Periferia
GARCÍA LORENZO, Luciano
Madrid, Pigmalión-Candilejas, 2020.

Universidad Carlos III de Madrid

Periferia

La colección Candilejas, que dirige con tino y buen gusto el profesor Gutiérrez Carbajo para la editorial Pigmalión, publica ahora Periferia, una singular obra literario dramática del investigador, profesor y poeta Luciano García Lorenzo. La trayectoria profesional del dramaturgo es sobradamente conocida en el mundo teatral. Su dilatada labor en el ámbito de los estudios de la escena del Siglo de Oro y en el teatro de los siglos XIX, XX y XXI, su condición de profesor y conferenciante en diversas universidades europeas y americanas, su actividad como gestor y asesor en distintas instituciones, lo han convertido en una referencia inexcusable para la profesión. Por lo demás, es frecuente su presencia en los estrenos teatrales madrileños, circunstancia que, sorprendentemente, no siempre concurre en los universitarios que dedican su atención investigadora al teatro. Además, Luciano García Lorenzo había ofrecido ya algunos estimables poemarios y un libro de cuentos. Periferia es su primera obra dramática publicada, aunque bien pudiera ser el inicio de una etapa como creador desarrollada precisamente en el género al que ha dedicado su vida como investigador.

Cabría incluir Periferia en el subgénero, o en el estilo, de los diálogos, un modo teatral fronterizo entre el drama y el ensayo, infrecuente en los escenarios y no siempre considerado como se merece, pero que cuenta con antecedentes tan ilustres como los impagables Diálogos de fugitivos, de Bertolt Brecht o, en nuestras letras, ciertos dramas de Alfonso Sastre, quien ha sabido asimilar con inteligencia el legado brechtiano, o también La velada en Benicarló, de Manuel Azaña, que conoció la inolvidable escenificación de José Luis Gómez en 1980. Ciertamente, en Periferia el marco de la conversación no es un episodio histórico terrible, no versa sobre el exilio y la guerra, como sucede en el caso de las célebres obras mencionadas de Brecht y de Azaña, pero discurre, como aquellas y como en los aludidos dramas de Alfonso Sastre, por las causas que motivan un estado de cosas decadente, un desfondamiento moral y social. Y político, claro está. El conflicto no se manifiesta entre los personajes de Periferia, sino que se percibe en las relaciones que estos personajes mantienen, explícita o implícitamente, con algo que queda fuera del idílico marco en el que se han dado cita durante la tarde en la que se desarrolla la acción de la obra. Los personajes conversan, intercambian pareceres, no discuten. Es más, parecen estar de acuerdo en lo esencial, más allá de gustos, matices, especialidades profesionales o características personales. Un sencillo cruce de circunstancias cotidianas los ha reunido en un apacible lugar y la conversación fluye sin percances, sosegada, inteligente y dichosa. Incluso se quiebra (felizmente) el posible o hasta previsible ajuste de cuentas entre los componentes de una pareja ya disuelta y también la eventual prevención o inquina del personaje principal con la nueva pareja de su exmujer. No nos encontramos ante una revisión del pasado íntimo ni ante un intercambio de reproches más o menos ingeniosos o feroces. Hay que agradecer al dramaturgo que haya rehuido tan manida fórmula y haya optado por unas posibilidades dramáticas más sutiles. Una leve nostalgia de los momentos felices vividos juntos o una insinuada melancolía a la que ha abocado la separación parecen ocupar el territorio que podría haber invadido el resentimiento.

Este apartamiento de lo trillado aporta quizás uno de los sentidos que presenta el polisémico título. La acción acontece en los arrabales de la escritura dramática al uso. Periferia alude, acaso en primer término, a la elección por parte del protagonista (y es también el propósito o el deseo de otro de los personajes) de un lugar para vivir alejado de la gran ciudad, con sus tradicionales connotaciones ligadas a la agitación, a la vanidad o al medro. Hay una voluntad de distanciarse de los ámbitos de influencia académica o política, de los circuitos del poder. El personaje ha decidido apartarse de los gustos mayoritarios y de las corrientes dominantes de actuación y de pensamiento. Ha querido situarse en una periferia geográfica, pero también emocional y social. Este entrañable y puesto al día “menosprecio de corte y alabanza de aldea”, esta “vida retirada” de evidentes resonancias clásicas, permite la charla sosegada y feliz, e impregna de calma y paradójicamente hasta de gozo, la gravedad o la amargura de los asuntos sobre los que se habla. Pero pone de relieve la marginación a que el sistema somete a quienes no se pliegan dócilmente a sus exigencias o a sus caprichos. La circunstancia misma de esta conversación insólita señala a la periferia como lugar apropiado para el desahogo íntimo y para la relación con la verdad, que el centro del sistema inevitablemente enturbia o entorpece. Sin embargo, la periferia nos acerca al territorio de la locura. El padre del protagonista, que habitó aquella casa en la que ahora disertan los personajes convocados por el dramaturgo, vivió en sus últimos años el drama de la pérdida de la memoria. De él decían entonces que estaba “en la periferia”, en los confines entre la vida y la muerte, entre un mundo al que ya se renunciaba y un conocimiento abismal y trascendente. Periferia adquiere así un estimulante aire cervantino y la locura se presenta como umbral de la libertad, como un espacio en el que se desvelan las verdades incómodas que los poderosos y los necios ocultan o ignoran. La acogedora sencillez del huerto en el que se encuentran los personajes supone un elogio de la vida feliz, de la vida buena aristotélica, de la dilatada plática cervantina. No falta la reivindicación de los pequeños placeres: la música, el vino, los dulces, la conversación, la amistad, las flores, la serena caída de la tarde, etc. Brecht, Aristóteles o Cervantes parecen concurrir a la cita. Y, claro es, no podían estar ausentes las humanidades: el pensamiento filosófico, la literatura, la música, el discurso crítico, arrumbados por un dispositivo social atento a lo inmediato, al logro fácil, a la productividad sin sentido o a la diversión compulsiva. Los diálogos se empapan de nostalgia, pero no eluden la crítica acerba, la toma de posición ante la estupidez y la injusticia. El neoliberalismo es severamente cuestionado como modo de vida. Las estructuras universitarias son valientemente vapuleadas, la cobardía de los rectores puesta en evidencia, la ineptitud de las agencias de calidad referentes a la educación es denunciada sin tapujos. No hay miedo a la hora de hablar claro.

El desenlace no depara ninguna sorpresa. No se ha optado por el golpe de efecto, que poco o nada aportaría a una obra como Periferia. Se ha preferido un final sugerente y simbólico que, sin embargo, no quiere evitar una cierta melancolía, un reconocimiento implícito de la soledad a que son empujados quienes eligen no sumarse a la corriente dominante.