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Las bicicletas son para siempre

César Oliva

Página 2

1. El polifacético Fernando Fernán-Gómez

No resulta fácil acercarse a la personalidad artística de Fernando Fernán-Gómez. Toda su vida dedicada a la pequeña y gran pantalla, a la práctica escénica y a la literatura, es un compendio de incesante actividad. Por eso tampoco resulta fácil estudiar los distintos géneros que cultivó y, en ellos, las obras de mayor relieve. Incluso en las que parecen menos interesantes siempre se encuentra ese chispazo de genialidad que caracteriza a tan peculiar creador. Por otro lado, su producción es muy abundante, factor a añadir a la hora de buscar los elementos más originales, ya que estos están diseminados por escenarios, platós y páginas de libros.

Una rápida mirada a su biografía nos da casi doscientas interpretaciones como actor en teatro, cine y televisión; unas treinta películas como director, además de seis producciones de televisión; once obras teatrales escritas, sin contar las inéditas que acaba de publicar su nieta Helena de Llanos (Fernán-Gómez, 2019 Fig. 1); once novelas; dos libros de poesía; tres de memorias (uno de ellos ampliado en su reedición: El tiempo amarillo, 1990 y 1998); y diez recopilaciones de ensayos, principalmente de sus abundantes artículos de prensa. Un no parar.

En todos esos apartados encontramos una línea media de enorme interés, pero, como sucede en la mayoría de los autores, hay tres piezas que sobresalen y que, en este caso, son fundamentales para la historia de la cultura española de su tiempo. Me refiero al citado El tiempo amarillo, la novela El viaje a ninguna parte (1985), llevada a la pantalla un año después, y el drama Las bicicletas son para el verano (escrita en 1977, premiada con el Lope de Vega en 1978, y estrenada en el Teatro Español de Madrid en 1982). El resto tiene interés, por supuesto; pero esta triada bastaría para considerar al autor como uno de los creadores más destacados de la segunda mitad del siglo XX.

Insisto en la idea de que Fernán-Gómez es escritor de verbo abundante, cuantiosas y originales ideas y mucha obra firmada. Su máxima singularidad es hacerlo bien en todos los terrenos que toca, principalmente, y esto es ya opinión, en los que guardan relación con la sociedad en la que le tocó vivir. Su universo dramático es el de un actor, que pasa por los avatares propios del simple cómico que hubiera sido de vivir en otro tiempo. Su viaje a ninguna parte es la metáfora más brillante de cuantas ha dado la escena española del siglo XX. Los cómicos como él han ido a ninguna parte. El ancestral romanticismo de la profesión fue evolucionando hacia una actividad mucho más planificada y menos vocacional. De aquel farsante que se estremece ante la claqueta de un rodaje de cine no queda apenas nada. Fernán-Gómez fue el último representante. O el mejor símbolo del último.

Todo esto, y mucho más, lo cuenta en El tiempo amarillo, confesión tan contundente como noble de cuanto ha vivido en su profesión, y fuera de su profesión. De nuevo es él el protagonista, sí, pero sobre todo lo es su mundo: su madre, sus primeros papeles, sus compañeros, su supervivencia, sus conflictos profesionales, sus amores, todo cuanto lo rodea. La lucha por la vida, que diría Baroja, pero una lucha en la que él, con su gran ingenio, se siente un palmo por encima de los demás. Tuvo inteligencia suficiente para conformar un galán tan atípico como el de aquellas películas en blanco en negro que tanto lo marcaron: Domingo de carnaval (1945) Fig. 2, Botón de ancla (1948) Fig. 3, El último caballo (1950), Balarrasa (1951) Fig. 4, La trinca del aire (1951)… De allí, pasó a ser el actor que quería ser, el director que quería ser y el escritor que quiso ser.

2. Fernán-Gómez, dramaturgo

Se inscribe Fernando Fernán-Gómez en ese grupo de escritores que redactan sus textos desde las tablas, al contrario del autor habitual que suele hacerlo desde su mesa de despacho. Esa perspectiva, eminentemente práctica, confiere a sus obras una superior capacidad de conectar con el lector-espectador, una capacidad que a veces llamamos oficio, o conocimiento de la carpintería teatral. Bastaría con recordar genios de la escena, como Shakespeare o Molière, capaces de escribir y actuar sus propios textos. O, en épocas más recientes, en las que no abundan este tipo de autores, a Antonin Artaud, Noël Coward o Eduardo de Filippo, entre otros. En España, el dramaturgo del siglo XX estaba en un estatus social superior al del cómico. Benavente demostró en no pocas ocasiones su capacidad como intérprete, pero desde el principio renunció a bajar a las tablas. Su nombre como autor bastaba para dignificar las carteleras. Sin embargo, no pocos cómicos probaron la experiencia como dramaturgos, convencidos de que su capacidad para hacer personajes en el escenario era suficiente para crearlos en unas cuartillas1. No es lo normal. El caso de Fernán-Gómez es excepción, aunque sus obras teatrales no siempre gozaran de la unanimidad crítica. Sin embargo, tanto la escritura dramática en general (incluyo en ella el guion cinematográfico o televisivo), como la de otros géneros literarios (incluyo el periodismo), le bastaron para conseguir, con todo merecimiento, un sillón en la Real Academia de la Lengua.

Para un mejor y más amplio conocimiento del autor remitimos al tomo Teatro (Fernán-Gómez, 2019), pues a los textos ya conocidos y editados en diversas colecciones Helena de Llanos incorpora varios inéditos, recogidos en lo que denomina “Los cajones de Fernando”, referencia cierta a cuanto encontró tras la muerte de su abuelo, papeles manuscritos que el autor tenía a buen recaudo. De Llanos explica la génesis de ese reciente volumen, que sale del empeño de Emma Cohen de tener primorosamente cuidados y compilados todos los documentos de su compañero de tantos años. Nos enteramos, así, de que algunos de esos escritos esperaban la luz alojados en su viejo ordenador, pero también en armarios; páginas redactadas en muy diferentes épocas, géneros y estilos. Toda una labor que De Llanos se encontró hecha, merced al celo de Emma. De esa manera, hallamos datos y circunstancias de la escritura teatral de Fernán-Gómez que difícilmente se hubieran podido conocer de no mediar esta recopilación. Cuenta Helena de Llanos que descubrió libretas, folios y hasta servilletas en las que su abuelo esbozó muchas de sus obras, así como nuevos títulos que incorporar a su bibliografía.

Manuel Barrera Benítez, autor de la introducción filológica del libro que estamos citando (2019)2, divide las comedias de Fernán-Gómez en tres etapas: I. Los inicios de un dramaturgo; II. La primavera en pleno otoño; y III. La mirada melancólica. Resulta interesante considerar que esa distribución de los textos más conocidos de Fernán-Gómez sirve igualmente al incorporar sus obras inéditas. Este pasó de la experimentación al gusto por los clásicos con absoluta naturalidad. “Fernán-Gómez desplegó siempre una amplia proyección al inspirarse en todo, en lo moderno y en lo clásico, en lo español y en lo foráneo, en lo histórico, lo literario, en el romance, en la novela, en el teatro mismo, o también el cine y la canción.” (Barrera Benítez, 2019).

Contemplada en su conjunto, la obra dramática de Fernán-Gómez está fuera de las corrientes literarias con las que convivió. Ni fue un autor realista, ni simbolista, ni mucho menos participó de la poética de los dramaturgos que llegaron a la escena española iniciada la Transición política. Fue capaz de combinar el mejor costumbrismo con la denuncia histórica, el humor con el dolor, el gusto por los clásicos con ciertos atrevimientos formales. Su gran dominio del diálogo procede sin duda del temprano quehacer como guionista de películas dirigidas e interpretadas por él mismo. Sin embargo, y esto viene a ser una constante en la escena española contemporánea, sus obras no se ven en los escenarios actuales. Existe como una especie de castigo sobre muchos de nuestros autores del pasado reciente, que supone cierta pertinaz ausencia en las carteleras por razones difíciles de entender. En el caso de Fernán-Gómez, autor de uno de los textos más luminosos del teatro español del siglo XX, Las bicicletas son para el verano, su omisión resulta demasiado elocuente.

1 Recordemos, entre otros, a Paco Martínez Soria, Teófilo Calle, Adolfo Marsillach, Mario Vargas Llosa, Ana Diosdado… Volver al texto 2 Ese artículo procede de su tesis doctoral realizada sobre la obra del autor (Barrera Benítez, 2007). Volver al texto