5. EL ESPECTÁCULO Y LA CRÍTICA
ANÁLISIS CRÍTICO |
5.1 · Llueve en Barcelona de Pau Miró:
La magia y la poesía de todos los días.
Por Sharon G. Feldman.
De primera vista Llueve en Barcelona podría parecer una especie de remake de la historia de la Cenicienta, con una protagonista que recuerda ligeramente la de la película norteamericana Pretty Woman (1990) de Gary Marshall. Lali es una prostituta que sueña con tener otro tipo de vida. La obra de Miró, sin embargo, no se disuelve en un cuento de hadas, y no recurre a tópicos fáciles. En vez de aspirar a una vida de lujos materiales, lo que Lali más anhela es un tipo de existencia que le aporte cierto enriquecimiento cultural y estético. Miró, por su parte, le proporciona a su personaje un grado de dignidad que no puede sino inspirar en el espectador cierta ternura y simpatía. Lali vive con Carlos, su «chulo» (y, también, al parecer, su novio), un hombre que tiene la costumbre de esconderse debajo de la cama cuando ella entretiene a sus clientes. Con su falta de estudios y de sofisticación, Carlos no es capaz de dominar la curiosidad y la sensibilidad que se han despertado en ella. Para él es incomprensible su deseo de descubrir y explorar otros mundos más cultos. Las nuevas inclinaciones artísticas de Lali se expresan a través de los fragmentos de poesía que aparecen en los envoltorios de los bombones que le regala un cliente especial, David. Se trata de un hombre de letras, dedicado a la venta de libros, que busca la compañía de Lali mientras que su mujer yace moribunda en una clínica. Ella le llena cierto vacío físico y psíquico (a veces prefiere mirarla en vez de tocarla), y él, en cambio, le despierta en ella e incita sus intereses literario-culturales. Se trata entonces de una relación de complicidades y satisfacciones recíprocas.
Cuando Lali recita en voz alta las palabras impresas en los envoltorios de los bombones, se sueltan los versos poéticos de Pere Gimferrer, Arthur Rimbaud, William Shakespeare y Charles Baudelaire, que flotan por el aire de la pequeña habitación, mezclándose con el olor a patatas fritas, frankfurts y gel de ducha barato y recién comprado. La ironía de la situación se manifiesta a través de la yuxtaposición incongruente de la cultura literaria más sofisticada con el contexto vulgar en el cual se sitúa. Miró no obstante, trata este contraste sorprendente con tanta naturalidad que se vuelve plausible. El mundo cotidiano más banal e insípido se convierte en dominio de la creatividad y la invención. Es un lugar donde todo es posible.
A Lali, que guarda dentro de una caja cada envoltorio poético como si formara parte de un tesoro mágico, le hacen ilusión las pequeñas cosas, los detalles de belleza casi imperceptibles que en la vida diaria suelen pasar inadvertidos. Su sensibilidad le impulsa a buscar estos detalles en los fragmentos poéticos, en los libros que le regala David y en las excursiones que ella hace al museo de arte y a la universidad bajo el pretexto de buscar su clientela. Llega a cultivar de manera progresiva un aprecio por la belleza en lo cotidiano, y es capaz de estar sumamente conmovida por ella. El verso de Gimferrer, por ejemplo, «Tiene el mar su mecánica como el amor sus símbolos», del poema «Oda a Venecia ante el mar de los teatros»15, le sirve de invitación a contemplar el mar y dejar que el movimiento de las olas le sirvan de bálsamo emocional. Paralelamente, al ponerse delante de un cuadro en el CaixaForum (donde, en teoría, ha ido a encontrar clientes y practicar su negocio) se deja conmover hasta el llanto.
Lali, de hecho, sabe percibir lo extraordinario en lo ordinario, la poesía oculta que se esconde detrás de los gestos más banales y vulgares. Quizás la mayor encarnación de esta poesía dentro lo cotidiano se encuentra en la apariencia frecuente, a lo largo de la obra, de una gaviota, cuya presencia en el exterior del piso se detecta desde la primera escena a través de unos ruidos. Con esta gaviota, al parecer, Lali tiene una relación especial de comprensión y de comunicación. Es posible que este animal delicado y fino, asociado con la vida al lado del mar, sea una metáfora de la libertad y la belleza, de la espontaneidad y la invención que a veces invaden nuestra existencia banal. También, en un sentido chejoviano, la gaviota podría cobrar un significado más ominoso.
La obsesión de parte de Miró con los pequeños detalles llega a un momento culminante en la escena séptima, titulada apropiadamente «Trilogía del detalle (breve)». Aquí Miró ha dibujado un cuadro minimalista, compuesto de tres acciones simultáneas. La sincronía de las acciones fue captada de manera eficaz y elegante por Saporano en su puesta en escena madrileña por medio de la proyección en una pantalla de tres secuencias, una seguida de la otra. Con una música del fondo, Carlos se ve a solas en el baño (en el texto, se trata de la habitación), arreglando la venda que cubre la herida de su muñeca. En la segunda secuencia, Lali se encuentra sentada en el columpio de un parque urbano (en el texto se trata de la plaza Josep Maria Folch y Torres del barrio del Raval), leyendo La isla del tesoro de Robert Louis Stevenson (1883). En la última secuencia, David se encuentra sentado en una habitación del hospital (en el texto, se trata precisamente del Hospital del Mar), observando a su mujer, mientras que ella, bajo vigilancia intensiva y mientras que un monitor cardiorrespiratorio emite su sonido monótono e inquietante, lentamente se cede a la muerte. Son tres viñetas visuales que, como en una instalación de arte sutilmente conmovedora, plasman la emoción poética de la soledad de la vida contemporánea. La muerte llega y la vida diaria continúa, mientras que, por fuera, cae la lluvia sobre los techos de Barcelona.
David le pide a Lali que asista al entierro de su mujer y que haga una lectura de un «trozo» de su propia selección. Leerá bajo la lluvia un fragmento de La isla del tesoro, novela que le ha regalado él y con la cual ella exhibe una particular fascinación. La obra de Stevenson representará un espejo de su deseo de aventura y cambio, su anhelo de soñar y estimular su imaginación.
El triángulo insólito que forman los tres personajes quedará, quizás sorprendentemente, intacto al final de la obra. Pero la gaviota, musa inspiradora (o presagio de algo fatídico), también sigue allí, en el portal de la casa, mientras que la lluvia continúa cayendo. Pau Miró, con las líneas delicadas y tenues que componen su retrato inspirado en el barrio del Raval, nos ha mostrado la magia y la poesía de la vida de todos los días.
Don Galán. Revista audiovisual de investigación teatral. | cdt@inaem.mcu.es | ISSN: 2174-713X
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