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1. MONOGRÁFICO

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1.8 · Des-esperpentizando el esperpento: lecturas valleinclanianas de José Tamayo.

Por Anxo Abuin.
 

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Des-esperpentizando el esperpento: lecturas valleinclanianas de José Tamayo

Anxo Abuín González
Universidade de Santiago de Compostela*


Resumen: En este artículo se repasa la recepción crítica de los estrenos valleinclanianos dirigidos por José Tamayo, estableciendo a partir del recorrido por los testimonios periodísticos de cada época los elementos básicos de la poética de este director de escena, fundamental para entender el teatro español contemporáneo. Tras la buena acogida de Divinas palabras (1961), la crítica fue distanciándose paulatinamente de los supuestos de Tamayo, hasta entrar en su valoración más moderada, tibia o abiertamente negativa. Finalmente, se propone como rasgo del tratamiento a que Tamayo somete los textos valleinclanianos la idea de des-esperpentización, en lo que tiene de simplificación y despojamiento de algunas de los aspectos básicos de la propuesta teatral del dramaturgo gallego.

Palabras clave: puesta en escena, esperpento, adaptación, crítica teatral.

Abstract: This article reviews the critical reception of the valleinclanian premières directed by José Tamayo, establishing by the journalistic evidences the basic elements of the poetics of this stage manager, fundamental in order to understand the contemporary Spanish theatre. After Divinas palabras (1961), the critical reception was gradually moderate or openly negative. Finally, the article proposes the idea of des-esperpentization: the simplification and deprivation of some of the basic aspects of the theatrical proposal of the Galician playwright.

Key words: mise en scene, esperpento (grotesque), adaptation, critical reception.

 

1. JOSÉ TAMAYO, UNA VIDA EN EL TEATRO

Durante 1946 nacía en Valencia una Compañía Teatral que tomaba su nombre de Lope de Vega, quien para José Tamayo (Granada, 1920-Madrid, 2003), su joven director, representaba entonces todo lo que quería conseguir en teatro: inquietud, inmensidad, prodigio, popularidad… Su propósito consistía en representar las grandes obras del teatro universal, con un estilo que expresase la disconformidad frente a lo que era entonces el anquilosado teatro de España. En 1947 ya está estrenando en Madrid, en el Teatro Fuencarral, Cuento de cuentos, de Joaquín Dicenta, y Otelo, de Shakespeare. En 1949 se marcha a América, en una exitosa gira que duró dos años. En 1952, en el Teatro de la Comedia, obtiene por fin un triunfo grandioso con el estreno español de La muerte de un viajante, de Arthur Miller, refrendado más tarde con la excelente acogida de El gran teatro del mundo de Calderón.

Entre sus montajes posteriores, destacaron por su grandiosidad La destrucción de Sagunto, de José María Pemán y Francisco Sánchez Castañer, realizado en las ruinas de esta ciudad; y La cena del rey Baltasar, llevado al Auditorium del Palacio Pío del Vaticano, ante la presencia del mismísimo Papa Pío XII (1953). Desde 1954 hasta 1962 Tamayo dirigió el Teatro Español, donde acumuló un buen número de éxitos: La vida es sueño (1955), de Calderón; Seis personajes en busca de autor (1955), de Luigi Pirandello; Un soñador para un pueblo (1958) y Las Meninas (1960), de Antonio Buero Vallejo; La visita de la vieja dama (1959), de Friedrich Dürrenmatt; o su versión del Tenorio de Zorrilla en 1956, el Don Juan de los pintores, llamado así porque los decorados fueron encargados a diversos artistas de renombre, como Vázquez Díaz, Benjamín Palencia, Carlos Pascual de Lara, José Caballero, Manuel Mampaso y Carlos Sáenz de Tejada.

En 1961 fue nombrado director del Teatro Bellas Artes, que inauguraba con un montaje del proscrito Valle-Inclán, Divinas palabras, reestrenada en 1986, con motivo del cincuentenario de la muerte de su autor, y 1998 (Bauló, 2004), en esta ocasión con un nuevo escenógrafo, José Lucas, y Kiti Manver como protagonista (Oliva, 2006, 3). En esta etapa sería el responsable de algunos montajes no exentos de polémica: Calígula (1963), de Albert Camus; o Madre Coraje (1966), de Bertolt Brecht. Al cabo de casi cinco décadas siguió desempeñando las labores de director y empresario de este local madrileño, situado en los bajos de Círculo de Bellas Artes, donde estrenó al menos tres valles más: Luces de bohemia (1971), Tirano Banderas (1974)y Los cuernos de don Friolera (1976).

2. IDEAS TEATRALES

Desde que iniciara su aventura en Granada, como director de la Compañía Lope de Vega, del Teatro Español y en su primera etapa del Bellas Artes, José Tamayo introdujo en España un nuevo concepto de teatro basado en la necesidad de un repertorio importante (Don Juan o los siempre pateados Premios Lope de Vega) que no excluyera la actualidad de los estrenos en otros países (Thornton Wilder, Jean Cocteau, Arthur Miller), y en la conveniencia de llevar el teatro a los grandes espacios públicos, a las plazas y a los anfiteatros, en busca de las grandes masas: giras por América, representaciones fastuosas de autos sacramentales, funciones al aire libre son elementos que han dibujado la figura de un Tamayo grandioso y barroco.

No olvidemos sin embargo la coexistencia de varios registros en su trayectoria, desde el intimismo de La muerte de un viajante, con un decorado único esquematizado al que la luz servía de complemento (un recurso repetido luego en Edipo o Crimen perfecto), hasta el así llamado tamayoscope o teatroscope de La destrucción de Sagunto. Cuando Tamayo comenzó a hacer teatro, en los cuarenta, la situación de la escena española era lamentable, con un repertorio hecho al gusto tiránico del empresario o del divo de turno. En palabras del propio Tamayo, la situación empezó a cambiar en los cincuenta, cuando las compañías y el público “se dan cuenta de la necesidad de presentar las obras con verdadera propiedad, mediante la renovación de la escenografía, de los figurines y el mejor empleo de la luz, elemento todavía muy descuidado y poco aprovechado entre nosotros” (Tamayo, 1953, 36).

José Monleón ha subrayado, no obstante, la ambivalencia de la trayectoria de Tamayo, valedora de la renovación de la escena española y tendente a la sobreestimación de lo espectacular en detrimento de una comprensión intelectual de los conflictos y realidades sociopolíticas del país. En este sentido se comprenden mejor experiencias como la de los Festivales de España, una creación del Ministerio de Información y Turismo en 1952 que, desde los presupuestos ideológicos del Régimen, representaba piezas de teatro, zarzuela, ópera y danza en espacios singulares (fachadas de catedrales, jardines, castillos). José Tamayo recuperaba en este contexto la tradición de los autos sacramentales y, con la Compañía Amadeo Vives, creaba la Antología de la Zarzuela, un espectáculo de éxito sin precedentes. Y también fue responsable de la revitalización del Teatro Romano de Mérida desde 1979 (Oliva, 2003a).

En cuanto a su concepción teatral, Tamayo sostenía en 1953 la urgencia de renovar la escenografía, las luces, los figurines y la interpretación. El teatro de los cincuenta exigía para Tamayo una puesta al día temática que lo alejase de la alta comedia y del melodrama folletinesco. El papel del director será fundamental en este proceso, aunque Tamayo declara partir de un absoluto respeto a lo escrito y de la invisibilidad del papel del director. Para él, “el director es para la obra como el preceptor de la criatura, que, lejos del cariño paternal, necesita la mano vigorosa que la conduzca y vigile” (1953, 36); y el público se convertía en la incógnita a la que se ha de prestar más atención en el transcurso de un montaje. Desde un punto de vista formal, sobresalió Tamayo por su maestría en el movimiento de actores, en especial de las grandes masas corales, y por su particular sentido de la iluminación, muy influido por el cine, además de por su interés en el cuidado de la ambientación musical, tarea en la que recibió la inestimable ayuda de Joaquín Rodrigo, Manuel Parada, Richard Klatowsky, Ernesto y Cristóbal Halffter o Antón García Abril. En general, contó siempre con excelentes colaboradores para la escenografía y los figurines, los mejores de una época: Roberto Carpio, José Osuna, Rafael Richart, Manuel Muntañola, Víctor María Cortezo, Sigfrido Burmann o Emilio Burgos.

 

(*) Agradezco al personal del Centro de Documentación Teatral, en especial a Julio Huélamo y Berta Muñoz, la ayuda prestada para la elaboración de este artículo.

 

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