Ángel Gutiérrez ha dedicado buena parte de sus ochenta y dos años a Anton Chéjov. Ha escudriñado hasta el último rincón de la obra del escritor ruso, e incluso decidió irse a vivir a Taganrog, la ciudad en que nació, para estar en contacto «con sus casas, sus árboles, incluso sus perros». Asturiano de nacimiento, Ángel Gutiérrez fue un «niño de la guerra» y encontró, como tantos otros, refugio en Rusia. Allí estudió teatro y descubrió la grandeza de Chéjov, un autor que le acompañó en su regreso a España, en los años setenta. Fundó el Teatro de Cámara Chéjov, que ha funcionado hasta hace un par de años, ahogado por la crisis económica.
El Centro Dramático Nacional se ha acordado de Ángel Gutiérrez, que [...] estrena en el teatro Valle-Inclán El jardín de los cerezos, la última obra de Chéjov, que escribió poco antes de su muerte. «Sin duda, es su legado», dice Gutiérrez de esta obra [...]
El tiempo, su fugacidad y la necesidad del ser humano de aprovecharlo son, según Ángel Gutiérrez, un leit motiv en la obra de Chéjov, «que es siempre un enigma, un misterio». «Chéjov -cuenta el director- es el autor que mejor conoce al ser humano, su ambigüedad y sus contradicciones. Estaba enfermo, y conocía el dolor humano». Sus circunstancias, sigue, «le hacían «contar el tiempo, que es irrepetible, que es cada instante. Y ese es el tema nuevo, existencial y metafísico, que Chéjov introduce en la obra. Al haber padecido tanto, al haber visto tanto también sufrimiento, comprende muy bien al ser humano, y sabe que tiene problemas que no tienen solución. Por ejemplo, ¿por qué no podemos romper con aquello que nos hace daño? Y esto tiene su reflejo en la obra en el personaje de Liubov, que significa amor en ruso». [...]
Chéjov, dice Ángel Gutiérrez, nos dice que hay que sobreponerse a la vida. Es un ejemplo a seguir. A pesar de que estaba desde joven mortalmente enfermo, eso no le impedía vivir y trabajar, como si tuviera cien años de vida, aunque vivía cada día con intensidad, exigencia y entrega, como si fuera el último. Realizó un análisis rigurosísimo, casi anatómico, de la vida, y llegó a la conclusión de que la vida no tiene sentido. Y, sin embargo, afirma que sin la búsqueda del sentido de la vida es imposible vivir una vida digna. Ésta es una de las paradojas chejovianas». [...] (Julio Bravo)