Los viejos maestrosHIBERNIA, Eva
Madrid, Ediciones Antígona, 2018, 116 pp.

Todo un clásico como Tío Vania de Chéjov cobra vida, más de un siglo después, en Los viejos maestros de Eva Hibernia. La pieza teatral del dramaturgo ruso tiene la característica principal de ser intemporal: conversaciones familiares en una estancia, vidas cruzadas, sentimientos que según las circunstancias no son los adecuados, pero que brotan, fluyen y generan reacciones dispares. La peculiaridad de este modelo es que puede duplicarse y crear cuadros inéditos en épocas diferentes. Un tiempo detenido en cualquier espacio del mundo atravesado por un incierto periodo es la atmósfera perfecta para la recreación de unos espíritus henchidos de desavenencias. Eva Hibernia lo realiza magistralmente: Sonia, Voinitski, Astrov, Elena y Serebriakov parecen haber cruzado tierras y medidas de tiempo dinámicamente para reaparecer en el litoral mediterráneo, respetando el entorno natural como en la obra de Chéjov, pero esta vez bajo la estela de un camping familiar que Sofía y su tío Iván dirigen; Miquel es un médico, amigo de la familia; allí también se encuentran Malena, pareja de Boyer, siendo este el padre de Sofía. Por otro lado, se nombra a la abuela y madre de Iván, que convive con ellos, pero que encarna al personaje ausente; se refieren a ella en sus conversaciones, pero esta no interviene ni aparece. El marbete de «Dramatis personae» cobra vida con la exposición de los caracteres que intervienen en la pieza: Hibernia no se limita a la ortodoxa nómina de personajes sino que despliega a modo de panegírico individual los rasgos de los intervinientes. Frases cortas sostienen los pilares fundamentales de cada retratado: edad orientativa, frugal prosopografía, anhelos rezagados, trazo notorio de su biografía, su propia historiografía literaria que recoge un título público y otro privado, junto con los vicios / ocio de cada uno. La etopeya propia de cada carácter se irá descubriendo a medida que la trama avance.

La obra se divide en tres partes; con cinco escenas, la primera; tres escenas, la segunda; y dos escenas la tercera parte, formando una estructura en minoración sobre la errante cotidianeidad de las relaciones familiares. La primera parte es la que concentra mayor número de escenas; en ellas se expone el entorno donde se desenvuelven las conversaciones aparentemente superfluas de los personajes y la implicación de cada uno de ellos entre sí y con el camping. Se trasluce la dicotomía entre joven / anciano, palpitando así el tópico clásico. Se entreteje una confrontación entre la savia y el vigor, y el ocaso y la debilidad. Sofía es el hilo conductor y el personaje central; ella es la persona receptora de los hastíos y desvaríos de «los viejos maestros», ella aplaca y reconforta la descabellada oratoria, pero también conforma un ser humano del que todos en algún momento prescinden; es un ser prácticamente invisible al que nadie recurre, pero que está ahí. Un ser que sufrió lo indecible un once de marzo; aun así, este lacerante pasado no es óbice en ningún momento para que todo transcurra con vehemente normalidad. La segunda parte se desarrolla en unas horas de asueto, donde todos juegan a los dardos y beben alcohol, por lo que el grado de desinhibición es elevado. La crítica de unos a otros es constante. Se distinguen con perspicuidad dos lecturas en las fluctuantes conversaciones, una íntima y otra privada, quizás coincidiendo con la breve exposición inicial en la que cada personaje posee un libro favorito que todos conocen y otro título que mantiene en secreto. Los recuerdos afloran y se recrean: “Boyer: Antes de tener tu edad, Sofía, la pelirroja quiso ser una especie de Patti Smith. ¿Cómo se llamaba tu banda? Nunca consigo acordarme (p. 78)”. El cortejo de Iván hacia la mujer de su cuñado se convierte en un diálogo repleto de verborrea y referencias pictóricas que describen con acierto la escena relatada: “Miquel: Hemos nacido en un cuadro de Goya. Iván: Duquesa de mi alba y de todos mis crepúsculos, usted primera” (p. 67); “Iván: No empieces, Maja, o habrá que desnudarte. Malena: Lo que tu quisieras” (p. 69). El lacerante pasado que Sofía arrastra parece ser trivializado por el resto: “Boyer: Un tatuaje ridículo. Sofía prométeme que nunca te tatuarás. Esas tonterías se hacen en un momento de locura y luego son marcas para toda la vida. Sofía: Yo ya tengo marcas para toda la vida. Malena: Los tatuajes y las cicatrices son sagrados” (p. 78). El sarcasmo y la hilaridad son constantes en los diálogos, unos diálogos breves y audaces que contraponen esta pieza con el clásico Tío Vánia, característico por sus largos parlamentos y soliloquios. La agilidad de los diálogos que ofrece Los viejos maestros no impide una plática expeditiva cargada de asuntos trascendentes. En esta segunda parte también se refleja la dualidad entre las palabras y las acciones; las palabras embelesadas y aparentemente vacuas de Iván por conseguir el amor de Malena sin lograrlo y, por otro lado, las acciones que acomete Miquel al verse a solas con ella, y que consiguen con celeridad el beso deseado. La tercera parte es una confrontación con la realidad, cada uno parece darse cuenta de su propia situación personal, de su aceptación y de asumir que debe proseguir con su vida hacia adelante. Las viejas creencias parecen desterrarse del pliego sentimental que las esconde, huyendo así de una senda reiterativa. Hasta el lugar donde transcurre la acción parece requerir un nuevo camino, una nueva vida tanto como la que necesitan vivir el resto de los personajes, desde la joven Sofía hasta el conjunto de «los viejos maestros», Iván, Miquel, Boyer y Malena.