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6. HOMENAJE

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6.1 · Ricardo Doménech, crítico teatral.

Por Fernando Doménech Rico.
 

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Ricardo  Doménech, crítico teatral


Ricardo Doménech, crítico teatral

Fernando Doménech Rico
Real Escuela Superior de Arte Dramático


Resumen: Ricardo Doménech fue uno de los críticos teatrales más importantes en España durante los años 60 del pasado siglo. Su labor como crítico se realizó a través de revistas como Primer acto, Cuadernos Hispanoamericanos e Ínsula. Atacó la mediocridad del teatro de su tiempo y defendió la calidad de autores como Buero y Sastre, así como a Lorca, Valle-Inclán y el teatro del exilio. Su criterio estético estuvo siempre marcado por el compromiso.

Palabras clave: Ricardo Doménech, crítica teatral, compromiso, teatro en el franquismo, teatro del exilio

Abstract: Ricardo Doménech was one of the most important theatrical critics in Spain during the sixties. His labour as a critic developed in magazines like Primer acto, Cuadernos Hispanoamericanos and Ínsula. He attacked Spanish theatre's mediocrity and deffended Buero Vallejo and Sastre, as well as Lorca, Valle-Inclán and the exile theatre. His aesthetic criterion was always directed by the engagement.

Key words: Ricardo Doménech, theatrical critics, engagement, theatre during the Franco regime, exile theatre.


1. UN ESPECTADOR ATENTO

La reciente muerte de Ricardo Doménech (1938-2010) ha supuesto para el teatro español una pérdida difícil de ponderar. En distintos medios, ya antes de su fallecimiento, se habían destacado sus méritos como investigador, como maestro de sucesivas generaciones de profesionales del teatro e incluso como narrador (Doménech, 2008). Hay, sin embargo, un aspecto que se ha recibido escasa atención, y es su labor como crítico teatral, a pesar de que en numerosas ocasiones se le ha considerado uno de los más importantes de la segunda mitad del siglo XX.

En 2005 escribían los redactores de Teatro español [de la A a la Z]: “Si Doménech publicara los centenares de artículos aparecidos en [Primer Acto y Cuadernos Hispanoamericanos] tendríamos –como en el caso de Enrique Díez-Canedo y José Monleón– una completa crónica de la España teatral contemporánea, establecida desde su experiencia de espectador atento, pero también desde la profundidad del investigador serio” (Huerta, Peral y Urzáiz, 2005). En gran parte tenían razón, ya que Ricardo Doménech ha sido uno de los espectadores más atentos que hubo en la España de la posguerra, aunque exageraban en cuanto a la extensión temporal que le atribuyen: la crónica no abarcaría todo el teatro contemporáneo, pero sí una época fundamental para la historia de la escena española, la de los conflictivos años 60.

Existe ya un primer repertorio de estos artículos, realizado por Álvaro Lizarrondo (2008), que tiene la autoridad de haber contado con la asesoría del propio Ricardo Doménech y que representa, por tanto, la selección del autor. Pero un repaso más detenido nos revela un panorama mucho más amplio, un volumen de artículos que sobrepasa con mucho la suerte de antología que aparece en aquel estudio.

2. EL CRÍTICO Y SU CIRCUNSTANCIA

En un artículo temprano, publicado en Cuadernos Hispanoamericanos, Ricardo Doménech dibujaba un panorama poco halagüeño de la crítica teatral de su tiempo:

En un periódico, la crítica teatral suele ser una sección poco leída, mal retribuida y, habitualmente, indefensa ante el vigor crematístico de la publicidad de espectáculos. A un periódico suele interesarle más, por lo común, tener sana publicidad que crítica sana; si llegar a establecerse una pugna entre una y otra, el periódico no duda en tomar partido por la primera. En Madrid y Barcelona, y acaso en alguna capital aislada, el fenómeno no es tan grave como en el resto de España, y aún se mantiene un minimum de decoro. Pero ese minimum de decoro no pasa de ser, generalmente, una simple apariencia. Nuestros periódicos, en razón de sus ingresos publicitarios, prefieren tener a un crítico ignorante y propicio al elogio perpetuo, que no a un crítico que haya estudiado y estudie teatro, y esté dispuesto a buscar la verdad y a defenderla en su cometido, actitud ésta que no suele dar buenos resultados, ni al sujeto en cuestión ni mucho menos al periódico.

Y es que la verdad ofende en los oídos del ámbito profesional del teatro. El ámbito profesional del teatro está acostumbrado a que la crítica sea publicidad, publicidad total, y la más leve indicación de errores, por garrafales que sean, le parece una bárbara, injusta repulsa. El mundo del teatro no está habituado a la crítica, y cuando se encuentra con una crítica honrada le entran náuseas. [...]

Vistos así los hechos, brota por sí sola la observación de esta dolorosa realidad: de tales relaciones periódico-empresa teatral paga normalmente las consecuencias el público. El público lo paga todo –dicho sea en metáfora y de forma literal–. Si algo marcha mal, el público tiene la culpa. “El público, sabe usted...”, es por lo general el argumento único e incontestable. Resulta que el público es necio, ignorante y retrasado mental. [...] Sin duda nuestro público no tiene opinión ni saludable criterio selectivo. Pero ¿por qué no tiene todo eso? Si entre el público –el escasísimo que asiste en España al teatro– hay una desorientación, un desconcierto absoluto, un no saber de qué va, la culpa no es de él, sino de la crítica, del periódico y, en última instancia, del propio teatro. No debe asombrar, en consecuencia, que la gente se aleje cada vez más de los teatros: nadie quiere lo que desconoce. Lo asombroso es que haya todavía un solo ciudadano que asista a una representación teatral, máxime si a las limitaciones expuestas añadimos las otras, las generales, las extra-estéticas (CH, nº 1311).

Frente a esa concepción chata, alimenticia, de la crítica teatral Ricardo Doménech se propuso devolver al crítico toda la dignidad que merece este oficio y que tenía antecedentes en figuras como Enrique Díez-Canedo o Ramón Pérez de Ayala. Se propuso ser un educador del público, mostrando las carencias y los defectos del teatro español y los caminos que debía seguir para alcanzar el nivel que había alcanzado el teatro contemporáneo fuera de nuestras fronteras.

La primera de sus armas para ejercer esta labor fue una extraordinaria formación intelectual: las críticas de Ricardo Doménech muestran un conocimiento amplísimo del teatro español y universal que pocos críticos de su momento podían tener: por sus páginas desfilan las noticias de los últimos estrenos en Europa y en Norteamérica, pero también los grandes teóricos del momento, Bertolt Brecht, Jean-Paul Sartre y Lucien Goldman junto a Arnold Hauser o Martin Esslin, los escritos teóricos de Beckett, Ionesco y Dürrenmatt... Todo un mundo de conocimientos que no se reducen a la literatura dramática, ya que incluye también la teoría y la práctica de grandes directores como Barrault y Jean Vilar, o los teóricos de la interpretación como Stanislavski o Gordon Craig. Si a esto unimos un conocimiento preciso y amplísimo de los clásicos, se tendrá una cabal idea del torrente de información y de formación que está detrás de cada crítica de Doménech. Y esto en un crítico jovencísimo, que comenzó a escribir con veinte años y que poco después de los treinta había dejado ya esta labor.

La segunda fue su honradez intelectual, que lo llevaba a no dejarse llevar por los prejuicios a favor o en contra de un autor o una tendencia. En sus críticas sopesa siempre los aspectos positivos y los negativos de un montaje o de una obra, tanto si es de un autor que goza de sus simpatías como si su teatro está en las antípodas ideológicas. Se pueden apreciar las reservas que le suscita Después de la caída, de Arthur Miller, uno de sus autores favoritos (CH, nº 162). O las críticas negativas al montaje de Hamlet, solista y Medea la encantadora, de José Bergamín, dirigidas por Ricard Salvat, en 1963 (Primer acto, nº 43). Berta Muñoz, en su estudio sobre la censura que sufrieron los exiliados, no puede menos que mostrar su perplejidad ante el hecho: “Paradójicamente, en Primer Acto, uno de los medios de los que hubiera cabido esperar mayor receptividad hacia este montaje, Ricardo Doménech publicaba una crítica bastante desfavorable: aunque celebraba lo que el estreno tenía de homenaje a su autor, criticaba duramente ambas piezas y el montaje que de ellas había realizado Ricard Salvat” (Muñoz, 2010, 77).



1 Debido a la gran cantidad de referencias a Cuadernos Hispanoamericanos, utilizo en las citas la abreviatura CH.

 

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