Tenía diez años cuando vi mi primer espectáculo de títeres tradicional. Tenía diez años cuando me enamoré de “Mubarak”, un amor que perduró más de medio siglo y todavía llena mi cabeza y mi ser. Tenía veinte años cuando, movido por esa pasión, exploraba cada calle, cada rincón de Teherán buscando a los ancianos artistas, cansados y arrugados, con el fin de devolverles a la vida e introducirles en círculos artísticos y clases universitarias, con la esperanza de que otros se enamoraran también de mis ídolos.
En dicha época, creía ser el único apasionado en el mundo, pero, rápidamente, me di cuenta de que no, y viajé a los cuatro vértices del mundo con el fin de descubrir la fascinación general por el títere, reuniones de amantes del teatro de títeres, en cualquier rincón, de Italia, del Reino Unido, de la India, China, Rusia, Estados Unidos, Francia, Alemania y más allá. Me quedé extasiado descubriendo que, no solamente, yo no estaba solo, si no que era solamente uno entre millones de seres que aman el títere, lo mismo que “Mubarak” es sólo uno entre decenas de marionetas que, desde hace siglos, utilizan la comedia y el sarcasmo para transmitir esperanza y provocar una sonrisa en las caras de hombres, mujeres, niños, que con demasiada frecuencia se veían paralizados por el miedo, la pena en un mundo lleno de guerras, pobreza, violencia y necesidades.
Sin embargo, no necesité mucho tiempo para darme cuenta de que mis colegas de la gran comunidad de las artes teatrales, miraban al títere por encima del hombro, con desprecio, considerándose ellos mismos, y su estatus, demasiado importantes para formar parte de su mundo.
Fue entonces que me convertí en un defensor a ultranza de mi querido arte, como un guerrero protegiendo un tesoro, y decidí dedicarle mi vida tanto al títere como a lo desconocido. Es durante ese periodo que me encontré apreciando cada vez más el títere, como un idioma tan vasto y profundamente innato como nuestra capacidad ancestral para la alegría y la tristeza, la melancolía y la felicidad.
Me di cuenta de que cada marioneta es una representación simbólica del mundo que nos rodea y un reflejo de cada persona que vivió antes que nosotros.
Fue entonces cuando conseguí entender por qué Omar Khayyamthe, eminente filósofo persa, matemático y poeta, había representado el mundo del hombre con un espectáculo de títeres en su famoso cuarteto:
En sus manos, somos marionetas
No es metáfora, sino sincera verdad
En este escenario de la vida, a veces, nuestros gestos dirigen
Pero, en el baúl del olvido, uno a uno, desaparecen
Detrás del velo de sombra, estamos yo y él
Pero, cuando caiga ese velo, yo y él se borrarán
Durante mis viajes, leyendo y conversando con otros apasionados del teatro de marionetas, me ha parecido cada vez más claro que el mundo de la marioneta se manifiesta con una diversidad de formas y sabores en la cabeza de los diferentes actores de los cinco continentes, desde la de Chikamatsu Monzaemon a la de aquellos actores de los templos y a los artistas sicilianos, en la imaginación y en el idioma de los Dhalangs indonesios, en la perspectiva de los distintos directores y actores de todo el mundo.
Así llegué a creer vivamente que podemos usar este idioma milenario del títere para percibir de manera crítica el mundo que nos rodea, y haciéndolo, atraer audiencias más amplias para acudir y amar a esta antigua forma artística.
Tengo la firme convicción de que el descubrimiento de la marioneta tuvo un efecto tan transformador como el descubrimiento de la rueda, y fue por lo menos tan eficaz para ayudar a reducir las distancias y brechas de comunicación entre nosotros.
Quizás es por eso que una obra de marionetas profundamente filosófica tiene, también, la capacidad de evocar una parte de la infancia en la conciencia del público, mediante la cual se liberan de las ilusiones de la edad y del tiempo, y descubren un mundo fantástico donde objetos hechos de madera y otros materiales inertes cobran vida.
Quizás la mayor responsabilidad de cada artista en el ámbito de la marioneta, independientemente de su idioma, nacionalidad o formación, es hacer despertar ese “niño” en el corazón de los millones de semejantes, que han contaminado nuestro mundo con sangre y violencia. La marioneta y nosotros, admiradores de esta preciosa reliquia que nos llega de nuestros antepasados, tenemos la responsabilidad de contribuir a reducir la maldad y la animosidad en el ser humano, y ayudar a retornar al mundo de la infancia, sus alegrías y sus maravillosos sueños….
Este día pertenece a todos aquellos que despiertan en nosotros al niño que fuimos, un día para que todos amemos la marioneta de todo corazón:
Feliz Día mundial de la marioneta!!!!!.
Behrooz Gharibpour
Titiriterao iraní
Creador de La Compañía de Teatro de Marionetas Aran y de Ópera Nacional basada en la música Iraní.