Entrevista

Entrevista con Ignacio García. Un puente hacia un nuevo Siglo de Oro

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Es difícil describir la trayectoria de Ignacio García en unas cuantas líneas, ya que se podrían desarrollar numerosos estudios sobre su visión como director de teatro y de ópera o su trabajo musical para la escena, entre otras de las muchas actividades artísticas con las que ha impactado la cultura a nivel nacional e internacional. Ignacio García se licenció en dirección de escena por la Real Escuela Superior de Arte Dramático (RESAD), y además de trabajar como adjunto en la dirección artística del Teatro Español de Madrid (2004-2009) o como programador del Festival Internacional de Dramaturgia Contemporánea DramaFest de México, su carrera se ha ido nutriendo de la dirección de obras del teatro del Siglo de Oro en España y en el extranjero. De hecho, García ha estado ligado desde hace años al Festival de Almagro, como ayudante de dirección en un principio y como director de numerosos espectáculos más adelante. (fig. 1).

Si este es el currículo oficial ‒muy abreviado‒ de este gran hombre de teatro, al hablar con él, uno se da cuenta que Ignacio García tiene otra hoja de vida, en la que se destaca una genuina pasión por el teatro clásico y por América Latina y una extremada sensibilidad por los cambios sociales que estamos viviendo hoy en día, no solo en España sino alrededor del mundo. Para los estudiosos del teatro áureo ‒especialmente para quienes, como yo, estamos interesados sobre todo en la puesta en escena‒, que una compañía cambie de director o que un festival cambie de liderazgo tiene una importancia muy calculada. Afectará al contexto de nuestros estudios, pero estos nombres que resuenan en los medios de comunicación quedan relegados para la mayoría de nosotros a una distancia reverencial como sujetos de nuestros análisis e interpretaciones. Ignacio García no es uno de estos nombres y, en este este sentido, representa una apertura esperanzadora tanto para los profesionales de la escena, los críticos, los académicos y los espectadores, todos ellos pilares del andamiaje teatral.

Tuve el honor de conocer a Ignacio García en el congreso que la Association for Hispanic and Classical Theater (AHCT) organiza todos los años en el Paso, Texas, en colaboración con el International Siglo de Oro Drama Festival en el Chamizal National Memorial. En esta ciudad fronteriza, Ignacio García vino a dar una conferencia magistral como ponente invitado y a compartir con nosotros su visión para los próximos cinco años en los que estará al frente de Festival de Almagro.

Sé por experiencia propia que los académicos no somos una ‘fauna’ fácil de llevar, pero puedo asegurar que a las más de setenta personas que estábamos allí, escuchándole, nos emocionaron sus palabras y nos contagiamos con su pasión y amor por los clásicos y su ilusión por liderar y dar nuevas alas al teatro del Siglo de Oro y Novohishispano en el contexto del Festival y más allá de él. Estoy profundamente agradecida y honrada de que Ignacio García accediera a concederme esta entrevista en la que me gustaría explorar su trayectoria como artista polifacético y gestor cultural y su llegada a este nuevo cargo en el que creo que marcará un antes y un después.

Esther Fernández: ¿Cuál fue tu primer contacto con el teatro clásico y qué papel tuvo el teatro áureo a lo largo de tu licenciatura en la RESAD?

Ignacio García: Mi primer contacto con el teatro clásico fue en la escuela, en Secundaria, donde tuve la suerte de tener profesores que nos enseñaron con pasión y entusiasmo los grandes textos. Después viví con pasión en mi adolescencia los montajes de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) de Adolfo Marsillach, y con dieciséis años dirigí e interpreté, muy mal ambas cosas, La vida es sueño de Calderón, en las Escuelas Pías, donde estudiaba, y seguí leyendo compulsivamente nuestros clásicos. Ya en la RESAD, tuve la suerte de contar con grandes maestros de verso, desde Fernando Doménech a Vicente Fuentes, quienes me mostraron ya un camino mucho más profundo sobre el verso. Mi primer trabajo con verso fue recién licenciado, como ayudante de dirección de Antonio Malonda y Juanjo Granda en El rufián Castrucho, de Lope. En los dos años siguientes dirigí en Almagro Los empeños del mentir, de Hurtado de Mendoza y Quevedo (fig. 2), y Los empeños de una casa, de Sor Juana Inés de la Cruz (fig. 3).

EF: ¿De qué manera los años que has pasado trabajando fuera de España te han transformado a nivel profesional?

IG: Absolutamente, con un cambio total en la manera de mirar tanto el trabajo como el patrimonio. En el primer aspecto, la obligación de cambiar de sistema de trabajo, de producción y actoral, en países y continentes tan diversos, te obliga a comprender y escuchar al otro, a entender el contexto y el público, y a adaptarte a procesos muy diferentes, que a su vez impregnan, contaminan y enriquecen los resultados finales. No es lo mismo Lope en México que en Costa de Marfil, Calderón en India o en Colombia, o Cervantes en España que en la India. El contexto lo es todo, y es una maravilla ver cómo ese repertorio único se entiende en lo esencial igual, pero se reinterpreta y colorea diferente. Y en ese sentido uno se da cuenta de que la justicia de Quijote, la dignidad de Tisbea o la libertad de Segismundo son inmutables y eternos, y siguen golpeando y conmoviendo en el mundo entero, a pesar de que la manera de interpretarlo sea completamente diferente.

EF: Has trabajado mucho en Latinoamérica y en países con tradiciones teatrales muy ricas y también muy apegadas a su identidad y a su historia. ¿Crees que la mirada latinoamericana enriquece al teatro clásico español en la actualidad?

IG: Por supuesto, Latinoamérica es Siglo de Oro tanto como España, por tradición (desde Juan Ruiz de Alarcón a Sor Juana Inés), por patrimonio y también porque ese repertorio sigue vivo y haciéndose en América Latina tanto o más que en España. Creo que la mirada desde América es más libre, menos prejuiciosa y más valiente en muchos aspectos, y que cada país tiene una manera diferente de decir (fonéticamente) y pensar el verso. También creo que la propia realidad sociológica americana, más joven y dinámica, entiende mejor que Europa el fenómeno cultural como transformador de la sociedad a través del teatro.

EF: Me llama mucho la atención esa ‘doble vida’ que llevas entre la parte musical de tu carrera (tu interés por el teatro lírico, director de ópera, adaptador musical) y tu dedicación a la dirección de escena. Sé que son tareas complementarias, pero ¿cómo se enfrenta un director de escena al trabajo de la adaptación musical?, ¿cómo se dejan de lado las ideas propias que surgen cuando participas tan íntimamente en la visión de otro director? (fig. 4 y fig. 5).