Alfonso Sastre: teoría teatral, dramaturgia y crítica de la imaginación.

VICENTE HERNANDO, César (ed.)

Almería, SoldeSol, 2021 (Humanidades, 1). 196 págs.

Berta Muñoz Cáliz Centro de Documentación de las Artes Escénicas y de la Música (Ministerio de Cultura y Deporte) berta.munoz@inaem.cultura.gob.es
Alfonso Sastre: teoría teatral, dramaturgia y crítica de la imaginación.

Este libro es el resultado de unas jornadas organizadas en la Universidad de Almería por César de Vicente Hernando los días 26 y 27 de abril de 2021. En ellas se trató de reflexionar sobre la teoría teatral de Alfonso Sastre a lo largo de toda su trayectoria partiendo de sus principales textos sobre esta materia, desde el “Manifiesto del TAS” (1950) hasta El drama y sus lenguajes (2000). César de Vicente conocía en profundidad el teatro de Alfonso Sastre: había escrito numerosos artículos sobre el dramaturgo madrileño y había editado y prologado varias de sus obras. Compartía con él, además, muchas de sus ideas sobre la función del teatro y sobre el lugar que debía ocupar en la vida pública, por lo que su comprensión de este autor iba mucho más allá de lo que supone un estudio académico del mismo. Para el coordinador de este libro, que además de profesor de la Universidad de Almería fue creador del Centro de Documentación Crítica y director del colectivo teatral Alcores, la defensa de una determinada concepción del teatro era una cuestión política y vital.

De acuerdo, por tanto, con esta vinculación esencial con las ideas de Sastre, en su presentación del libro, De Vicente se pregunta por qué los ensayos sobre teoría teatral de Sastre han desaparecido de las universidades y de los centros de formación teatral, una cuestión ante la cual muestra su perplejidad, pues lejos de haber sido superados o de encontrarse desfasados, “a la vista de los problemas que tiene nuestro teatro”, estos libros de Sastre ofrecen en su opinión “una gran cantidad de caminos para afrontarlos” (10-11). La respuesta a este interrogante, para César de Vicente, está relacionada con la forma en que la investigación y la enseñanza académicas actuales han desistido de comprender la cultura de otras épocas en relación dialéctica y necesaria con la actual, en beneficio de una “meditación arbitraria, inconsecuente e inconsistente, líquida, hasta convertir los problemas modernos de la representación de producción literaria en meras cuestiones de simulación y apariencia” (11). Frente a esta actitud, este libro se plantea como un aviso de que los ensayos teatrales de Sastre “continúan siendo productivos y necesitan ser discutidos”; tan vigentes como lo es la cuestión sobre la que estos indagan: “cómo representarnos y cómo dilatar con ello el mundo y transformarlo”. Aun a riesgo de habernos excedido con las citas, las palabras de De Vicente son tan elocuentes que no hay mejor manera de explicar lo que este libro y el espíritu profundamente humanista que siempre acompañó a su autor.

El libro se inicia con un escrito autobiográfico de Alfonso Sastre, “Notas para una sonata en mí (menor)”, donde el autor reelabora la narración por “trancos” que previamente se había publicado con el mismo título en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, además de añadirle al menos diez años más de experiencia vital. La narración de Sastre no solo resulta fundamental para conocer la peripecia vital e intelectual del autor, pues sus ideas sobre el teatro, sobre la sociedad y sobre la acción política están tan imbricadas que resultan inseparables de su biografía, de forma que a lo largo de estos escritos van surgiendo algunas de sus ideas teatrales y se explica su evolución como dramaturgo y como teórico; también su visión de la sociedad española de su tiempo, sin perder nunca el sentido crítico ni la esperanza de un cambio y una renovación socialista en profundidad.

A continuación, en “Nadie pase que no sepa gramática. Alfonso Sastre y la actuación”, Manuel F. Vieites analiza una de las obras teóricas más importantes de Sastre, El drama y sus lenguajes, obra que consta de dos volúmenes subdivididos en siete libros en los que Sastre se interroga sobre “todo o casi todo lo que no sé en torno al arte del escenario”, escrito “como un festival del aprender enseñando o del enseñar aprendiendo”. En su artículo, Vieites va desgranando los elementos básicos del “método gramático” que propone Sastre, punto por punto: 1) El actor como poeta; 2) La sabiduría; 3) Lenguaje; 4) Hablar; 5) Leer; 6) La comprensión; 7) Las malas artes; 8) La dicción, el ritmo, la música; 9) El gesto, los tonos; 10) Claridad, transparencia, llaneza, y 11) Teatro y funciones. A través de estos epígrafes se evidencian las numerosas lecturas de Sastre y su nada dogmática forma de reflexionar y de exponer sus ideas, a través de un discurso ameno, irónico e interrogativo que se dirige principalmente a los actores. Queda patente además el valor que estas reflexiones tienen para quienes se interesan por cuestiones como la educación teatral, el papel del autor en el teatro actual o el estado del teatro en España. Sastre muestra en todos sus escritos un interés por la formación, por la reflexión, por el estudio, y un rechazo de cualquier forma de radicalidad basada en la ignorancia de la tradición y del conocimiento acumulado, por mucho que se presente bajo los ropajes de una pretendida modernidad. Muy actuales sus reflexiones. Para concluir, Vieites reclama el valor de las ideas de Sastre en una necesaria reforma de la enseñanza del teatro en España, y aboga por que esta esté menos encuadrada en un paradigma instrumental y se aproxime en mayor medida a un paradigma crítico, en el que el conocimiento tenga una finalidad transformadora y se ejerza a través de una praxis colectiva. Ahí es nada. Como Sastre y como De Vicente, Vieites se deslinda del pensamiento dominante y rutinario para abogar por la búsqueda de la utopía.

En “Manifiesto del TAS (Teatro de Agitación Social): Contenido contingente y demanda profesional”, Francisco Javier Otero García contextualiza y analiza pormenorizadamente este emblemático texto que publicaron conjuntamente Alfonso Sastre y José María de Quinto en la revista La Hora en 1950. El autor de este artículo considera que el Manifiesto citado fue un paso decisivo por parte de Sastre en su intento de realizar una actividad profesional con impacto social, escrito como está en un período de gestación de su conciencia del papel social que le corresponde como dramaturgo (85). Uno a uno, el autor va analizando los veinte puntos que componen el Manifiesto, en los cuales se aborda la cuestión del teatro como arte social, la problemática de la asistencia del público teatral a los teatros, se propone una hipotética relación de títulos de referencia para representar y se reclama ayuda y financiación para el proyecto. El hecho de querer hacer un arte socialmente implicado y al mismo tiempo reclamar la ayuda institucional del régimen franquista evidencia ya de por sí las contradicciones de esta primera etapa del autor, esenciales para comprender su evolución posterior; de hecho, tal como recuerda Otero, La Hora era una revista marcadamente falangista. Cotejar las ideas expuestas en este Manifiesto con las ideas defendidas por los propagandistas falangistas resulta un ejercicio enormemente interesante, no tanto por las diferencias, que las hay y son bien sabidas, como por las similitudes, pues también hay alguna en la que no es este lugar para profundizar. Lo realmente significativo, claro está, es la evolución posterior del autor.

Tras el análisis del “Manifiesto del TAS”, Lucía Hellín Nistal lleva a cabo un estudio de la obra teórica más importante que le sucede en el tiempo, en un artículo al que titula “Sobre una tragedia para la purificación y la transformación social: Drama y sociedad (1956)”. Hellín resume y comenta, desde su propia perspectiva enriquecida con aportaciones de otros estudiosos, las ideas de Sastre sobre la tragedia (género sobre el que ha reflexionado en profundidad y que ha practicado, como es bien sabido, en sus creaciones teatrales), sobre el sentido de la risa y la función purificadora de la comedia, sobre el papel que juega la ideología del autor en su producción dramática, sobre el “social-realismo” (que el autor contraponía a la mera mímesis de lo real) o sobre el Teatro Universitario, entre otros temas no menos interesantes.

En “La reivindicación de lo complejo. Anatomía del realismo (1965) o el inconformismo crítico de Alfonso Sastre”, Ángela Martínez Fernández se adentra en el segundo libro teórico de este dramaturgo. Distingue la autora tres elementos que conforman el núcleo principal de esta obra: el pensamiento político del autor, tras su acercamiento al Partido Comunista, la descripción compleja del realismo, o mejor, de los realismos, que lleva a cabo el autor, y la puesta en práctica de sus postulados a través del Grupo de Teatro Realista (GTR). En función de estos elementos, Martínez Fernández estructura su interesante artículo en tres puntos: la negación dialéctica, el realismo profundo y la experiencia práctica, y concluye con una reivindicación de la obra analizada como una herramienta útil e importante en tiempos del neoliberalismo, “una lanza por el realismo en tiempos de mucha confusión” (146).

El último de los estudios lo firma el coordinador del libro, César de Vicente Hernando, y lleva por título “Un corte epistemológico: Crítica de la imaginación”. En su análisis sobre esta obra de Sastre, De Vicente destaca la idea de la Estética como crítica de la imaginación, esto es, lejos de considerarla como el estudio de la Belleza, “que se define como una sustancia de las obras percibida a través de los sentidos y que procura un placer o una expansión sentimental”, para Sastre la Estética es el estudio de “una capacidad intelectual” de los seres humanos que “opera alimentándose de la realidad” y que “transforma esa misma realidad” de distintas formas (150). Sin embargo, el análisis de este artículo no se limita únicamente al libro publicado en 1978 con el título Crítica de la imaginación, sino que abarca distintos ensayos en los que Sastre, a lo largo de distintas épocas, fue añadiendo nuevos matices a su indagación sobre la imaginación, concretamente Ensayo general sobre lo cómico (2002), Las dialécticas de lo imaginario (2003) e Imaginación, retórica y utopía (2010). Se analizan aquí los vasos comunicantes entre todas ellas, pues forman parte de una misma aventura intelectual a la que el dramaturgo dedicó varias décadas y más de dos mil páginas.

Finalmente, a modo de coda, se incluyen un texto de Alfonso Sastre titulado “Poética”, un “Poema sintético para 75 años de teatro e historia”, que firman Esther Rodríguez Caballero y César de Vicente, y una “Bibliografía esencial”. De este modo, el lector de su libro puede hacerse una idea bastante completa y ajustada de su poética teatral.

Alfonso Sastre, como otros dramaturgos realistas de su tiempo, no es todo lo conocido que debería ser entre quienes estudian el teatro o simplemente son aficionados a él. Le tocó vivir en una época de censura primero, y de desdén hacia los autores españoles después, especialmente hacia quienes habían vivido tiempos tan oscuros, incluso cuando los habían vivido desde la oposición más activa, artística y política. El hecho de que Escuadra hacia la muerte sea su obra más conocida no parece, desde luego, hacerle justicia, cuando hay textos suyos mucho más interesantes que merecen ser leídos y representados (valga como muestra el montaje de ¿Dónde estás, Ulalume, dónde estás? que se hizo hace unos años en el Teatro Español de Madrid). También en su faceta de teórico Sastre tiene mucho que aportar, tal como recordaba César de Vicente en su prólogo, por lo que la publicación de este libro es más que pertinente, es necesaria como estudio introductorio para quienes aún no han tenido la oportunidad de leer sus ensayos, por lo que podemos afirmar que nos encontramos ante un libro de gran interés que acercará a sus lectores a una figura fundamental del teatro español del siglo XX. Para terminar, estas palabras de Alfonso Sastre, recogidas de una entrevista en un canal cubano por una de las ponentes de este libro, recogen bien no solo el espíritu del dramaturgo aquí estudiado sino también el del libro que ahora nos ocupa:

Somos seres prácticos y agónicos. No deberíamos apostar en literatura por esas imágenes pesimistas de que la historia no existe y de que no tenemos otro destino que la muerte (…). De esa posición yo despegué con la ayuda del marxismo. Y más o menos esa posición es la que nos conduce a muchos colegas y a mí a lugares de esperanza y a emplear nuestros trabajos incorporándolos a la práctica de la existencia humana, social (129).