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2. VARIA

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2.6 · AZORÍN Y MAETERLINCK


Por Armin Mobarak
 

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2. Las analogías entre La trilogía de Maeterlinck y Lo invisible de Azorín

Martínez Ruiz, en el prólogo de su trilogía, señala a Rilke y su obra como su fuente de inspiración al escribir Lo invisible: “La lectura de la obra maestra del gran poeta, Los cuadernos de Malte Laurids Brigge –el libro de la muerte–, ha suscitado estos tres actos, escritos para que una actriz pueda desenvolver todo su arte” (Azorín, 1998:50). Pese a este comentario, creo que Azorín al leer a Rilke se acordaba de Maeterlinck en gran medida, puesto que el autor belga fue una de las principales inspiraciones del poeta austríaco (Angelloz, 1952).

Rilke se inspiró en el repertorio del autor de El pájaro azul, porque el concepto de la muerte fue su principal interés en la literatura, y sabía que el verdadero maestro de este tema fue el autor belga. No nos corresponde aquí hablar sobre las analogías entre estas dos grandes figuras literarias, por lo tanto, nos vamos a centrar en las similitudes entre Martínez Ruiz y Maeterlinck.

La muerte es el tema principal de las tres obritas azorinianas, al igual que lo es en La intrusa, Los ciegos e Interior de Maeterlinck. Además, la ambientación y los detalles escénicos presentan curiosas coincidencias en estas obras, como puede deducirse del análisis de las acotaciones, en el que detendremos a continuación.

2.1. La acotación2

La intrusa: Una habitación bastante oscura. Una puerta a la derecha, otra a la izquierda y una puerta pequeña camuflada en un rincón. Al fondo, ventanas con vidrieras en las que predomina el verde y una puerta de cristal que da a una terraza. En un rincón, un gran reloj de pared flamenco. Una lámpara encendida.

Los ciegos: Antiquísimo bosque septentrional, de aspecto eterno, bajo un cielo profundamente estrellado. En medio, hacia el fondo de la noche, está sentado un sacerdote muy anciano, envuelto en ancha capa negra. El busto y la cabeza, ligeramente inclinados y mortalmente inmóviles, se apoyan contra el tronco de una encina enorme y cavernosa. El rostro es de inmutable lividez de cera, y en él se entreabren los labios violetas. Los ojos, mudos y fijos, no miran ya del lado visible de la eternidad, y parecen ensangrentados bajo gran número de dolores inmemoriales y de lágrimas. Los cabellos, de blancura muy grave, caen en mechones rígidos y escasos sobre el rostro, más iluminado y más cansado que todo cuanto le rodea en el silencio atento del hosco bosque. Las manos, enflaquecidas, están rígidamente juntas sobre los muslos. A la derecha, seis ancianos están sentados sobre piedras, troncos y hojas secas. A la izquierda, y separadas de ellos por un árbol descuajado y pedazos de roca, seis mujeres, también ciegas, están sentadas frente a los ancianos. Tres de ellas rezan y se lamentan con voz sorda y sin interrupción. Otra es muy vieja. La quinta, en actitud de muda demencia, tiene en las rodillas a un niño dormido. La sexta es deslumbradora de juventud, y su cabellera inunda todo su ser.

Llevan, como los ancianos, vestiduras amplias, sombrías y uniformes. La mayor parte de ellos esperan, con los codos sobre las rodillas y el rostro entre las manos; y todos parecen haber perdido la costumbre del gesto inútil y no vuelven ya la cabeza a los rumores ahogados e inquietos de la Isla. Grandes árboles funerarios, sauces llorones, cipreses, les cubren con sus sombras fieles. Una mata de grandes asfódelos enfermizos florece, no lejos del sacerdote, en la noche. Está extraordinariamente oscuro, a pesar de la luz de la luna, que aquí y allá se esfuerza por apartar un momento las tinieblas de los follajes

Interior: Jardín antiguo, plantado de sauces. En el fondo, una casa cuyas tres ventanas del piso bajo están iluminadas. Se ve con bastante claridad una familia que vela a la luz de la lámpara. El padre está sentado junto a la lumbre. La madre, con un codo apoyado en la mesa, mira al vacío. Dos jóvenes vestidas de blanco bordan, sueñan y sonríen en la tranquilidad de la estancia. Un NIÑO dormita con la cabeza apoyada sobre el hombro izquierdo de la madre. Parece que cuando alguno de ellos se levanta, anda o hace un gesto, sus movimientos son graves, lentos, breves y como espiritualizados por la distancia, la luz y el velo indeciso de la ventana. El anciano y el forastero entran con precaución en el jardín.

La araña en el espejo: Sala decorosa. Puerta a la derecha; puerta a la izquierda. Al fondo, ancho balcón por el que se divisa, en la lejanía, el mar. Una mesita con libros...

El segador: En una reducida y pobre casita de labriegos. Cocina con chimenea de campana; puerta al fondo; al fondo también, no lejos de la puerta, una ventana. Puerta a la derecha. En la pared de la derecha, un retablito con una Virgen, y delante de la imagen una mariposa encendida, en un vaso. Una cuna con un niño de meses. Las paredes, blancas, con un zócalo de vivo azul, separado de lo blanco por una raya negra. Crepúsculo vespertino. María cose junto a la ventana. Breve pausa. La puerta está entornada. Entra, sin llamar, Pedro.

Doctor Death, de 3 a 5: Salita desmantelada. Tres paredes pintadas de azul claro. Puerta al fondo; puerta a la derecha. Una ventana a la izquierda. Ni cuadros ni cenefas ni más muebles que dos sillas y una mesita. […] Se oye ruido de forcejeo en la puerta del fondo. El ayudante del doctor debe ir vestido en esta primera con el traje blanco.... [Fig. 3].

En las acotaciones de los dramas que se desarrollan en un espacio cerrado, la orientación acentuada de las puertas me ha llamado la atención. Por una parte, en La intrusa e Interior, y, por el otro, en las tres obritas azorinianas; la muerte atraviesa, invisiblemente, la puerta. Golpes a la puerta, ruido de la puerta… tantas indicaciones hacia ella nos transmiten una sensación macabra. Curiosamente, en las acotaciones de La intrusa, La araña... y Doctor Death... existen dos puertas bien indicadas, la de la derecha y la de la izquierda. No me parece una mera coincidencia si en estas obras observamos que el anuncio de la muerte se realiza a través de la puerta de la derecha. En el primer drama de Maeterlinck el niño que se asocia con la muerte está dormido en la habitación de la derecha; su llanto en el último instante de la obra cruza esta puerta y nos predice que un hecho terrible ha sucedido en la casa. En el drama de La araña en el espejo, vemos dos puertas en el escenario, don Pablo, el mensajero de la muerte de Fernando, entra por la puerta de la derecha (la acotación explícitamente nos orienta porque hay otra puerta en la izquierda también). Y finalmente, en la última pieza de Lo invisible, la enferma está esperando para entrar al despacho del médico que está situado en la derecha. Hay algo más sobre el misterio de las puertas. La enferma de Doctor Death... no consigue entrar muy fácilmente al consultorio, como si la puerta fuera el símbolo del portal de la vida y la muerte, que sería difícil atravesar. El personaje del segador en el drama con el mismo título llama a las puertas de sus víctimas y luego desaparece. En La intrusa nos encontramos con una ventana que no se quiere cerrar y la puerta de la entrada que está abierta sin que nadie hubiera entrado en la casa. Sinceramente, no creo que estas analogías fueran al azar entre algunas piezas de ambas trilogías.

Otro punto común que merece una reflexión es la hora de la llegada de la fatalidad: las 12 de la noche en La araña en el espejo, al igual que en La intrusa, y la noche sin concretar la hora en El segador y Doctor Death... al igual que en Los ciegos e Interior. Es decir, la noche y la oscuridad se asocian con la llegada de la muerte en ambas trilogías. No cabe la menor duda de que esta analogía podría ser una mera coincidencia, puesto que la oscuridad y el temor a lo desconocido siempre han estado juntos. Pero, a pesar de esto, destacar las 12 horas en punto como la hora de la muerte del marido de Leonor no nos puede dejar indiferentes sabiendo que Azorín admiraba La intrusa maeterlinckiana. Es cierto que, según la tradición literaria, las doce de la noche se asocia normalmente con el miedo y el terror, sin embargo, creo que Azorín lo indicó con cifras, y de modo explícito haciéndonos recordar la escena en la que llega la muerte a las 12 en punto en la tragedia maeterlinckiana:

La intrusa: Suenan las doce, y con la última campanada parece que se oiga muy vagamente un ruido como de alguien que se levanta a toda prisa (Maeterlinck, 2000, p. 102).
Lucía.– Cuando a las doce trajeron el primer telegrama, no hicieron ruido al llamar (Azorín, 1998, p. 61).



2 Las palabras en cursiva y negrita son nuestras.

 

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