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6. HOMENAJE

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6.1 · Ricardo Doménech, crítico teatral.

Por Fernando Doménech Rico.
 

 

Y en tercer lugar, la concepción del teatro como un arte complejo en donde la interpretación, la dirección de escena y la plástica teatral tienen un papel fundamental en la creación del espectáculo. Esta idea está presente en muchas de sus críticas, en donde no se limita a hacer los consabidos elogios de las figuras de la interpretación. Pero es en artículos dedicados en exclusiva a estos aspectos2 en donde Ricardo Doménech desarrolla sus ideas acerca de cómo un teatro nuevo exige un nuevo actor y una nueva puesta en escena:

Cada época [...] necesita de “su” teatro y éste de “sus” actores (del mismo modo que necesita de sus autores, de su público, de sus empresarios –en forma de mecenazgo, de negocio comercial o de labor estatal– y hasta de sus críticos, porque en definitiva el teatro es una realidad unitaria, y todos sus elementos se justifican y complementan entre sí) (Doménech, 1966, 113).

Esta labor educativa no se podía ejercer desde cualquier medio. La crítica teatral estaba a finales de los años 50 del pasado siglo sometida a una doble presión, la de la censura y la del imperativo comercial que venía de las empresas teatrales. El hecho es que solamente en algunas revistas se podía ejercer una crítica sosegada y de cierta altura intelectual, además de exponer opiniones políticas o artísticas al margen de la ortodoxia franquista. En 1971 Ricardo Doménech recordaba aquella época:

Hoy se está generalizando una conciencia de que las cosas no están bien como están. En 1960 éramos muy pocos quienes pensábamos así. Por consiguiente, adoptar una postura abiertamente crítica, incluso en materias artísticas, era poco viable desde una tribuna pública [...]. Además de la censura, no hay que olvidar la autocensura que existía en las publicaciones periódicas de aquellos años. Sólo en Cuadernos Hispanoamericanos y en dos o tres revistas más –en Ínsula o en Primer Acto, por ejemplo– era posible escribir, no diré con libertad, pero sí con un poco de libertad  (CH, nº 257-258).

Y así fue. Ricardo Doménech se acogió a estas ínsulas de libertad que eran aquellas revistas para ejercer su labor de crítico independiente, para contar las cosas que existían en el teatro de su tiempo y las que podrían existir si las circunstancias fuesen otras.

El periodo en que Doménech se dedicó a la crítica teatral no fue muy amplio: comenzó en 1958 y no supera en mucho el año 1970. Fueron fundamentalmente los años 60 los que vieron aparecer sus críticas en varios medios, a menudo en tres o más, para irse espaciando en los primeros setenta y prácticamente desaparecer en los años siguientes. Las nuevas tareas de Ricardo Doménech lo fueron alejando de esta labor: en 1968 se había convertido en profesor de la Real Escuela Superior de Arte Dramático, institución de la que fue elegido director en 1977. De 1973 es también su libro, El teatro de Buero Vallejo (Una meditación española), que muestra los nuevos caminos que emprendía su autor, más dedicado a la investigación teatral de carácter académico. Todo ello lo fue alejando de la labor como crítico de estrenos y sus colaboraciones con las revistas en que había escrito y con otras nuevas se fueron haciendo más esporádicas y de un carácter distinto. Ya no se buscaba al crítico a pie de estreno, sino al investigador reconocido que aportaba una nota de prestigio a la publicación con su firma.

2.1. Acento cultural

Acento cultural estaba editada por los Departamentos Nacionales de Información y Actividades Culturales del S.E.U., el sindicato de estudiantes creado por Falange en 1933 para oponerse a la organización izquierdista FUE, mayoritaria en la universidad española. Después de la guerra, el SEU pasó a formar parte del Frente de Juventudes bajo el mando de la Secretaría General del Movimiento. Su propósito era encuadrar a los jóvenes universitarios dentro de las organizaciones del régimen franquista y evitar tendencias liberales e izquierdistas entre ellos.

Sin embargo, la propia revista muestra hasta qué punto los propósitos del régimen chocaban con la realidad: en Acento cultural escribían Alfonso Sastre, Gabriel Celaya, Armando López Salinas, Jesús López Pacheco, Antonio Ferres, Alberto Blancafort, Antonio Tapies, Luis de Pablo... Es decir, la plana mayor de los jóvenes intelectuales izquierdistas, muchos de ellos comunistas, que aprovechaban la plataforma que les ofrecían las organizaciones franquistas para reunirse, organizarse y encontrar un medio de expresión que faltaba en otras publicaciones.

Dirigida por Carlos Vélez, falangista de izquierdas, su redactor jefe era Isaac Montero, luego sustituido por Rafael Conte. Ricardo Doménech fue uno de los redactores fijos al menos durante sus primeros números. Acento cultural tuvo una vida breve, nació en 1958 y murió en los primeros sesenta. Su adscripción al sindicato oficial no le libró de las tijeras de la censura, que mutiló gravemente su número 5, de marzo de 1959, dedicado íntegramente a Antonio Machado. Era una revista ambiciosa, de gran calidad literaria y gráfica, que recogía todos los aspectos de la cultura española y –en lo que le permitían– internacional. Tenía una amplia sección de cine en la que se daba cuenta de los estrenos más importantes que se producían fuera de nuestras fronteras, así como secciones de música, artes plásticas y teatro en donde publicaban los artistas más inquietos del momento. En ella publicó Alfonso Sastre su manifiesto “Arte como construcción. Once notas sobre el arte y su función” (Acento cultural, nº 2), que obligó a la redacción a incluirlo con una entradilla en que se desmarcaba de las tesis defendidas por el autor.

Como redactor, Ricardo Doménech, entonces un joven de veinte años, se ocupó de la sección teatral. Escribía críticas de estrenos de todo tipo, gacetillas, informaciones sobre eventos teatrales, generalmente en la parte de la revista denominada Acento amarillo (por el color de sus páginas) y numerada en romano. Sin embargo, escribió también algún artículo de fondo, como el titulado “Un teatro crepuscular”, en donde daba la réplica a “Contra el teatro abstracto”, de Alfredo Marqueríe, artículo donde el reputado crítico atacaba con saña el teatro de Samuel Beckett (ambos artículos en Acento cultural, nº 4). Fue ésta la publicación en que se fogueó el joven crítico, aunque su permanencia fue muy breve: a partir del número 6 dejó de aparecer entre los redactores y fue sustituido en la sección teatral por Luis T. Melgar.

2.2. Primer acto

Primer acto apareció en abril de 1957. Era una revista independiente de teatro dirigida por José Ángel Ezcurra, con José Monleón en la vicedirección y López Rubio, Alfonso Sastre, José Luis Alonso y Adolfo Marsillach en la redacción. En su primer número José Monleón publicaba, a modo de segundo editorial, el artículo “Razón y sinrazón de una actitud”, en donde defendía con vehemencia un teatro comprometido con la realidad humana más profunda: “Las masas, el hombre, necesita un lugar en el teatro. Ha de estar en la escena como ente hondo y complejo. Desbancando a esos seres ingeniosos, dialécticos, brillantes, fatuos, juerguistas, andaluces o santurrones que se despojaron en los camerinos de lo más importante: su problemática esencial como tales hombres” (Primer acto, nº 1, 3).

Este espíritu combativo (no es difícil ver en esos “seres ingeniosos... andaluces o santurrones” una crítica al teatro comercial español de su tiempo) y esa decidida apuesta por un teatro atento a la palpitación humana en todos sus aspectos, pero sobre todo en su dimensión social, no ha abandonado nunca a Primer acto, que se ha mantenido sin faltar a su público durante más de cincuenta años y es en la actualidad la decana de las revistas teatrales españolas.

Ricardo Doménech se incorporó muy pronto a Primer acto. Sus primeras críticas aparecieron en el número 8, de mayo-junio de 1959, poco más de dos años desde su salida. Asumió distintas tareas en la redacción, pero la fundamental fue la de crítico encargado del teatro no profesional, lo que parecía avenirse bien con su conocimiento y vinculación a este tipo de teatro que no gozaba de difusión mediática. Como en otros casos, la colaboración de Ricardo Doménech con Primer acto se fue haciendo más esporádica en los años 70 hasta desaparecer a mediados de esa década.

2.3. Cuadernos Hispanoamericanos

Cuadernos Hispanoamericanos era la revista oficial del Instituto de Cultura Hispánica. Formaba parte, por tanto, de la prensa oficial del régimen franquista. Su cometido era el de exaltar el espíritu de la Hispanidad, aquel concepto glosado por Ramiro de Maeztu, que suponía la sustitución de los ideales de la Revolución Francesa, Libertad, Igualdad, Fraternidad, por los principios de Servicio, Jerarquía y Hermandad. Sin embargo, la revista ya bajo su primer director, Pedro Laín Entralgo, había abandonado tan estrechas miras para abrirse a otras líneas de pensamiento, en línea con la evolución hacia un liberalismo moderado del grupo de falangistas que rodeaban a Dionisio Ridruejo. En 1960 era su director el falangista Luis Rosales, el poeta granadino amigo de Lorca, a quien acogió en su casa antes de su detención y asesinato. Ricardo Doménech entró en la revista invitado por José María de Quinto. El propio Doménech lo recordó en uno de sus artículos:

Recuerdo bien aquella tarde que conocí a Luis Rosales. Fue en la primavera de 1960. Nos presentó un amigo común y antiguo colaborador también de Cuadernos Hispanoamericanos, José María de Quinto. En aquellas fechas, algunas de las revistas donde yo escribía se habían ido a pique, y José María de Quinto me sugirió que escribiera en Cuadernos. Como le hiciera ver que no conocía a nadie en esa publicación, él me dijo que nos presentaría a su director, Luis Rosales. En efecto, concertamos la cita y fuimos los dos a Cuadernos en la moto que De Quinto tenía entonces, y que era tan conocida como él en la vida literaria de 1960.

Alto, grueso, campechano, Rosales dijo que no tenía inconveniente, que en principio estaba de acuerdo. Necesitaba un colaborador de teatro, y si mis artículos le gustaban, me incorporaría a la revista. Quedamos en que, pasados unos días, le entregaría una primera colaboración que serviría de prueba (CH, nº 257-258).

El artículo que le llevó Ricardo Doménech convenció plenamente a Luis Rosales: estaba dividido en tres partes, una primera dedicada a dar noticia de un proyecto de Gran Anfiteatro Móvil presentado en Francia por Jean-Louis Barrault, una segunda, la más extensa, dedicada al estreno de La cornada, de Alfonso Sastre, y una crítica de libros. Mostraba las capacidades de Doménech para moverse en el mundo de la crítica, su conocimiento de las novedades del teatro europeo y su amplitud intelectual. El artículo salió en el número 128-129 (agosto-septiembre 1960), con el título de “Notas de teatro”, que será el epígrafe bajo el que aparecerían casi siempre sus colaboraciones en Cuadernos Hispanoamericanos.

Las notas sobre teatro de Ricardo Doménech no siempre fueron bien recibidas. En el artículo citado más arriba recuerda cómo Luis Rosales le comentó alguna vez los problemas “de régimen interior” que había tenido por culpa de algún artículo suyo, y cómo había conseguido sacarlos adelante. Era la forma elusiva que tenía Doménech de referirse a la innombrable censura. Con todo, mantuvo su colaboración durante años, bajo la dirección de Rosales y la de José Antonio Maravall.



2 “La concha del apuntador en el teatro” (CH, nº 145), “La censura y los problemas laborales de los actores” (CH, nº 154), “Un nuevo actor para un nuevo teatro” (CH, nº 180), “Ante los primeros síntomas vivificantes de un nuevo concepto del actor y del espectáculo” (CH, nº 196), “El nivel de nuestros espectáculos” (Cuadernos para el diálogo, nº 19), “En busca de un nuevo espacio teatral” (PA, nº 121), “En busca de un nuevo lenguaje teatral” (El Urogallo, nº 19).

 

 

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