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Foto: Pedro Chamizo (cdn.mcu.es)
Sastre recupera la esperanza
Paco Azorín rescata para el CDN 'Escuadra hacia la muerte'
[…] «Mi obra es una invitación al examen de conciencia de una generación de dirigentes que parecía dispuesta, en el silencioso clamor de la Guerra Fría, a conducirnos al matadero», pronunciaba el propio Sastre en 1962.
No se habían cumplido ni diez años del fin de la Segunda, sí algo más de la contienda española, y el autor, invadido por las circunstancias, quiso situar el montaje en una disputa futura, aunque inminente. «No sé cómo de cercana se imaginaba él la guerra, pero lo cierto es que nadie duda de que ese gran conflicto llegará, si no es que ya está entre nosotros en un formato distinto al hasta ahora conocido –más de 25 países en pie de guerra, la hostilidad de Oriente Medio, operaciones militares de EE UU y la OTAN...–», cuenta Azorín de la primera línea de su versión.
El segundo hilo del que tirar es de la máxima de que «cada obra es hija de su tiempo» y de ahí que Escuadra le pidiera una actualización. Han pasado más de 63 años desde que Sastre estrenara el montaje el 18 de marzo de 1953 en la misma plaza, el María Guerrero. Entonces no pudo sumar más que tres sesiones por «retratar todo lo innoble que puede ser el sujeto humano, destacando únicamente y de una manera muy velada en algún personaje las cualidades que encierra el cumplimiento del deber, llevando el espíritu del espectador a una impresión de la familia militar», que decía la censura –veto que se levantaría en los 80–, el Alto Estado Mayor del Ejército, en este caso. [...]
Pero si hay un cambio sustancial en la versión de Paco Azorín no es su actualización –a la que también ha añadido unos versos de Brecht en las transiciones–, sino el rumbo al que se dirige la Escuadra. Ya no va «hacia la muerte», sino «hacia la vida», «hacia la luz final», cuenta. Ese nuevo hombre, como en la transición Edad Media-Renacimiento, es el que tiene que surgir al final de la pieza. El cierre de lo vetusto, de generaciones condenadas y envenenadas, para ir a más y mejor. Durante su exposición, Azorín habla de un «rayo de esperanza al final de toda tragedia» en contraste con el original, donde la trama hace honor a su título. Aquí el director ha querido iluminar el montaje como buen «positivista convencido» que es.
Para ello se ha valido de seis actores muy diferentes para «que representen al ser humano en todos sus arquetipos»: Joan Cornet, Iván Hermes, Carlos Martos, Agus Ruiz, Unax Ugalde y Julián Villagrán. Ellos son los herederos, ni más ni menos, de Adolfo Marsillach, Agustín González, Fernando Guillén y compañía. Si en la primera versión, Sastre escribe la historia desde los ojos del intelectual (Martos) –«creo», dice Azorín–, aquí es Luis (Cornet), el pequeño del grupo, el que presta su mirada. (Julián Herrero)