Epistolario del exilio. Cartas familiares (1939-1969).

Lejárraga, María de la O.
Edición de Juan Aguilera Sastre, Isabel Lizarraga Vizcarra y Antonio González Lejárraga.

Sevilla, Renacimiento, 2021 (Biblioteca del exilio, 47), 513 pp.

María Victoria Sotomayor Sáez Universidad Autónoma de Madrid
Epistolario del exilio. Cartas familiares (1939-1969).

El interés que siempre han despertado los epistolarios como medio de conocimiento de la historia a través de la voz de sus protagonistas ha crecido de forma significativa en los últimos años con la publicación de un buen número de colecciones de cartas del más variado signo.

Estos conjuntos de cartas que sus editores presentan de forma ordenada y accesible ofrecen al lector la imagen más cercana y fidedigna de quien las escribe, desvelando matices, pensamientos y circunstancias quizá poco o nada conocidas pero muy relevantes para conocer a su protagonista, sobre todo cuando se trata de personajes públicos, escritores o artistas de prestigio. Las cartas, como manifestación directa del yo, dan cuenta de modos de vida, usos sociales y realidades de la vida cotidiana ocultas o disimuladas bajo la apariencia de lo público; y, entre ellas, son las cartas familiares las que mejor contribuyen al conocimiento de las personas por ser las más espontáneas y libres, las menos condicionadas por un posible juicio público al que no están destinadas. Pero este acercamiento a la intimidad solo será posible si el editor o editores de epistolarios familiares manifiestan un profundo conocimiento del personaje, ya que solo así podrán construir un relato capaz de comunicar con el lector y cumplir la función que tienen, por su propia naturaleza, las cartas familiares.

No otra cosa cabe decir de este Epistolario del exilio. Cartas familiares (1939-1969), escrito por María Lejárraga y que han editado Juan Aguilera Sastre, Isabel Lizarraga Vizcarra y Antonio González Lejárraga, este último “sobrinieto” de María (así los llama en sus cartas la autora riojana) y responsable de su archivo en la actualidad. La amplia relación de estudios de Juan Aguilera y las ediciones y trabajos de Isabel Lizarraga acreditan sobradamente su conocimiento de esta autora, lo que explica la calidad y el rigor de esta cuidada edición que publica la editorial Renacimiento en su ya nutrida Biblioteca del exilio.

El epistolario incluye un conjunto de 307 cartas de María Lejárraga destinadas principalmente a su hermano Alejandro y su esposa Enriqueta, junto a algunas más dirigidas a sus sobrinas María Teresa y Margarita, hijas de los anteriores, con las que mantuvo una relación especial. A ellas va dedicado este libro.

Las cartas se complementan con una importante colección de imágenes, procedentes también del Archivo Lejárraga, que incluyen retratos de María en diferentes momentos de su vida, documentos administrativos (pasaportes, visados, carta de refugiada, cédulas de identidad), fotografías con familiares y amigos y, como documento destacable, el firmado por Gregorio Martínez Sierra en 1930 reconociendo la colaboración en todas sus obras de María de la O Lejárraga, y que firman como testigos Eusebio Gorbea y Enrique Ucelay. El prólogo de Antonio González Lejárraga, la completa y precisa Introducción de los editores, la bibliografía y el utilísimo índice onomástico hacen de este volumen una lectura imprescindible, además de amena y sugestiva, para el acercamiento a esta extraordinaria mujer.

El exilio de María Lejárraga transcurre en Francia (Niza, 1938-1950), Estados Unidos y México (Nueva York-Ciudad de México, 1950-1951) y Argentina (Buenos Aires, 1951-1974). Estas cartas nos permiten oír su voz a lo largo de 30 años; una voz que cuenta su día a día más personal; que pregunta, que reflexiona, que informa y que afronta los problemas cotidianos con entereza y una buena dosis de humor. Con sus palabras se podría reconstruir la historia del exilio desde la experiencia individual y la vivencia del día a día: el desconcierto inicial, la escasez de recursos (el hambre, incluso), la lucha por sobrevivir de los primeros momentos; más adelante, la nostalgia de la patria a través de lo más cercano (sus muebles, sus papeles y libros, las calles y tiendas de Madrid), sus amistades y relaciones, las dificultades para acomodarse a los nuevos lugares y sus costumbres, el deterioro físico. El frío, el hambre y el paso del tiempo afectan, cómo no, a su salud, y María lo afronta con humor y resignación: “Estoy muy elegante de línea porque he perdido 18 kilos. ¡A buena hora me llega la elegancia!” (carta 27, p. 52). El relato de su deterioro físico, que no le impidió vivir hasta cerca de los cien años, resulta estremecedor por la entereza y natural alegría con que habla de ello en casi todas las cartas. Es un tema habitual, tanto como la necesidad de contacto con su familia y el miedo a ser olvidada.

En todo caso, estas son cuestiones que, de una u otra forma, afectan a todos los exiliados en la gestión de su vida privada. Pero en la autora que nos ocupa hay otros problemas que tienen una importante presencia en sus cartas: los que derivan de esa especial forma de escribir ocultando su nombre en la autoría de las obras, ya fueran solo suyas o en colaboración.

Mucho se ha escrito sobre esta cuestión por parte de estudiosos e investigadores a partir, sobre todo, de sus confesiones en tal sentido en la obra Gregorio y yo. Medio siglo de colaboración, publicada en México en 1953 y durante un tiempo prohibida en España. Ahora tenemos ocasión de conocer el problema directamente en las palabras de su protagonista y podemos asistir a la constante tensión mantenida con la que ella llama la “familia morganática” de Gregorio, es decir, Catalina Bárcena y su hija “Catalinita”, por los derechos de las obras de la firma Martínez Sierra, de las que ella era autora en su mayoría. Así, podemos conocer la continua reclamación de autoría para cobrar los derechos, la infinidad de documentos que tiene que aportar a los bancos, montepíos y sociedades de autores, las trabas legales que tiene que sortear y los acuerdos, casi siempre desventajosos para ella, que tiene que firmar. La privacidad de las cartas familiares le permite expresarse libremente sobre este asunto, de forma que asistimos a la gestión de un verdadero conflicto personal en el que la figura de Gregorio no deja de estar presente.

La emoción y la cercanía que transmiten estas cartas, además de la completa información sobre la autora y su mundo, no serían posibles sin la cuidadosa edición que han preparado Juan Aguilera, Isabel Lizarraga y Antonio González Lejárraga. Las abundantes notas que acompañan a los textos epistolares aclaran siempre a quién se refiere María con los nombres familiares (Antonio, María, Memé, Enriquito…) y aportan documentos a los que se responde en la carta o se alude a ellos, como otras cartas, recortes de prensa, comunicados del banco, etc. También explican el resultado de gestiones hechas sobre películas, ediciones y reediciones de obras, traducciones, representaciones y programas radiofónicos, a las que alude María sin añadir más detalles; otras, en fin, aportan información complementaria sobre amigos y conocidos de María, gentes del teatro y el cine, contactos en otros países, así como sobre lugares y hechos históricos del pasado y presente de nuestra autora.

Se trata, pues, de una excelente edición, tan recomendable para quienes ya tuvieran conocimiento de María Lejárraga como para aquellos que se acerquen por primera vez a esta admirable mujer, porque a todos descubrirá la faceta más íntima y verdadera de su rica personalidad.