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2.2 · Teatro público en España. Aportaciones al origen de un debate inconcluso.

Por Gemma Quintana Ramos.
 

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1. EL PROYECTO DE ROMEA Y SU RESPUESTA ACADÉMICA

El 30 de septiembre de 1857 la Reina Isabel II firma un Real Decreto según el cual se funda la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (RACMP), institución a la que encomienda el cultivo de las ciencias morales y políticas, reconociéndose en España la existencia de nuevas ciencias sociales como la política, la economía y la sociología2. Entre las funciones de la entidad se recoge la de asesoramiento, así como la conservación y difusión del patrimonio. En virtud de tales atribuciones, la institución –de gran prestigio y potestad intelectual en la época– recibía consultas del Gobierno en materia social, política y también cultural. El 11 de junio de 1860 eleva al Gobierno su “Informe sobre la influencia del teatro en las costumbres públicas, y la protección que en consecuencia debe dispensarle el Estado”. La reflexión que contiene no fue motivada por un impulso más menos espontáneo por parte de la Corona sobre el quehacer del Estado en materia escénica, sino por la solicitud que lleva a cabo el actor D. Julián Romea (1813-1868) de patrocinio oficial para la creación de:

[…] una empresa dramática subvencionada por el Estado, que solo ponga en escena obras de verdadero mérito; que estimule a escribirlas ofreciendo digna recompensa a sus autores; que asegure la imparcialidad y el acierto en la admisión y elección de las que hayan de darse al público, y que las represente con propiedad y perfección, reuniendo en una compañía a los actores más consumados en el arte3. (RACMP, 1861, 215).

Posee el documento distintos elementos que puede resultar de interés. En primer lugar, todo lo que se refiere a su contenido, cuyo análisis es el objetivo de este artículo. Se trata de cuarenta y nueve páginas donde los académicos aportan su punto de vista sobre la importancia cultural y social del teatro de su tiempo, abordando temas tales como la censura, la moral y la influencia del arte escénico en la sociedad española del momento. Todo ello permite visualizar el contorno real de unos planteamientos políticos, intelectuales e incluso económicos, situados en las antípodas de nuestra visión actual en materia de protección de la cultura. Sin embargo, los académicos no se limitan a dar una visión histórica del teatro como elemento de cohesión social, sino que realizan una valoración puntual de cada una de las propuestas del Sr. Romea, actor e intelectual muy afamado y respetado ya por aquel entonces. En este sentido, el documento no sólo desgrana toda una serie de argumentos económicos y políticos contra el proyecto, sino que, además, expone con detalle una serie de ideas para lograr los mismos objetivos que persigue la iniciativa pero “de forma más eficaz para su objeto”.

Por otro lado, aunque presentadas en un lenguaje decimonónico, con algunos términos y perspectivas que hoy por hoy nos pueden resultar superadas, el texto contiene razonamientos en los que se puede reconocer algunas reflexiones actuales propuestas por la teoría económica e incluso por algunas administraciones públicas.

Aunque el pueblo español tenía en aquel momento problemas de mayor calado social y económico, tampoco hay que perder de vista el interés del informe como instrumento oficial en un contexto político ya en decadencia. El reinado de Isabel II fue largo y convulso. En este momento falta apenas un lustro para que se imponga la terrible crisis económica y política que mostrará en 1866 el evidente deterioro del sistema isabelino y llevará en 1868 a la “gloriosa” Revolución que representará un significativo cambio político y social4. En lo cultural, el Sexenio Democrático marcaría la llegada del Realismo, frente al Romanticismo anterior, aunque probablemente esta evolución estética no fuera, ni mucho menos, tan lineal y se venía fraguando con anterioridad. Aunque a juzgar por la poca fortuna que tuvieron las aspiraciones de los partidarios de la creación de un modelo de teatro oficial válido para España durante el SXIX, no parece que los cambios políticos trajeran aparejadas modificaciones significativas en la forma de concebir el hecho escénico por parte de la sociedad. Y es por ello, que puede resultar ilustrativo analizar algunos de los argumentos que se esgrimían en torno a ese momento de cambio, habida cuenta de los fracasos que representaron los anteriores intentos oficiales por dotar de sentido y estabilidad un plan de teatros y una institución escénica nacional; y de la intensa actividad normativa del Estado en este sector.

Y por último, resulta muy destacable que fuera D. Julián Romea y no otro el promotor de esta idea. Al prestigioso actor por aquel entonces le quedaban apenas ocho años más de vida, una vida dedicada casi exclusivamente a la renovación del arte dramático, tanto desde su posición de primer actor como desde su puesto en el Conservatorio5, incluso mediante la escritura dramática. También acumulaba este hombre de teatro práctica como empresario teatral6 y había constituido una pieza clave dentro del primer y estrepitosamente fracasado ensayo de teatro oficial. D. José Luis Sartorius, Conde de San Luis y Ministro de Gobernación, se hizo cargo de sacar adelante el proyecto del Teatro Real Español, según el modelo propuesto por Benavides. Se trataba de un teatro de declamación, “subvencionado y dirigido por el Gobierno, bajo la inmediata dependencia del ministerio de Gobernación del Reino” que sirviera de referencia y “donde puedan formarse actores inteligentes que, perfeccionando el arte dramático, generalicen sus buenas máximas y den nuevo lustro a la escena española”7. (Aguilera Sastre, 2002, 29)

La dirección administrativa corría a cargo del Comisario Regio8, con “amplísimos poderes” y contaba con una compañía permanente de actores, entre cuyas filas Julián Romea ocupaba un puesto central junto a su esposa Matilde Díez. Sólo dos temporadas duró este nuevo Teatro Español, a pesar de la abundancia de subvenciones y de buenas intenciones. Entre las causas de su fracaso, Rubio Jiménez destaca la mala gestión y la falta de buenos textos teatrales, así como la discrepancia entre los actores más afamados que no querían ver reducidos sus privilegios y la competencia de otros teatros, donde estos primeros actores fueron a parar tras abandonar la compañía del Teatro Español. (Aguilera Sastre, 2002, 30).

Romea era uno de ellos9, pero sin duda aprovechó esta primera experiencia, así como su conocimiento de la administración teatral, para entender que el objetivo inicial del proyecto tenía un sentido cultural obvio que él, como defensor del mejor trabajo en la escena, podría tratar de llevar a cabo. Justo antes de lanzar esta propuesta a la Corona, el actor ha escrito varias obras de teatro y ha editado un ensayo práctico sobre la escena y la interpretación dirigido a sus alumnos del Conservatorio y titulado Ideas generales sobre el Arte del Teatro (1ª edición, 1858), pero donde pueden encontrarse reflexiones generales sobre el teatro, sus necesidades y sus enemigos:

España, donde los buenos estudios estaban en un abandono lamentable; sin un Molière, un Racine o un Corneille que abriesen el camino; careciendo completamente de un estímulo político o social continuaba en aquel marasmo improductivo que tanto se parece a la muerte. (Romea, 1858, 36)

Julián Romea habla del arte dramático como una labor de conjunto, donde tiene tanta importancia el fomento de la dramaturgia, como la formación interpretativa de los futuros actores, el desarrollo técnico y apropiado de la escenografía y el vestuario y, por supuesto, el público. Y es absolutamente consciente de la ineludible tarea de protección que el Estado debe desempeñar por el bien de la cultura nacional. Sin embargo, los señores académicos, aun apreciando al actor y al arte dramático, se muestran en desacuerdo no tanto en el fondo como en la forma.



2 Para ampliar información sobre la historia de la institución véase Real Academia de Ciencias Morales y Políticas: “Orígenes de la RACMP”. En línea: http://www.racmyp.es (consulta 13.12.2010).
3 Como criterio general, en la referencia directa al texto del Informe, se ha actualizado exclusivamente la ortografía, para evitar errores de transcripción.
4 La Carta Magna del 69 se ha considerado la Constitución más democrática de todo el siglo XIX –incluso superior a otras europeas de entonces–. Todo ello a pesar de la incapacidad de crear alianzas sólidas y el radicalismo de las posiciones más extremas que la abocaron a una corta vida.
5 La Escuela de Música y Arte Declamatorio era conocida popularmente como el Conservatorio. Allí Julián Romea se forma como actor junto a maestros como Carlos Latorre e Isidoro Máiquez. Posteriormente, pasa a formar parte del cuadro de profesores, antes de que en 1865, la Reina Isabel II le nombre director. En 1861, año en que solicita la subvención para este proyecto de teatro público al Gobierno, acaba de llegar de Barcelona e intenta volver al escenario del Teatro Español, antes corral del Príncipe, pero al encontrarse a su cargo Juan Valera, su competidor más directo, hubo de esperar una nueva oportunidad en otro teatro.
6 Se hace cargo del corral del Príncipe, posteriormente Teatro Español, en sustitución de Grimaldi a finales de 1840. Se habla con interés de la modernización técnica que Romea llevó a cabo durante este tiempo como empresario del importante teatro madrileño.
7 En 1849 se aprueban dos decretos especialmente importantes para la protección y fomento de la escena. Uno de ellos dirigido a la generalidad de los teatros del reino y el otro define el “Reglamento del Teatro Español” con el cual se creaba el primer teatro nacional en sentido estricto.
8 Ventura de la Vega ocupó el cargo de Comisario Regio entre abril de 1849 y julio de 1850 y fue sustituido por Tomás Rodríguez Rubí hasta mayo de 1851.
9 En este sentido resulta muy interesante consultar la correspondencia que se efectúa entre Julián Romea y el Conde de San Luis. Romea se dirige al Ministro entre mayo de 1849 y junio de 1850 exigiendo sus prerrogativas, hablando de “campañas en su contra” y renunciando a su puesto por muy diversos motivos. (Romea, 1911, 302-325)

 

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