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Homenaje

Juan Serraller, nuestro editor

Emeterio Diez Puertas

Página 2

Seguro que han visto la película El editor de libros (Genius, 2016). Trata del editor Max Perkins (Colin Firth) y de su relación con el escritor Thomas Wolfe (Jude Law). Yo me quedé con esas escenas en las que Wolfe entregaba a Perkins un manuscrito formado por una montaña de páginas y el editor las metía mano y obligaba a Wolfe a cortar hasta llegar a un volumen de tamaño vendible. La película presentaba esto como parte de la genialidad de Perkins, pero yo siempre me pregunté: “¿Cuánto nos hemos perdido? ¿De verdad sobraban palabras, frases, párrafos, páginas enteras?”. Cito esta película no solo porque Juan Serraller, responsable de la Editorial Fundamentos, fue todo lo contrario a Perkins, jamás enmendarle al autor, sino porque el cine constituyó el vínculo que nos unió después de un comienzo reticente y hasta que el Párkinson nos separó y se lo llevó en enero pasado a los 78 años.

Mi relación con Juan comenzó en 1998. José Luis Alonso de Santos me había ofrecido ir a la Real Escuela Superior de Arte Dramático (RESAD) para dar impulso al departamento de publicaciones. Este se había creado unos años antes para publicar básicamente tres colecciones: los textos dramáticos de los alumnos de 3º y 4º de Dramaturgia, la versión adaptada del texto teatral representada por los alumnos de 4º de Interpretación y algún cuaderno de teoría teatral. Enseguida vi que el problema no era publicar sino distribuir. Las cajas de libros se amontonaban en el despacho amenazando con sepultarnos. Vender un libro que podía valer 300 pesetas era un lío burocrático que me río yo de El proceso de Kafka. “Mejor se lo regalas”, me decía el administrador de la Escuela. “¿Entonces hacemos 1.000 ejemplares de cada libro todos para regalar?”. Entendí que la solución, paradójicamente, era dejar de ser editorial. Era preferible encargar a una empresa privada la tarea de firmar los contratos con los autores, producir el libro, distribuirlo y venderlo. El papel de la RESAD debería ser seleccionar y preparar los textos que nos interesaban y ofrecérselos a una editorial con el compromiso de que la Escuela compraría unos 300 ejemplares, es decir, garantizando a la empresa una venta segura e inmediata. No queríamos ganar dinero con los libros, queríamos que ciertos libros y ciertos autores tuviesen una oportunidad y que los libros formasen parte de la formación de los alumnos de la RESAD.

En realidad, ya Ignacio Amestoy y Ricardo Doménech estaban en algo parecido. Pero pensando en rescatar una revista, Acotaciones, que había desaparecido tras publicar un solo número. Incluso tenían pensada una empresa: Editorial Fundamentos. A mí me parecía que podíamos conseguir una editorial más “importante” e inicié gestiones con Cátedra, Castalia y alguna otra. Como de estas marcas no conseguí nada, no les interesábamos en absoluto, acepté entrevistarnos con Juan Serraller. Fuimos los tres a su despacho y la verdad es que con Juan todo fueron facilidades. Me encontré con un hombre lleno de optimismo y buen humor que lo aceptó todo: aceptó publicar una revista de teatro, Acotaciones, de corte académico, lo que Fundamentos no había hecho nunca; aceptó que, además de colocar el logotipo de la Escuela, la palabra RESAD diese título a las colecciones (Monografías RESAD, Manuales RESAD, Temática RESAD…); aceptó todo lo que le enviábamos, incluidos libros de dudosa carrera comercial; aceptó, en definitiva, darnos protagonismo y que, a la larga, la RESAD fuese identificada como promotora de algunos de los libros más importantes de teoría teatral publicados en los últimos veinticinco años, además de publicar los primeros textos de alumnos que, con el paso del tiempo, se convirtieron en los autores y autoras teatrales de prestigio de la nueva dramaturgia española. Luego, en las presentaciones de libros, Juan siempre decía que para él trabajar con la RESAD era un descanso y una garantía, que ganaba mucho con la colaboración (Fig. 1, Fig. 2, Fig. 3). Pero yo nunca le conté que, al principio, nadie nos quería.

Es más, de no querer ir a verle pasé a verle todas las semanas en la editorial. Sobre todo, en los primeros años, cuando había que arrancar. Hablábamos de esto y de aquello en relación con los libros de la RESAD y le preguntaba a Encarna Nieto, que llevaba la gestión: “¿Algo de lo que publicamos se vende?”. “Sí, sí, el de Medina y el de Nieva van bien”, me contestaba. Los géneros dramáticos, de Miguel Medina, y el Tratado de escenografía, de Francisco Nieva (Fig. 4), fueron los dos primeros libros RESAD-Fundamentos. Dimos en la diana antes de que El actor y la diana, de Declan Donnellan (Fig. 5), se convirtiese, gracias a Ignacio García May, en nuestro libro de mayor número de lectores.

Incluso yo mismo publiqué con Fundamentos algunos libros, en especial, mi manual universitario, Narrativa fílmica, que ya va por la tercera edición, e Historia social del cine en España, con más de 800 ventas y, lo que para mí es más importante, con más de 150 citas. Digo esto para que se entienda que a un amigo no se le pueden dar sablazos, aunque sea en forma de un libro supuestamente genial. Claro que he de confesar que, cuando en 2003 publicamos un libro sobre Eduardo Ladrón de Guevara con un guion de Cuéntame (TVE, 2001-2022), la serie de moda en aquel momento y durante muchos años, Juan estaba tan convencido de su éxito que tiró como 1.000 o 1.500 ejemplares y luego resultó un fracaso.

Los libros que como autor publiqué con él formaban parte de nuestra pasión por el cine. Juan me contó que, de pequeño, él y sus hermanos invertían su paga semanal en sesiones dobles de cine. Juan estaba convencido de que el cine no solo entretenía sino que nos moldeaba. Fue de los primeros en tener un magnetoscopio para ver y grabar películas en vídeo, en concreto, en formato Betamax. Se decía que el Betamax de Sony era tecnológicamente superior al VHS de otras marcas. Juan empezó a acumular una colección de cientos de casetes y casi un millar de títulos de películas grabadas de la televisión, de cuando solo había dos canales de televisión y ambos públicos. Luego, como el VHS se impuso, comenzó la colección con VHS, ya con muchos títulos adquiridos en los kioscos. A continuación vino el DVD, que traía los extras, y, por tercera vez, Juan coleccionó los títulos que antes había tenido en Betamax y en VHS. Seguro que todo esto les suena. No sé si en los últimos años empezó con el Blu-ray. El caso es que, cuando tomó la decisión de deshacerse de la colección de Betamax porque le ocupaba mucho espacio y casi todo lo tenía duplicado y ya no usaba el magnetoscopio Beta, le dije: “Me quedo con las cintas”. Yo también había sido de los que había creído en el formato de Sony y tenía en casa hasta tres magnetoscopios para garantizarme que en el futuro podría ver mi colección de películas. En definitiva, que las reuniones en la editorial sobre libros de la RESAD solían terminar con un pequeño paseo hasta su casa para llevarme una caja de Betamax. Y semana tras semana y caja tras caja me pasó toda su colección. Como digo, eran grabaciones de películas de la televisión. Muchas habían sido emitidas por La Clave (TVE, 1976-1985), rarezas de culto como El nadador (The Swimmer, 1968) o La muerte del presidente (Smierc prezydenta, 1977). Además en la cola de la cinta quedaba parte del debate, que era también un placer ver. En fin, durante años la colección de Juan fue mi plataforma de consumo de video a la carta.

De cosas personales hablábamos poco, más allá de dónde te vas de vacaciones o qué tal tus hijos. Las ediciones de la RESAD y el cine no dejaban espacio. Digo esto porque cuando Don Galán me pidió estas páginas entendí que quería que reseñase su contribución a la edición de libros sobre teatro. Pero, en realidad, los libros fueron solo una parte de su vida y, de las ediciones, yo solo sé de la colaboración con la RESAD. Conocía algo de los comienzos de Fundamentos por lo que Juan contaba en las presentaciones de los libros, sabía que hubo una tal Cristina, su exmujer, compartiendo responsabilidades durante un tiempo y sabía que, pese a que algunos le criticaban su apego al dinero, era muy generoso con las ONGs. En definitiva, para trazar un perfil y una trayectoria de Juan Serraller, como me pedía Don Galán, tuve que ponerme a investigar y acudir a los homenajes que se le hicieron, donde familia, amigos y autores hablaron de él. Esto que sigue es lo que encontré.

 

1. Orígenes

Juan Ignacio Serraller Ibáñez nació en San Sebastián, aunque la familia vivía en Madrid. Fue en agosto de 1943, estando de vacaciones, una costumbre que Juan mantuvo siempre: volver a la que consideraba su “tierra”, ya fuese San Sebastián, Fuenterrabía o Hendaya, para disfrutar de la comida, los paisajes, la familia y los amigos.

Fue el tercero de cuatro hermanos: Francisco José, José Antonio y María del Carmen. Su madre, Juana Ibáñez Ajuria, pertenecía a una familia burguesa muy arraigada en el País Vasco: los Ajuria y Urigoitia, empresarios ligados a la industria del metal. Su padre, José Antonio Serraller Hermida, fallece muy pronto: el 6 de agosto de 1949.

Juan estudia en el Colegio del Pilar y, posteriormente, en la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas, cuya sede estaba entonces en San Bernardo. Allí nacen las protestas del movimiento de jóvenes antifranquistas. Aunque Juan nunca militó en ningún partido político porque pensaba que ponía límites a la libertad de pensamiento, fue un activista político y social desde el primer momento, es decir, desde el movimiento estudiantil. De hecho, fue expulsado de la universidad cuando solo le faltaban curso y medio para terminar por participar en las manifestaciones a favor de la huelga de Asturias de 1964.

En la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas conoce a su futura mujer: Cristina Vizcaíno Auger. Les unían muchas cosas. Ella había nacido en Zaragoza, también en 1943. Ambos eran huérfanos de padre desde niños. Cristina desde los 7 años. Compartían su afición por los libros. Cristina, gracias a la biblioteca de su padre, se había convertido en una lectora curiosa y voraz. Finalmente, estaban los dos en el movimiento antifranquista. Junto con otra compañera, llevaron a San Juan de Luz en Francia el dinero recaudado clandestinamente para sostener la huelga contra la empresa Laminación de Bandas en Frío (Echévarri, Vizcaya), la huelga más larga de la dictadura (30 de noviembre de 1966-15 de mayo de 1967). Su hija, Paula, ha contado cómo terminó aquello. A la vuelta fueron detenidos por la Guardia Civil. Alegaron que habían ido a Francia a comprar libros, pero pasaron 48 horas en prisión. La intermediación de la familia logró sacarlos de la cárcel a la espera de juicio. Las mujeres salieron sin condena, pero Juan fue multado, se le retiró el pasaporte y quedó con antecedentes penales por cruzar la frontera sin permiso. Los jóvenes que no habían cumplido el servicio militar no podían salir del país, pues se temía que huyesen de la mili. Luego, tanto Juan como su esposa serían detenidos varias veces por apoyar a grupos clandestinos, acoger en su casa a personas perseguidas e importar libros prohibidos (citado por Tena Fernández, 2018: 390).