El hacedor de sueños escénicos
La escena siempre ha sido su pasión, un modo de entender la vida e
intervenir en la sociedad. José Manuel Garrido Guzmán (Murcia, 1945) lo
presintió cuando se subió por primera vez a un escenario, con solo nueve
años. “Sentí un enganche total que me hizo participar como actor en el
grupo teatral del colegio de los salesianos de Murcia, donde estudiaba;
luego, como director de escena en la compañía Arlequín y en el Teatro
Universitario de mi ciudad”.
Y aquel chico que prefería asistir a espectáculos teatrales antes que
divertirse en guateques buscó la manera de establecerse en la capital que,
desde la lejanía de la provincia, se atisbaba como un destino cosmopolita
donde dar rienda suelta a sus pretensiones artísticas. “No tuve más remedio
que buscar una estrategia en forma de carrera que no se pudiera cursar en
Murcia. Así apareció la Biología en mi vida, una impostura para que mis
padres estuvieran contentos. Aunque, lo que son las cosas, he llegado a mi
jubilación como profesor de esta asignatura”.
Aquel Madrid de los años sesenta, en el que los jóvenes contestatarios
plantaban cara al régimen con protestas estudiantiles, recibió a ese
muchacho con inquietudes culturales para quien el descontento social
también se podía mostrar desde un escenario: ya fuera el del Teatro
Universitario de Madrid, el del Colegio Mayor Jiménez de Cisneros o desde
el María Guerrero, donde trabajó como ayudante de dirección de José Luis
Alonso. Valle-Inclán, Brecht, Camus o Pemán convivían en la cartelera más
insólita, en un equilibrio de fuerzas que no siempre era fácil de entender.
Por eso, llegó el momento en el que decidió dejar a un lado sus metas
teatreras. “Siempre he creído que en el arte hay que ser un número uno, y
yo podía tener cierto talento para dirigir, pero no el necesario para
continuar por ese camino. Por suerte, apareció la posibilidad de participar
en la gestión cultural, ámbito en el que siempre me sentí muy realizado”.
En una España que despertaba a la democracia llena de expectativas, inició
su carrera política en el Partido Socialista Obrero Español, primero como
concejal de Cultura del Ayuntamiento de Murcia, luego como diputado de esa
misma comunidad autónoma. Defender la recuperación de la cultura para los
ciudadanos, como servicio público y modo de emprender un diálogo social;
una idea que José Manuel Garrido ha defendido a lo largo de toda su
trayectoria. Conciliador y nada dogmático, una de sus principales virtudes
ha sido su talante abierto, incluso a la hora de formar equipos, en los que
era habitual que figurasen nombres ajenos al partido al que estuvo
vinculado: “Lo importante para mí ha sido rodearme siempre de los mejores
profesionales, sin importar si son de izquierdas, derechas o
mediopensionistas”.
El ministro Javier Solana se fijó en él para encomendarle, primero, la
Dirección General de Música y Teatro del Ministerio de Cultura. “Para mí
aquella propuesta fue lo más. Nunca quise llegar a tener un cargo político
por cuestión de poder, sino para hacer política en el mundo cultural que me
apasionaba. De hecho, cuando acabó mi trabajo en ese ámbito, abandoné la
política para siempre”. Dos años después, en 1984, Solana le encarga la
creación y dirección del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la
Música (INAEM), con el que lleva a cabo una revolución cultural cuyos
frutos siguen vigentes en gran medida. Además de
renovar el Centro Dramático Nacional con la dirección de Lluís Pasqual,
entre las muchas y acertadas iniciativas que puso en marcha, destacan la Compañía Nacional de Teatro Clásico, dirigida por Adolfo Marsillach; el Centro Nacional de Nuevas Tendencias
Escénicas, con Guillermo Heras al frente; la Joven Orquesta Nacional de España, bajo la batuta de Edmon Colomer; el Centro para la Difusión de la Música Contemporánea, dirigido por Luis de Pablo; el Plan de Rehabilitación de los Teatros Públicos; el Plan Nacional de Auditorios; la reconversión del Teatro Real en teatro de ópera; la renovación del Festival de Teatro Clásico de Almagro; el Museo Nacional de Teatro de Almagro, así como la revista El Público o el Anuario y la Guía del Teatro en España.
Tras esta fértil etapa, es llamado por el nuevo ministro, Jorge Semprún,
para ser subsecretario del Ministerio de Cultura, cargo que ocupó de 1989 a
1992. Después, sintiendo que su paso por la administración se había
agotado, crea su propia empresa, Artibus: una consultora y productora con la que ganó un concurso del ayuntamiento de la capital para
dirigir el Teatro de Madrid. En este escenario logró grandes éxitos de
público; también abrir un nuevo canal de producción y exhibición de danza.
José Manuel Garrido ha dedicado los últimos años a fomentar la enseñanza superior de la gestión cultural y a un
proyecto igual de ilusionante: el Museo Universidad de Navarra, diseñado por Rafael Moneo, donde ha creado un teatro con unas espléndidas condiciones técnicas que permiten incluso
programar ópera. Desde su puesto de director colegiado, ha continuado
uniendo sinergias entre las distintas disciplinas artísticas, entre
públicos transversales, para cuestionar la realidad y al ser humano desde
la propia creación: “Porque la gente de la cultura es lo que debe hacer:
crear, crear y crear”. La mejor manera de reflexionar sobre lo que ocurre a
nuestro alrededor y, por qué no, soñar con que un mundo mejor es posible
gracias al arte.
Por Rosa Alvares