El pasado 27 de enero tuvo lugar la última comparecencia pública de Gerard Mortier. Fue durante la presentación de la versión operística de Brokeback Mountain, su gran apuesta para la temporada 2013-2014, la última que diseñó como director artístico, y uno de sus proyectos más queridos. Aquella rueda de prensa tuvo que posponerse tres días debido a su estado de salud, grave tras el anuncio, el pasado septiembre, de que padecía un cáncer de páncreas. «Estoy contento de estar aquí con todos vosotros. Es una lucha, pero es así», dijo al comienzo del acto. Y terminó con una frase que sonaba a despedida: «Nunca cambiaré mis ideas sobre el teatro. Hago lo que tengo que hacer e intento convencer al público. Si a parte de éste no le gusta, debo aceptarlo». Tres semanas después, no pudo acudir a la presentación de la temporada 2014-2015 ni a la rueda de prensa de Alceste, debido a que se encontraba en Rusia probando un nuevo tratamiento. Ayer, finalmente se acalló en Bruselas la voz del gran agitador de la ópera contemporánea.
A Gerard Mortier (Gante, 1943 - Bruselas, 2014) siempre se le asoció con la polémica, pero él prefería otro matiz del vocabulario griego para hablar de las reacciones que provocaba su manera de ver la ópera: dialéctica. No desdeñaba el pataleo del público y pensaba que los pitidos de éste eran el punto de partida del debate, que el ardor de determinadas reacciones era lo que mantenía viva a la ópera. Por eso, seguramente le hubiese parecido interesante cómo el estreno del Alceste de Gluck polarizó al público del Teatro Real la semana pasada, con un cruce de aplausos y silbidos para la puesta en escena de este espectáculo. «Prefiero que la gente salga enfadada a que lo haga aburrida», dijo en una ocasión a este periódico sobre las broncas de algunas de sus propuestas, como sucedió con El rey Roger y C(h)oeurs. [...]
Hombre culto y dotado de una profunda visión filosófica y social de la ópera, lo cual le llevó a interesarse por muchos aspectos de la Historia de España, Mortier nunca rehuyó la confrontación. «No veo la polémica como algo malo. [...]
«En mi vida he mantenido muchas luchas», explicaba en aquella ocasión. «Pero es algo intrínseco a hacer un trabajo creativo. Por otra parte, me gusta la gente que tiene otra opinión mientras luchen cara a la cara, no a mi espalda». Tampoco rehuía su imagen de agitador: «Si Cristóbal Colón y Don Quijote eran agitadores, entonces yo también lo soy (risas)».
Las condolencias por su muerte llegaron ayer desde todos los lugares y sectores. El presidente de Francia, François Hollande, señaló que «nunca dejó de combatir, hasta el final de sus fuerzas, por la cultura en Europa» y que su originalidad «se echará de menos». El Teatro Real le dedicó la representación del [domino] de Alceste, con un minuto de silencio antes de la función y los aplausos finales dedicados a su memoria. (Darío Prieto)