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2. VARIA

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2.5 · LA RECEPCIÓN DE LA OBRA DRAMÁTICA DE MAX FRISCH EN LA DICTADURA


Por David Ladra
 

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2.4. Biografía

Los estrenos del teatro de Frisch en España se van regularizando. Montada ya el año anterior en el Teatro Nacional de Cámara y Ensayo, Adolfo Marsillach pone en escena Biografía (Biografie, Ein Spiel, 1967) a finales de abril de 1969 [fig. 7 y fig. 8]. El montaje se lleva a cabo en el teatro Español, del que Marsillach era director por entonces, y a los pocos meses de su espléndido –y rápidamente prohibido por el régimen– Marat-Sade. La crítica de Lorenzo López Sancho en ABC (1969, 73) es aún más entusiasta que la que se ha recogido más arriba de Don Juan, aunque buena parte de sus alabanzas se dirija en esta ocasión al trabajo como director de Marsillach y al del figurinista y decorador Paco Nieva, que suplen con muñecos, grabaciones de voz y proyecciones la presencia de los numerosos personajes secundarios de la obra. De este modo, los actores “reales” quedan reducidos a tres, que interpretaron el día del estreno Marisa de Leza, José María Rodero y Luis Morris. Dice López Sancho de la función:

Teatro de hoy, plenamente inserto en nuestro tiempo. Teatro para el hombre de hoy que vive perezosamente instalado en un pasado cultural que le hace inauténtico viviendo vidas prefabricadas mediante conceptos elaborados por generaciones extinguidas. Eso es lo que Marsillach, arrastrando genialmente a Max Frisch hacia adelante, ha encaramado al escenario del Español con su valiente, insuperable creación de Biografía.

Y tras llevar a cabo un estudio minucioso de la obra, termina escribiendo: “La gran hazaña de Marsillach es haber vuelto a saltar limpiamente a un espectáculo teatral digno de Europa”. Y es que nuestra baqueteada intelligentsia llevaba muchos años aspirando a que nuestro teatro alcanzase el nivel del que se hacía del otro lado de los Pirineos.

Con motivo de la puesta en escena de Biografía, Primer Acto publica en agosto de 1969 (Frisch, 1969a, 40) un monográfico sobre la función. Junto con una serie de datos sobre la vida y la obra de Max Frisch, contiene un texto del autor, Sobre teatro (Frisch, 1969b, 10) y tres colaboraciones de los responsables del montaje, el director Adolfo Marsillach (1969, 34), el escenógrafo Francisco Nieva (1969, 38) y la traductora Genoveva Dieterich (1969, 36), además de un análisis un tanto metafísico sobre culpa y remordimiento, aplicados al protagonista de la misma, que firma Eduardo Queizan (1969, 14) y que Marsillach rebate puntillosamente en su artículo. Y es que, en efecto, junto a ser, con La ira de Philippe Hotz, su obra más “teatral”, repleta de entradas y salidas, repeticiones, cortes y vueltas atrás, Biografía se nos aparece como la obra más personal de Frisch. Su protagonista, el señor Kürmann, es un trasunto del autor que, por otra parte, maneja los hilos de la trama desde la propia escena asumiendo en potencia el papel del Registrador. De lo que aquí se trata es de la confrontación entre la identidad y el destino, un tema clave en la dramaturgia de la permutación9de Frisch. El Registrador le dará a Kürmann múltiples ocasiones para cambiar su vida, que éste considera insatisfactoria; y Kürmann las irá rechazando una por una y volverá a caer en los mismos errores. En realidad, el destino no existe –tan solo existen las circunstancias– y somos nosotros los que nos lo creamos. En eso, en trazarnos un destino probablemente erróneo, consistiría nuestra libertad. Como dice Marsillach en su trabajo:

el señor Kürmann, científico preocupado por los fenómenos del comportamiento humano, no se siente libre, no es libre. Ni yo. Ni nadie. Los hombres –metidos en el sarcástico laberinto de su existencia– buscan el camino de la libertad sin encontrarlo. ¿Por qué? Según Frisch, unas veces por las puertas que les cierra la sociedad en que viven y otras por las que –estúpidamente– se cierran ellos mismos.

 

2.5. La muralla china

Dos montajes de obras de Max Frisch verán la luz en 1971. El 22 de enero de ese año Tamayo estrena en el teatro Bellas Artes La muralla china (Die chineisische Mauer. Eine Farce, 1947, 1955) adaptada por Jaime Salom e interpretada por un amplio reparto en el que destacan Javier Escribá (así, con su apellido original, lo escribe el ABC), José Vivó y Pilar Velásquez [fig. 9]. Los decorados eran de Burman y los figurines de Emilio Burgos y Miguel Chang. Se ve que, para entonces, Frisch se ha convertido ya en un autor de repertorio para un teatro comercial de calidad como era el que montaba Tamayo, hasta el punto de ir a rebuscar en su producción una obra escrita hacía ya dieciséis años, si nos referimos a su segunda versión, y casi veinticinco a la primera10. Una vez más, la crítica de Lorenzo López Sancho (ABC, 73) es muy favorable a la obra de Frisch, aunque no deje de lamentar el pesimismo histórico que la caracteriza y se agarre como a un clavo ardiendo a los escasos rescoldos humanísticos –los dos momentos inicial y final con Romeo y Julieta– que quedan en la obra tras la radical revisión del autor. En todo caso, resume el tema con rigor:

La tortura, la condenación del justo es un acontecer diario, cualquiera que sean las civilizaciones, las religiones, los credos políticos o morales, así como las épocas. Pero si en el curso de los siglos cualquier tiranía era ejercida en unos límites espaciales y temporales muy reducidos, lo que la hacía, en cierto modo, anecdótica, hoy el tirano, cualquier tirano, al poseer los medios de destrucción que pueden aniquilar al planeta y convertirlo en una coliflor sucia y yerta, navegando por el vacío, tiraniza irremisiblemente a toda la Humanidad. Los pensadores, los intelectuales nada hacen por evitarlo. Su palabra es desoída. Su sacrificio inútil. [...] Es dura, desconsoladora, la lección pero está dicha con un ingenio mordaz, cínico, brillante y planteada en términos de absoluto humano.

Y cierra López Sancho su crítica con una alocución ética, biempensante aunque siempre prudente, muy acorde con los tiempos de cambio que corrían:

En la medida en que una sociedad entiende y acepta una crítica despiadada que no la apunta sólo a ella, sino a todas las sociedades humanas a lo largo de milenios, se ve el grado de madurez cultural y social de un pueblo.



9 Obsesionado por el tema de la identidad, que se impone en su conocida trilogía novelística –No soy Stiller, Homo Faber y Digamos que me llamo Gantenbein–, Frisch utiliza todos los recursos que le ofrece la representación dramática –el juego entre actor y personaje, el relativismo del tiempo y del espacio escénicos, la presencia de un Comentarista que relanza la acción una y otra vez y asegura la relación con el público– para intentar concretar sobre la escena un concepto tan sutil como el de esa permuta con el hombre de ayer que llevamos a cabo al levantarnos cada día.

10 En cierta manera, Marsillach le arrebató a Tamayo el estreno de la obra más reciente de Frisch, que era precisamente Biografía, puesta en escena en 1968.

 

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