[…] Así pues, y aceptando estos principios, podemos decir que el arte escénico (dejando de lado el arte del actor) será aquel que, siguiendo un criterio sano y que provenga de buenas fuentes, acople con habilidad e ingenio a un tiempo todos cuantos elementos convengan para la interpretación más apropiada de la obra que se trate de reproducir sobre las tablas. Vemos, pues, claramente que constituye casi un arte aparte y vemos también que la mayor dificultad de este arte será (sobre todo para obras cuyo autor no pueda dar su consejo o asentimiento) encontrar en el todo y en los detalles más insignificantes la más sugestiva justedad, o sea, la interpretación más perfecta.
[…] para realizar obras de arte perfectas es menester que los artistas se reúnan. […] Que se reúnan, que se congreguen, unidos por un solo y único fin, cuyo interés principal será siempre la victoria desinteresada de lo que emprendan, y por amor, siempre por amor, tomar como propio todo cuanto salga bien, pero siempre con generosa intención. Los artistas intérpretes han de revertirse con la majestad de una verdadera misión, aceptando todos los sacrificios que aquélla pueda exigir y no recordando nunca los bienes que reporte. Haciéndolo así o, mejor dicho, proponiéndose hacerlo así, será la obra del intérprete obra perfecta de conciencia, no habrá nada porque sí; en el transcurso de sus meditaciones, a través de su propio proceso reflexivo, habrá llegado a encontrarse a sí mismo, se conocerá a fondo, y este encuentro o trato íntimo, este conocimiento de su propio individuo interno, le permitirá la casi perfecta socavación de los espíritus vecinos, y llegará indudablemente a descubrir lo no explicado, siendo por lo mismo un perfecto intérprete que no sólo hará, al interpretar, una obra exterior, sino que la presentará bella en su forma y reveladora de un fondo exacto. El que pueda llegar así al dominio de ese esclarecimiento se explicará sin grandes dificultades cosas que de momento no le parecen necesarias, dado que vive desprovisto de la necesidad de esclarecerlas.
Adrià Gual, “L’Art escènic i el drama wagnerià”, Associació wagneriana, conferéncies (1902-1906), XXV, marzo de 1904, pp.115, 144.
Traducción de Mª Carme Alerm en La renovación teatral española de 1900 (ed. Jesús Rubio Jiménez), publicaciones de la Asociación de Directores de Escena de España, Serie Debate, 8, 1998 (pp.355-374).
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