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4. EFEMÉRIDE

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4.1 · LA MALQUERIDA, CIEN AÑOS DESPUÉS


Por Virtudes Serrano
 

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La Malquerida en su estreno de 1913

Tomás Borrás (1914, 22), al resumir los éxitos del año anterior en “El año teatral”, comentaba sobre la obra y el montaje de Benavente:

Es La Malquerida una tragedia que tiene la fuerza y la simplicidad del teatro griego, y en la que, como en todas las obras de Esquilo, la protagonista es la fatalidad.

Sintéticamente podemos resumir las bellezas de La Malquerida en tres: maestría técnica, grandeza del asunto, realismo escrupuloso, de tal modo, que La Malquerida tiene, como todo lo que es obra del genio, carácter universal dentro de lo particular del argumento.

Más que las pasiones, Benavente maneja en La Malquerida las fuerzas de la Naturaleza: el instinto, la atracción de los sexos, la fatalidad, el odio, la venganza. El atrevimiento del dramaturgo, entregando a sus personajes a la lucha con los designios de esa muda esfinge desconsoladora, con ese tremendo “ananké”, es uno de los mayores méritos de la tragedia. La solución, bárbaramente hermosa de La Malquerida, rompe con los moldes ñoños y tímidos que usan los contemporáneos.

Unánime se mostró la crítica posterior al estreno al expresar alabanzas para el autor, el texto y los intérpretes. El anónimo crítico de ABC (1913, 13) da cuenta de la expectación reinante ante el estreno de de esta nueva obra de Benavente, después de dos años de silencio escénico del escritor:

Hacía varios días que las localidades se habían agotado, y ayer estaba ya vendido el teatro para la segunda representación, que tal interés, tan enorme curiosidad sentía el público por volver a su autor predilecto.

Supondréis, por lo que decimos, cuál sería el aspecto de la elegante sala de la Princesa. La más granada representación del aristocratismo, de la política, del intelectualismo, de las artes, del periodismo, de cuanto en Madrid, en fin, supone y vale había congregado allí. En la batería esplendió la luz, cesó el hervidero de las conversaciones y en un recogido silencio la cortina subió pausadamente.

Tras este preámbulo tan teatral sigue la explicación, de lo que la escena iba mostrando:

Un interior en una casa bien acomodada de un pueblo castellano, en el corazón de Toledo. El ajuar, típicamente sobrio. Una cómoda, una mesa camilla, sofá y sillas de Vitoria; algunas imágenes y estampas en las paredes; un reloj de cuco; nada más. La penumbra crepuscular entona el cuadro completando la realidad del ambiente reproducido.

Y el juicio que le merece el drama:

Se resuelve con una situación tan intensamente dramática y nueva, que en el público produjo una grandísima impresión. El carácter de Acacia, que el autor mantiene en una vaguedad, en una inexpresión habilísima durante toda la obra, con la destreza de un taumaturgo, se descubre […] en un efecto tan sorprendente como teatral. […] Benavente no podía conducir su obra hacia un final burgués y plácido con el comentario de una moraleja. La obra acaba como debe acabar, con la salvaje, frenética explosión de aquellas dos almas […]. El drama […] va conciso y rápido siempre a la entraña del asunto con un vigor y una expresión precisos.

Benavente fue aclamado con frenesí en varias ocasiones.

Tras el rotundo aplauso a los intérpretes (señora Torres, señorita Ladrón de Guevara, señores Vilches, Carsi, Mariano Díaz de Mandoza, y Juste), y, sobre todo a María Guerrero y a Fernando Díaz de Mendoza, el crítico terminaba su comentario sobre el estreno de La Malquerida afirmando: “Una solemnidad, una de las más grandes solemnidades que hemos presenciado hace tiempo, fue la de anoche”.

Arimón (1913, 3) opinaba desde las páginas de El Liberal:

La Malquerida es una de las obras de más intensidad dramática que se han escrito de muchos años a esta parte. Tiene el carácter grandioso de los dramas dannunzianos y produce desde el primer momento esa impresión hondísima con que el genio sabe sugestionar al público, apoderándose de él y haciéndole sentir el escalofrío de las grandes tragedias.

 La crítica, muy extensa, celebra todos los constituyentes de la obra y resalta el verismo con que están tratados asunto y personajes, aspecto, indica, que no se daba ni en el drama ni en la tragedia en el momento:

La observación y el verismo sólo campeaban en la comedia y en el sainete, y estaban como proscritos del drama y de la tragedia.

Benavente ha roto con esa especie de norma y ha llevado a su última creación los tonos de la verdad misma, tanto en el lógico desarrollo de la acción en todos sus incidentes como en el lenguaje de los personajes que en la obra intervienen.

Ha trazado, pues, una composición grandiosamente trágica por su emoción y perfecta por su maravillosa estructura.

En la primera página de Heraldo de Madrid (13 de diciembre de 1913) se pondera ampliamente el triunfo de la pieza de Benavente. Una columna introductoria del diario lo celebraba con fervientes palabras:

Ayer, en el teatro de la Princesa, este pueblo español tan sufrido, tan abnegado, que vuelve con desdén la espalda a los políticos y que contempla escéptico el porvenir de la nación, se sintió renacer a la vida fecunda del entusiasmo clamoroso, presenciando la representación de La malquerida. La España grande, gloriosa; la España de Tirso de Molina, de Calderón, de Lope […] vibró victoriosa en el estremecimiento artístico de las almas de los espectadores. […] La tragedia clásica, sorprendida por el dramaturgo en un rincón de Castilla, le mostraba una vez más a España sus ignoradas grandezas. El genio de Eurípides enviaba un fraternal saludo al de Benavente. Fedra y La malquerida vivirán desde ayer juntas en el cuadro de la literatura universal.

A continuación, el crítico teatral Manuel Bueno (1913, 1) elogiaba sin reservas el estreno y a los artistas y defendía al escritor frente a sus detractores: los que aducían que por ser académico no quería exponer su prestigio con un fracaso y los que afirmaban que se había “agotado” su creatividad. En su apreciación, Bueno vuelve a incidir en la raíz clásica de la que se nutre la pieza:

El drama entra en el campo luminoso de Grecia, y nuestro espíritu evoca el recuerdo de Eurípides. Un personaje invisible y mudo hace su aparición; es la fatalidad.

Su panegírico llega a todos los intérpretes y destaca:

María Guerrero, nuestra gran trágica, alcanzó las cimas de la perfección. […] Fernando Díaz de Mendoza […] dio al tipo de Esteban toda la patética verdad que requería para convencernos. […] María Ladrón de Guevara, […] admirable y con un dominio de la escena difícil de superar.

Subraya la pericia de Benavente para conducir la acción y componer los personajes y considera La Malquerida “tragedia admirable, condensación definitiva de todos los aspectos del talento creador del dramaturgo”.

En la misma página figura la jocosa noticia del estreno que ofrece el humorista Juan Pérez Zúñiga, quien firma su “Cosquilla”:

En la Princesa, donde brilla
la gente chic continuamente,
se estrenó ayer una cosilla
de un tal Jacinto Benavente,
el cual revela entre deslices
que le censuran más de cuatro,
disposiciones muy felices
para el cultivo del teatro.

En El Imparcial, José de la Serna (1913,1) abría su crítica con los tres “Vivas” lanzados por el público asistente: “¡Viva Benavente! ¡Viva María Guerrero! ¡Vivaaa!”, para continuar encareciendo la bondad del espectáculo:

El teatro entero prorrumpió al final del segundo acto en estos ensordecedores vítores. […] El genial dramaturgo y la excelsa trágica se remontaron anoche a las más altas cúspides del arte. […] La malquerida ha logrado, a mi juicio, fundir en una síntesis tan perfecta, como posible es humanamente, sus dos naturalezas literarias. La malquerida es, por dentro, de íntima psicología, motor principal, único de la acción externa. La malquerida, por fuera, en su acción externa, corresponde admirablemente al medio rústico, violento, brutal en que respira y vive.

Al final, afirma: “En suma: Un gran drama, una gran interpretación y un gran público”.

Bernardo G. de Candamo (1913,1) reafirmaba con esta pregunta y su inmediata respuesta la admiración por el autor y por la grandeza del texto:

¿Faltaba algo a la figura ilustre de Jacinto Benavente para lograr una apoteosis definitiva, para conseguir demostrar su capacidad extraordinaria, que le permite abordar todos los géneros? A Benavente le pedían muchos pasión, violencia, rudeza. Jacinto Benavente contestó anoche con un drama incomparable, superior a cuanto en tal sentido podían exigirlos que ansiaban encontrar en el arte del gran dramaturgo una emoción inspirada por el instinto, o una conmoción producida por una lucha brutal de sentimientos encontrados.

El triunfal estreno de esta pieza traspasó fronteras y, traducida al inglés,se representó en 1920 en Estados Unidos8, donde, un año después, se realizó una versión cinematográfica dirigida por Herbert Brenon9. El estreno en España de La Malquerida fue todo un acontecimiento, como muestran los testimonios próximos10 y las múltiples puestas en escena de las que ha sido objeto. En 1955, tras la muerte del Benavente, La Malquerida concurrió con gran éxito al Festival Internacional de Arte Dramático de Paris, como homenaje a su autor, en el montaje de Claudio de la Torre con Tina Gascó en el papel de Raimunda [fig. 3]; sus duraderas calidades teatrales han vuelto a aflorar cada vez que ha pisado los escenarios. Muy destacable resultó la puesta en escena realizada en 1988 por Miguel Narros en el Teatro Español de Madrid [fig. 4]. En esta ocasión, representaron los principales papeles Ana Marzoa (Raimunda), Aitana Sánchez Gijón (Acacia), Helio Pedregal (Esteban) y José Pedro Carrión (El Rubio). La recepción de la obra por la crítica posterior al estreno se vio lastrada en ocasiones por prejuicios que poco tenían que ver con los valores dramatúrgicos de la pieza; no obstante se hubo de reconocer la esencial teatralidad de situaciones y personajes; Eduardo Haro Tecglen (1988, 34) la calificó, en su crítica del estreno de “lección de teatralidad”; Fernando Lázaro Carreter (1988, 12) realizó una ponderada crítica y apuntó que “la vetustez” del texto “no impide asombrarse de la formidable energía teatral que poseyó su autor” y, más adelante, afirma: “Es La Malquerida una obra insigne, porque resulta de un genio teatral incuestionable”.

Con motivo del estreno, Miguel Narros (1988, 2) explicaba que la obra “nos ha descubierto a través de su análisis a un Benavente que todavía tiene voz y fuerza para comunicarse con el público”. Francisco Ynduráin (1988, 5) indicaba también cómo al margen de localismos o lugares comunes “el problema de pasión frente a deber”, que él detecta en la pieza, “puede y podría valer para cualquier lugar y tiempo de nuestra historia mayor”, y Enrique Llovet (1988, 4) hacía notar que “Los intereses creados, Señora Ama y La Malquerida, son obras mayores” porque escapan a la servidumbre a la que el éxito había sometido a Benavente desde sus comienzos11.

Al analizar el texto benaventino con una mirada actual, no podemos por menos de considerar que el autor, como hábil artífice de la escena de su tiempo, no renunció a dar al público lo que esperaba y, no obstante, llevó a cabo experiencias renovadoras que afectan, en buena medida, a la construcción de sus personajes femeninos, a los que defiende por encima de los demás, haciéndolos capaces de decisiones y sacrificios que los elevan como criaturas dramáticas y les conceden categoría humana. Por otra parte, la solidaridad que establece entre sus mujeres al final de las obras se puede considerar como un elemento más de modernidad, como he afirmado en otras ocasiones (Benavente, 2002 y Serrano, 2005). Benavente, fiel a unos conceptos canónicamente establecidos y aceptados de distribución de intereses y funciones (hombres/mujeres) realza el concepto de “madre” pero, al hacerlo, está dando especial relieve a lo femenino. Sus protagonistas Raimunda y Acacia poseen sin duda alguna mayor entidad como personajes, y más matices en su construcción y mayores calidades humanas que los hombres con los que conviven en escena. La resolución dramática de Raimunda configura a una de las mujeres más interesantes del teatro español del siglo XX y el sorprendente estallido de la verdad de Acacia es uno de los momentos teatralmente más logrados por su autor. La incontenible humanidad que este drama rezuma, la verdad en la composición de personajes y reacciones, la solidez de su construcción dramatúrgica lo sitúan en el primer término de la producción benaventina y en uno de los primeros de la literatura dramática de la primera mitad del XX, como tantas voces han expresado. Sin quebrantar los modelos al uso, Benavente supo hacer que estas mujeres puedan ser en el siglo XXI objeto de nuevas interpretaciones, como fueron en su tiempo paradigmas que siguieron dramaturgos de tendencia más rupturista. A los cien años de su estreno, La Malquerida es un texto que merece formar parte de un repertorio de teatro clásico español.



8 Ismael Sánchez Estevan (1954, 142) indica: “Ha sido probablemente La Malquerida la obra que más ha contribuido a la divulgación de Benavente fuera de España, más acaso que los mismos Intereses creados, también muy extendidos. En los Estados Unidos, la excelente traducción de John Garrett Underhill, que lleva el bello título de The Passion Flower, estrenada el 13 de enero de 1920 en el Greenwich Village Theatre, llevaba en 1923, según los datos publicados en su estudio por Federico de Onís (1923, 40-41), más de 750 representaciones en diversos Estados de la Unión”.

9 La pieza ha sido llevada al cine en tres ocasiones más: en 1914 la dirigió Ricardo de Baños, con guión del autor; en 1940 volvió a la pantalla con versión y dirección de José López Rubio; y, en 1949, la dirigió el mexicano Emilio Fernández, con Dolores del Río como protagonista (Moncho Aguirre, 2012, 176-182) [fig. 2].

10 Federico Santander Ruiz-Giménez (1914, 3) comentaba: “El año de 1913 terminó para el teatro español con un acontecimiento excepcional. El éxito de La Malquerida, de don Jacinto Benavente. Un grande, clamoroso, estupendo éxito. […] y desde aquel día La Malquerida perdura en el cartel de dicho teatro [el de la Princesa], y recorre en triunfo los escenarios de toda España”.

11 En noviembre de 1951, Antonio Buero Vallejo (1994, 587), al responder a la encuesta “Los grandes del teatro español hablan del teatro mundial”, que se publicó en el Correo Literario, explicaba sobre Benavente: “Una posición muy personal. Tanto que nunca se me ocurre aplicarle esos epítetos provincianos de “El glorioso don Jacinto” o “Nuestro premio Nobel”. Pero siempre serán suyas La malquerida, Señora ama y Los intereses creados, por ejemplo. Lo cual ya es demasiado para cualquier autor”.

 

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