Podría haber sido una niña prodigio que, al hacerse mayor, desapareciera como tantas otras. Pero María del Pilar Cuesta, Ana Belén, entendió que la interpretación no consistía solo en mirar a cámara y decir cheese mientras sonreía. El director de escena Miguel Narros le abrió nuevos horizontes que concebían la actuación como un camino de preparación y esfuerzo. Alumna aventajada de William Layton y buena conocedora del método Stanislavski, no hay género que se le resista. Ha trabajado con grandes directores de teatro, cine y televisión, como José Carlos Plaza, Lluís Pasqual o Mario Camus, participando en proyectos que le hacen salir de su zona de confort para medirse consigo misma y seguir aprendiendo. Entre las distinciones que ha recibido como intérprete y cantante, destacan el Premio Corral de Comedias del Festival de Teatro Clásico de Almagro, el Goya de Honor de la Academia de las Artes Cinematográficas o el Grammy Latino a la Excelencia Musical.
- Fecha: 22 de julio de 2020.
- Lugar: Teatro María Guerrero de Madrid.
- Duración: 40’ 53’’
- Operador de cámara: Víctor Camargo.
- Realización y edición: Ana Lillo.
- Entrevista realizada por: Rosa Alvares.
- Créditos de fotografías
Fernando Alda, Basabe, Antonio de Benito, Gyenes, Ros Ribas, Fernando Suárez. - Créditos de los vídeos
Unidad Técnica de Audiovisuales del Centro de Documentación de las Artes Escénicas y de la Música. - Créditos de las músicas
Documentary por LuluProduction.
Dm128-Tiga Swing Groove por Javolenus.
French Jazz Bistrot por Motion Audio.
Música de la cabecera:
Hip Hop by Nesterouk.
Hipo Hop Trendy audio. - Agradecimientos
Mercury Films y Teatro María Guerrero (Centro Dramático Nacional).
Tres momentos de la entrevista
La niña que se convirtió en musa de una generación
Madrid, años 50. A la salida del colegio, los barrios más populares de la capital se llenaban de críos jugando por plazas y callejuelas, mientras merendaban pan y chocolate. María del Pilar Cuesta Acosta (Madrid, 1951) era una de esas crías: “Toda mi infancia la recuerdo jugando chicos y chicas, mezclados, algo que era impensable en los colegios religiosos a los que íbamos. La calle era un espacio de libertad; los chiquillos, sus dueños absolutos”. Pero Mari Pili tenía una pasión más, cantar las canciones que oía tararear a su madre y a su tía, temas que triunfaban en la época, como La novia o La flor de la canela. Por consejo de su profesora, se presentó a un concurso radiofónico, Todo vale, dirigido por Bobby Deglané. ¡Y lo ganó! Sin Rocío Dúrcal y Marisol, que se habían hecho mayores, al cine español le hacían falta niñas prodigio. Así que Luis Lucia, director y creador de pequeñas estrellas, puso su mirada en ella para protagonizar Zampo y yo. “El mismo día que cumplía 13 años, me hicieron la prueba. Firmamos un contrato por cuatro películas, pero como la primera fue un fracaso, no tuve que hacer el resto. Yo no cumplía las expectativas, digamos que era poco graciosa… ¡Fue una suerte!”
De aquella experiencia salió con un flamante nombre artístico, Ana Belén, y con un amigo que le cambiaría la vida para siempre: el director de escena Miguel Narros a quien la actriz considera su segundo padre: “Recuerdo cada uno de los montajes que hice con él. Como profesional y como persona, Miguel era muy imaginativo y nada convencional. Trabajar a su lado era una fiesta”. Gracias a él, Ana aprendió que para actuar no bastaba tener un talento innato, sino que había que prepararse. Y comenzó a asistir a las clases que impartían en el TEM (Teatro Estudio de Madrid) el propio Narros y William Layton. De la mano del primero, debutó en el Teatro Español con Numancia, de Cervantes: “A los 15 años, descubrí un mundo impresionante: con toda la represión que había en aquella España gris, el teatro era una explosión de libertad”.
A las clases de arte dramático se sumaron las experiencias vitales que iba acumulando junto a cómicos como Berta Riaza, Julieta Serrano, Guillermo Marín, Carlos Lemos o Pilar Muñoz, maravillosos maestros en el escenario y en la vida con los que compartió inolvidables montajes como El rey Lear, El rufián Castrucho o El sí de las niñas. “Fueron esenciales para mí, aparte de lo que aprendí viéndoles actuar, me ayudaron a tener un pensamiento crítico”. Y siempre en igualdad porque, en ese ambiente de libertad que se respiraba en el mundo teatral, no había espacio para la discriminación por el hecho de ser mujer. “Es más, los papeles femeninos en la escena siempre han sido de una entidad y una importancia impresionante, y lo siguen siendo”. No hay más que ver la larga trayectoria de Ana Belén para darse cuenta de ello, dando vida a personajes como Semíramis, en La hija del aire; Adela, en La casa de Bernarda Alba; Ofelia, en Hamlet, o a Electra, Medea y Fedra.
Concienzuda y entregada a la hora de preparar cada trabajo –tanto para la escena, como para el cine y la televisión, donde ha llevado una carrera igual de exitosa– Ana Belén afronta sus personajes utilizando sus sentimientos, de dentro a fuera, como la enseñaron sus maestros Narros y Layton. Nunca ha dejado de formarse porque, desde la humildad, asegura que aún no sabe nada. Por eso, le gusta confiar en los directores con los que trabaja, entre los que destacan José Carlos Plaza (al que conoció en el TEM y al que considera su hermano), Lluís Pasqual o José Luis Gómez. Y siempre desde el máximo respeto a su profesión y al público. “Quienes nos dedicamos a esto tenemos una responsabilidad cada vez que subimos al escenario, trabajamos para quienes se sientan en el patio de butacas. Yo, al menos, lo que busco es comunicarme con ellos, tanto si canto como si actúo”.
Ni los años ni la experiencia han hecho de Ana Belén una actriz más escéptica; tampoco menos solidaria y comprometida. Porque la interpretación le sigue ayudando a entenderse a sí misma y al mundo en el que vive, le permite seguir tomando partido por las causas en las que cree, como cuando en 1975, aún con el dictador Franco vivo, decidió unirse a sus compañeros en una huelga histórica. O pelear con la censura en cada montaje, película o concierto que daba. “Hay que estar comprometido con la profesión que has elegido, también con el tiempo que te ha tocado vivir. Cualquier cosa que hagamos o digamos resulta una expresión política”.
Ha pasado mucho tiempo, muchos estrenos, muchos premios, muchas vivencias… Aquella niña que vivía en la calle del Oso nunca hubiera imaginado que se convertiría en icono de una generación, que sus canciones serían coreadas por millones de personas, que sus películas y series de televisión la harían musa de tantos directores… y hasta que miles de niñas de este país se llamarían Ana Belén por ella. Sin embargo, cada vez que sube a un escenario y recibe el aplauso del público, esa niña reaparece y vuelve a sentir las mismas mariposas en el estómago que entonces. Ya se sabe, en un espacio sagrado como el teatro, los milagros todavía son posibles.