Confinamiento, solidaridad y dramaturgia en Teatro para una crisis

(AA.VV. (2020). Sevilla, Junta de Andalucía)

Antonio César Morón Universidad de Granada
Confinamiento, solidaridad y dramaturgia en <em>Teatro para una crisis</em>

Durante los meses del confinamiento que se produjo en España en el año 2020 a raíz del azote de Covid-19, fueron muchas las iniciativas culturales que se llevaron a cabo con el solidario fin de algo tan humano como entretener. Muchas eran las horas devenidas en un presente inesperado y trágico, en el que los noticieros televisivos e internet permanecieron veinticuatro horas diarias mostrando información en muchas ocasiones repetida una y otra vez. El entretenimiento se convirtió, pues, en una vía de escape posible, una perspectiva de salida ante el encierro al que estuvo sometida la población.

Entre las diferentes iniciativas públicas que ofrecieron las distintas plataformas online para entretener estuvo la denominada #yomequedoencasahaciendoteatro, lanzada desde el Centro de Investigación y Recursos de las Artes Escénicas de Andalucía, que imponía solo dos condiciones a los textos para participar: que fueran escenas de interior y que no superaran las 500 palabras.

En la iniciativa participaron ochenta y tres autoras y autores que trabajan día a día y desde diferentes ámbitos y parcelas por el teatro en Andalucía. Cada una de las escenas fue publicada dentro de una plataforma habilitada para ello desde el gobierno de la Junta de Andalucía. Además, cada unas de las propuestas fue acompañada de una imagen diseñada ex profeso para la misma y unas líneas de dirección que, sin duda, permitían visualizar, dar un leve matiz de lo que hubiera sido esa pieza breve representada en un teatro: esos espacios que en aquel momento permanecían cerrados y sin una fecha clara de apertura.

Aquella iniciativa ha dado hoy un libro. Un libro con un título elocuente: Teatro para una crisis, publicado por la Consejería de Cultura y Patrimonio Histórico de la Junta de Andalucía y que es y será siempre recuerdo vivo de emociones, deseos, miedos y, sobre todo, solidaridad y compromiso, de todas aquellas personas que generosamente participaron en este proyecto, y que intentaron aportar, aunque solo fuera durante los dos o tres leves minutos que se tardan en leer quinientas palabras, un espacio con la esperanza de que, en algún momento, el teatro volvería.

Los textos planteados suelen atender a diálogos entre dos personajes, fundamentalmente con intervención de un personaje femenino y otro masculino (en su mayoría), aunque también podemos encontrar algunos monólogos o intervención de más de dos personajes. Se plantean situaciones aparentemente cotidianas, o mejor, de trascendencia cotidiana. Las obras casi en su totalidad están relacionadas con la pandemia: el virus hace acto de presencia. La memoria del mundo que fue y que ahora ha cambiado, la soledad, la tragedia que sigue sucediendo con la inmigración, las ocho de la tarde y los aplausos… la vida, la vida en tiempos de pandemia, en definitiva.

Una de las situaciones más llamativas es la que se genera con la articulación de futuros distópicos, donde la realidad del virus sigue existiendo y marcando la realidad social después de muchos años. Así podemos contrastarlo en obras como Naturaleza muerta, de Antonio Miguel Morales Montoro, en la que se nos sitúa dentro de una escena que se desarrolla en una gruta, para generar una distopía emocional acerca del encierro, en la que un hombre desaparece del panóptico que lo controla como si fuera Houdini. O el texto de Felisa Moreno, titulado Una muerte segura en donde, tras doce años de pandemia, una madre ha encadenado a su hija para “salvarla” del exterior. Pedro Lendínez, en Antes de… destello en un acto nos ofrece un mundo en el que han pasado cuatro años de pandemia, mientras una pareja debate acerca de que no se puede hacer nada: es una crónica del aburrimiento. Francisco Morales Lomas, en La calle, plantea un mundo tras treinta años de pandemia encerrados, en el que la gente tiene miedo de salir de casa. Y, finalmente, Antonio César Morón, en 19:52, nos presenta una situación muy cercana al tiempo de los aplausos en pleno confinamiento, pero donde una pareja está pensando en saltar una de las vallas que sirven de frontera entre su país y el país vecino; valla desde la cual, habitualmente, antes entraban inmigrantes. Las tornas habrían cambiado después del desastre de la pandemia y ahora los inmigrantes serían los dos miembros de esa pareja, procedente del país antes libre y rico.

El principio de divagación hacia mundos inexistentes que podemos encontrar en el planteamiento distópico nos lleva al planteamiento de situaciones o mundos relacionados con la fantasía onírica o el absurdo, como ocurre en el texto de Carlos Álvarez-Ossorio, Lo otro, en el que nos encontramos con la reflexión de un hombre encerrado…. dentro de un huevo. Aurora Mateos, en El consultor Covid, plantea un siniestro pase de consultoría de una empresa en el que se desvela que el Covid fue un contrato desde el poder para mantener encerrada a la población. Dentro de esta misma línea se situarían textos en los que aparecen personajes sobrenaturales desde un punto de vista simbólico, como ocurre en Cita de muerte, de Pepe Macías, donde un joven durante el confinamiento recibe la visita de Muerte, que lo lleva consigo y él, que piensa que va a dejar de aburrirse, está encantado. O procedentes de la parodia de literatura gótica, como en Drácula en su castillo, de José Luis Ordóñez, una escena desarrollada en un salón… de castillo, en la que Laura Van Helsing le lleva sangre embotellada al Conde Drácula, para que no tenga que salir a buscarla, con el fin de protegerlo del virus.

La situación del creador en tiempos de confinamiento se convierte en un punto de partida sugerente para trazar los distintos temas y argumentos. Así lo observamos en obras como La vuelta, de Alfonso Zurro, en la que un dramaturgo que ha sido desalojado del teatro en el que, en principio, iba a pasar la cuarentena componiendo una obra, vuelve a casa y se encuentra con que su mujer tiene un amante.

Las diferentes situaciones familiares y de pareja generadas a partir de la convivencia extrema abarcan, sin duda, gran parte de los argumentos y los personajes más representados por las autoras y los autores de este libro. Hay mucha relación en la que aparece la memoria personal como elemento, especialmente cuando los personajes que aparecen son ancianos que recuerdan. Así, por ejemplo, en Historia de un balcón, de Rafael Ruiz Pleguezuelos, una abuela le cuenta a su nieto cómo conoció a su marido desde ese mismo balcón. O en títulos como Balconing, de Rosario Lara y Coronaviuda, de Javier Serrano, nos encontramos con ancianas viudas que reflexionan acerca de su vida anterior, aludiendo también a lo que está sucediendo en el tiempo presente. En estos casos la relación se presenta desde la propia soledad. Gracia Morales, en su escena titulada En silencio, la cual resuelve entre un cuarto de baño y un salón, nos presenta a una madre que ofrece a su hijo adolescente unos donuts que este toma para, seguidamente, introducirse los dedos provocándose el vómito. Cristina Colmena, en Bucle, nos presenta una escena desarrollada en un dormitorio en el que una pareja de compañeros de piso han decidido acostarse juntos debido a la convivencia tan intensa de la cuarentena. De carácter más costumbrista, nos encontraríamos con obras como La mascarilla, de Belén Pérez Daza, en la que Pepa es una esposa harta del machismo de su marido durante el confinamiento: toma como medida darle una mascarilla usada por el vecino. O, llegando incluso a lo estrambótico, nos encontraríamos con el texto de Carmen Caballero Rojas, titulado FOMO, confinamiento y Donettes, en el que un matrimonio debate acerca de dejar los vicios de comida y tabaco. Más cómico resulta el costumbrismo de la escena planteada por Juan García Larrondo en Luna de “mielda” 2.0, en la que un matrimonio acaba de llegar de una celebración cargada de precauciones contra el coronavirus y le temen al contacto de la noche de bodas. En 1351, de Miguel Palacios, el costumbrismo deriva, sin embargo, en un siniestro juego en el que una pareja joven juega a adivinar los muertos de ese día: quien gane practicará sexo oral al otro. Por último, un argumento presidido por la tragedia más inmediata es el que plantea Tomás Afán en Hielo, donde un hombre que acaba de perder a su mujer en medio de la pandemia, dialoga con Alexa: a través de la aplicación nos enteramos de que sus restos mortales han sido almacenados en el Palacio de Hielo de Madrid.

Otro de los elementos más recurrentes del libro es el impulso del sentido crítico establecido desde los propios vecinos hacia sus congéneres, tanto para conminarlos a actuar correctamente, como para sacarlos del letargo del confinamiento. Así en obras como El desacato, de Mercedes León, donde se plantea una escena con megáfono desde ventana y salón, en la que una voz a través del megáfono (no se indica si es de mujer o de hombre) alienta a los vecinos a tomar medidas de desobediencia ante el confinamiento. En El paseante, sin embargo, de Alejandro Butrón Ibáñez, un matrimonio increpa a un paseante hasta que descubren que es médico y pasan a aplaudirle. Adelardo Méndez Moya, por su parte, en ¡Anda ya, chalao!, nos presenta a un hombre que comenta lo incívico de la pillería de la gente al intentar burlar las normas del estado de alarma.

En último término, podríamos destacar cómo la crítica social que procede de la situación anterior a la pandemia sigue estando presente en temas como la xenofobia y el racismo, los desahucios o la dificultad para pagar el alquiler y la especulación inmobiliaria. Así lo vemos en obras como El calcetín, de José Moreno Arenas, donde un hombre intenta recuperar su odio y vigor perdidos durante la pandemia ensayando frente a un espejo sus mensajes racistas de antes. José Chamizo, por su parte, en #YoMeQuedoEnCasa, plantea una escena en una calle donde un hombre desahuciado de su hogar tras su divorcio relata su historia camino del albergue municipal. Y Borja de Diego, en El alquiler en tiempos del estado de alarma, reduciendo la propuesta del espacio escénico a un habitáculo mínimo, nos presenta a una agente inmobiliaria visitando un piso con un posible inquilino cuando salta el estado de alarma, lo cual, acelera la especulación inmobiliaria del cuchitril.

Como hemos podido observar, no faltan las historias desarrolladas en balcones y salones, preferentemente, además de otro tipo de espacios como dormitorios, la calle o incluso castillos. Lo importante son las historias, las historias contadas a partir de personajes que son fiel reflejo emocional, psicológico y social de los ciudadanos de un país golpeado por la pandemia y confinado sin descanso durante tres meses, algo que no sucedió en ningún otro país de nuestro entorno. Esta es la razón por la que quedará este libro como un manual emocional para generaciones futuras que deseen aprender, más allá de datos, más allá de noticias o de estadísticas qué fue aquella España que vivimos a partir de marzo de 2020.