilación, Concha Fernández de Soto: “Plantear al lector una serie de preguntas acerca de su identidad, de su propia percepción de la realidad, de su participación en los conflictos, y de su contribución al cambio o a las permanencias de las relaciones de género y el pensamiento feminista en España” (17).

A lo largo de las 424 páginas del libro, la lectora viaja a una época histórica, de los años veinte a finales de los cuarenta en España, a través de la complejidad del momento. Se visibilizan personajes históricos femeninos destacados, como la lexicógrafa María Moliner (en el texto de Concha Fernández Soto), la poeta Pilar de Valderrama (Alberto de Casso), la bailaora flamenca Encarnación López de Julve (Diana de Paco), la escritora y activista Carmen de Burgos (Ozkar Galán), la escenógrafa Victorina Durán (Eva Hibernia), o personajes menos conocidos como Ernestina de Champourcin (Antonio Zancada). Las mujeres anónimas que lucharon contra la violencia del franquismo y el fascismo, desde campos de concentración, diferentes tipos de exilio y militancia cultural y a base de construcción de redes de apoyo mutuo, solidaridad y organización colectiva así como estrategias de supervivencia y sabotaje al franquismo y su maquinaria de destrucción aparecen en los textos de Júlia Bel, Mafalda Bellido, Juana Escabias o Lola López.

También toman vida los debates intelectuales alrededor de lo posible siendo mujer en los años veinte y treinta (López Moro y Galán) y formas de modernidad desde diversas estéticas y géneros, que van desde el poema escénico (Nieves Rodríguez) al teatro documento (Antonia Bueno) o el monólogo (Mafalda Bellido) y la comedia (Ozkar Galán). Así, el teatro posibilita encuentros que nunca se dieron, como el del texto en el que la miliciana Rosario, la Dinamitera, y la filósofa activista Simone (Nieves Rodríguez) o Clara Campoamor y Victoria Kent (López Moro), en un ejercicio de imaginar cómo podrían haber sido otros mundos sin el yugo del silencio y la violencia.

En su conjunto, la lectura de Plumas, jaulas y collares ofrece una genealogía de lo silenciado en el esfuerzo por restituir lo sepultado bajo la historiografía canónica española del siglo XX. En este sentido, Fernández Soto escribe que “desde el teatro queremos rescatar unas cuantas voces de mujer para seguir soñando el mañana” (17), un mañana que se acerca peligrosamente a silencios y atrocidades conocidas por las protagonistas blanco del fascismo y el patriarcado de estas obras.