Documentos para la historia del teatro español
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1939-1949
1939-1949

Cartelera
1940

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Memorabilia
El Teatro y su Doble

 

 

Índice, recopilación y estudio:

Óscar Barrero
Universidad Autónoma de Madrid

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MODELOS Y ESPACIOS

GÉNEROS DEGENERADOS

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1940 fue el año en que el teatro Infanta Isabel cumplió sus 25 años, es decir, sus bodas de plata. Lo hizo con El famoso Carballeira, una obra de Adolfo Torrado, el autor cuyos éxitos eran comparados por Araujo-Costa en ABC con los del Muñoz Seca que, recordaba Informaciones, allí había ofrecido antes de la guerra sus mejores piezas. Las obras de Torrado eran garantía de éxito económico y de ahí que se las disputaran las compañías de entonces. Varias suyas estuvieron en cartel durante este año, con triunfo de público y mayoritario rechazo de la crítica: Un caradura, Mosquita en palacio. La más famosa de ellas sería interpretada por María Fernanda Ladrón de Guevara, alejada de Madrid desde el Alzamiento de julio de 1936. Ella sería La madre guapa, obra que ya había sido representada en la zona nacional durante la guerra y que conocería pronto una parodia, La madre fea, estrenada en el Alcázar de Valencia por Pedro Llabrés y José L. de Lerena. Al crítico de Hoja del Lunes, Acorde, La madre guapa le pareció “otro melodrama seguramente muy del gusto del público municipal y espeso, que decía Rubén, pero de ínfima jerarquía literaria”.

De “teatro, sin pasión y sin inteligencia” y “ética inadmisible” hablaba el crítico de Hoja del Lunes de Barcelona, Enrique Rodríguez Mijares, a propósito de la obra escrita por su compañero de aventuras literarias, Leandro Navarro, quien ahora firmaba otras piezas  en solitario: Las colegialas, Escalera de color, Rosario Ortega  y la de más repercusión, Gran Casino. El crítico, resignado, terminaba su comentario sobre esta última, insólitamente siseada y pateada en su estreno, así: “Una es la opinión del cronista y otra la opinión de los demás”. Navarro y Torrado reponían en 1940 La Papirusa y firmaban un melodrama, Siete mujeres, del que Marqueríe decía en Informaciones: “Pasará a la historia del teatro como modelo de lo que no se debe hacer”. Era una opinión no muy distinta de la del crítico de Arriba: “Sin pena, sin gloria y sin historia”. Juicio al que añadía una reconvención al respetable: “El público se mantuvo con su habitual benevolencia, correcto y cariñoso, como si los atentados del teatro malo fueran contra las nubes”.

La del público era una asignatura aún por aprobar, a juicio de la crítica más exigente. F. Ll. G. comentaba en términos muy duros ¡Anda con Elsa!, juguete cómico de Pedro Pérez Fernández: “Da grima asistir a espectáculos como el de anoche. Ante un público correcto y amable --excesivamente amable y correcto--, unos actores, duchos en su difícil profesión, y alguno quizá excelente, estuvieron, durante casi tres horas, ofendiendo de palabra y de obra --y no por culpa suya-- al lenguaje castellano, al teatro español, al sentido común y hasta al decoro y la decencia. Es difícil reunir, en el breve espacio de tres actos, más insensateces, más dislates y más groserías que las que ha acumulado el señor Pérez Fernández”. Entre otros comentarios del mismo tipo, deslizaba el siguiente a propósito del espectador: “Así lo comprendió, aunque tarde, el público, y al finalizar la obra hizo ostensible su desagrado y repulsa”. La crítica tenía claro que el gusto del público debía cambiar y así lo ponía de manifiesto en ABC Araujo-Costa: “El teatro, para llegar al pueblo, debe pasar por las minorías selectas”.


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