El espectáculo y la crítica

Grabación

Análisis crítico de La ternura
de Alfredo Sanzol

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EL LEÑADOR AZULCIELO.– (…) ¿Por qué has hecho esto conmigo? Me has privado de la ternura como a un perro apaleado. Has despreciado mi voluntad como se desprecia la voluntad de un gusano. Me has encerrado en esta isla como en una cárcel. ¿Por qué estamos aquí? ¿De qué nos estamos protegiendo? ¿Dónde están los monstruos? ¿Qué derecho tenías de alejarme de la vida? ¡Ninguno! ¡Ninguno! ¡Ninguno! Te odio. Siempre te odiaré. Que todas las mentiras con que me has confundido te confundan a ti.

Azulcielo es un personaje de altos vuelos y de extrema hondura. Padre y hermano han pretendido idiotizarle con la grotesca mentira de que las mujeres son seres que tienen serpientes por cabellos, que sus dientes son afilados como agujas y que dan besos que envenenan. Pero Azulcielo duda, se pregunta, está inquieto, sospecha de las invenciones gestadas por Marrón y su débil cómplice. “No sé si mi vida es un regalo, no sé quién me la ha regalado” –exclama turbado por la sospecha–. La ineluctable epifanía de la verdad de la escena diecisiete anuncia –aunque, afortunadamente, no inicia– un cambio de género en la obra. Tras la sensibilidad de Azulcielo se avista una gran querencia del autor por personajes trágicos o, al menos, altamente dramáticos: Segismundo y Semíramis, Edipo y Ayax. El personaje de Azulcielo supone lo que parece una ocasión a una necesidad íntima del dramaturgo; su propia obra le ofrece una puerta para fisgar en las consecuencias de la ocultación de la verdad. Al joven leñador confinado en la oscuridad, el fuego prometeico le va a hacer mayor y, ¿cómo no?, en tal travesía va a sufrir, se dolerá porque “si queremos amar, nos tenemos que arriesgar a sufrir” (Sanzol). Al saberse víctima del engaño, se alzará con una inesperada y sorprendente furia contra su progenitor, convertido en esa estancia superior contra la que los héroes trágicos se rebelan. Le combatirá hasta el final sin indulgencia, condenándolo al desprecio. Lo interesante del personaje de Azulcielo es que el germen del descubrimiento se está incubando en él desde el principio de la obra. El lector-espectador va a presenciar el despertar a la verdad, a la lucha por su conquista y a la victoria final. El lector-espectador se deleitará contemplando los diferentes tonos que ofrece un personaje redondo al que su autor aprecia especialmente: los tonos de la duda, de la inquietud, de la melancolía, de la osadía, de la protesta, de la valentía, de la decisión:

EL LEÑADOR AZULCIELO.– Entonces, si lo que he visto ha sido real, te puedo decir que una mujer es la belleza hecha carne. Nada que ver con monstruos y visiones horribles. ¡Quiero volver a verla! Aunque, Alférez, sea a vos a quien amo.

Sanzol ha contado con actores y actrices que, mutatis mutandi, parecieran descendientes de James, Richard y Cuthbert Burbage, por lo mucho que entienden la obra, el código y a su autor-director. Trabajo en equipo, resultado de talleres, el magistral (y febril) resultado da testimonio de ello:

Los talleres permiten un acercamiento en espiral a la creación. Al principio, los círculos que hacemos son muy amplios y muy generales. Luego se van cerrando cada vez más. La creación de esa espiral para que sea fértil, cale en el imaginario, y esté llena de conexiones necesita tiempo. Y también el encuentro con otros. Esta es la necesidad de hacer talleres. Tener tiempo para estar con otros. (Sanzol).

Los intérpretes realizan un formidable trabajo cómico en el que se trasluce su complicidad. Los padres, Juan Antonio Lumbreras y Elena González, mantienen un pulso épico. Y los hijos –Natalia Hernández, Eva Trancón, Paco Déniz y Javier Lara– se entregan al enamoramiento clandestino y hasta culpable. Un festín de carcajadas shakespearianas, y sanzolescas, por supuesto. (García Garzón, 2017).

El dominio de un espacio escénico concebido con la querencia hacia lo austero –espacio único despojado de cualquier apoyatura– es confiado al reparto; a su talento y técnica de creación evocadora, a su capacidad alquímica de transformar el aire en aroma, a su aptitud para recrear y traer la extraescena a la escena, vivenciándola. Hacernos ver y sentir a través de ellos:

EL LEÑADOR AZULCIELO.– Padre. Hermano. Mirad allí. En el horizonte. Un enjambre de velas.

EL LEÑADOR MARRÓN.– Parece que el mar ha parido mil mástiles.

EL LEÑADOR VERDEMAR.– El cielo las ha vomitado. Hay más de cien naves. Galeones, galeras, galeazas, urcas, naos, carabelas, zabras y pataches.

A día de hoy, La ternura ha hecho un largo periplo. La compañía lleva hechas 248 funciones, han actuado en más de 60 teatros, han asistido más de 25.000 espectadores. Se ha pedido derechos para representarla en muchos países de Hispanoamérica. Se repondrá en el Teatro Infanta Isabel de Madrid en la temporada 2019/20. En cuanto a premios y reconocimientos: el Valle-Inclán a la dirección, el Max al mejor espectáculo de teatro, el Francisco Rojas al mejor espectáculo teatral, el de la Unión de Actrices y Actores a Natalia Hernández, el José Estruch a Juan Antonio Lumbreras, el Ercilla a la mejor creación dramática…

Sanzol ha armado un enredo de corte clásico, rebosante de cariño por la comedia shakesperiana pero que no se queda en la mímesis. Sus protagonistas son humanos, no caricaturas; criaturas contradictorias, que quieren amar y no saben cómo, que se descubren a cada nuevo paso, con mutaciones delicadas o furiosas, bajo no pocos cambios de identidad y el carnaval de deseos que conllevan (Ordóñez, 2017).

Como en los teatros en forma de O isabelinos, director y actores cuentan con poco para hacernos soñar: un diáfano espacio de color azul resplandeciente con cuatro vanos para entrar, salir, transformarse y llenar la escena de un sinfín de sorpresas concatenadas siempre en ascenso hasta que, por necesidad, todo termina estallando en una afiebrada ceremonia erótico lúdica de la confusión. Ceremonia en la que Titania y Oberón, Helena y Demetrio, Hermia y Lisardo hubiesen suspirado por participar.

Y el espectador abandona la sala excitado por las risas. Cuando estas se van calmando, en el camino a casa, un eco resuena en los oídos y se instala en el corazón. Una última lección, una consigna recordatoria, una aldabada final: la ternura es la manera en la que mejor se expresa el amor.

Bibliografía citada
  • Alonso de Santos, José Luis (1998). La escritura dramática. Madrid, Castalia.
  • Bloom, Harold (2001). El canon universal. Barcelona, Anagrama.
  • Borhaus, John (2005). Cómo orquestar una comedia. Barcelona, Alba.
  • Huston, Nancy (2017). La especie fabuladora. Barcelona, Galaxia Gutemberg.
  • García Garzón, Juan Ignacio (2017), “La ternura: sabroso calderete shakesperiano” , ABC, 12 de mayo.
  • Iser, Wolflang (2004). “Ficcionalización: la dimensión antropológica de las ficciones literarias”, Cyber Humanitatis, 31 (Invierno). En línea: https://web.uchile.cl/vignette/cyberhumanitatis/CDA/texto_sub_simple2/0,1257,PRID%253D14079%2526SCID%253D14081%2526ISID%253D499,00.html
  • Klotz, Volker (1999). Geschlossene und offene Form im Drama (Forma cerrada y forma abierta en el drama). Munich, Hanser.
  • Lavandier, Yves (2010). La dramaturgia. Madrid, Ediciones Internacionales Universitarias.
  • Ordóñez, Marcos (2017), “Princesas y leñadores en el reino de Sanzol”, El País, 12 de mayo. En línea: https://elpais.com/cultura/2017/05/08/babelia/1494257615_010824.html (Consulta: 15 de julio de 2019).
  • Sanzol, Alfredo (2017), La ternura, Madrid, Ediciones Antígona.
  • Sanzol, Alfredo (2019), “La ternura trata de la imposibilidad de protegernos del dolor”. En línea, Web de Teatro de la Ciudad: https://teatrodelaciudad.es/la-ternura-trata-de-la-imposibilidad-de-protegernos-del-dolor/ (Consulta: 15 de julio de 2019).
  • Vinaver, Michel (1993). Écritures dramatiques. Essai d´analyse de textes de theatre (‘Escrituras dramáticas. Intento de análisis de textos de teatro’). Arles, Actes Sud.