La crítica alababa estas muestras de originalidad, incluso reconociendo en algunos casos sus defectos teatrales, como sucedía en el caso de Garcilaso de la Vega, poema dramático puesto en escena por Mariano Tomás. Se trataba de una obra, ya conocida en la zona nacional durante la guerra, en la que se apreciaron más sus valores literarios que dramatúrgicos. Se ensalzaron también Espuma de mar, de Juan Ignacio Luca de Tena, y la reestrenada El pobrecito carpintero, de Eduardo Marquina. De carácter intelectual, y quizá por ello más difícilmente comprensible, era Quiero ver al doctor, de Mercedes Ballesteros y Claudio de la Torre. Cock-tail Bar, de Romero Marchent, se ofreció al público como un caso insólito, de nuevo haciendo la salvedad de sus insuficiencias teatrales: se representó una sola vez. “No pecamos de exagerados si decimos que hasta el presente y desde que terminó la gran odisea española no se ha ofrecido al público nada más interesante ni más educador y convincente”, se ponderaba en Hoja del Lunes; “la obra que tiende a desplazar al Teatro viejo, plebeyo, soez, inclusero, al margen del Arte y del Espíritu”, escribía C. de Castro con entusiasmo en Madrid. También obra de representación única fue la tragedia en un acto de S. Ros En el otro cuarto, un “experimento teatral” para Marqueríe, en Informaciones.

Dada la existencia de panorama tan poco alentador, cada aparición de Benavente era todo un acontecimiento. A lo largo de 1940 se repusieron en la geografía nacional varias obras suyas: Campo de armiño, Los intereses creados, La escuela de las princesas, Rosas de otoño, El nido ajeno, La princesa Bebé, La malquerida. El estreno de Lo increíble fue saludado como merecía cualquier nueva salida del Nobel: “¡Teatro, teatro y teatro!”, se extasiaba Illán en ABC de Sevilla; “¡Gracias, maestro!”, concluía su comentario Acorde en Hoja del Lunes; “comedia magistral, modernísima” la consideraba C. de Castro en Madrid; “una joya literaria”,valoraba M. Ródenas en ABC. Pero más repercusión histórica iba a tener Aves y pájaros, aunque distó mucho de ser este el más memorable estreno en la carrera del comediógrafo. Se rerpresentó, por cierto sin concha, en noviembre de 1940, diecinueve meses después de concluida la guerra, “acaso con algún retraso”, como muy prudentemente se limitaba a señalar Marqueríe en Informaciones. Mucho tiempo le parecía ese a A. de Obregón, el crítico de Arriba: “En lo político D. Jacinto nos revela un desconocimiento completo del sentido de nuestro Movimiento. No ha dado en el blanco, situado entre el cielo y la tierra, entre derechas e izquierdas, ni blanco ni negro”. Peor aún: “La obra no conmovió a nadie. Pobreza de pensamiento, vulgaridad. Lamentamos mucho que cuando ha tratado de escribir un canto a la gran obra nacional ha recurrido a lo fácil. No necesitamos tales alardes demagógicos, y era más nacional haber escrito una buena comedia más sobre el amor o sobre los celos. No puede guiar a la juventud porque esta supo trazarse una senda segura y recta, sin consejos caducos ni pesimismos ni cursilería ni ese patrioterismo, que no es el nuestro. Hablamos otro idioma. Y por eso ni enardecieron sus alocuciones ni sus injurias a los enemigos. Ingenuidad o picardía frustrada creer que podía agradarnos esa fórmula, inelegante y nada airosa”. “Suspenso” era la calificación que A. de Obregón otorgaba a la autojustificación política de Benavente.