(des)Aparecidas. Protagonistas muertas en la dramaturgia española contemporáneaBUENO, Lourdes
Murcia, Editum, 2018, 197 págs.

El libro de Lourdes Bueno ofrece un recorrido por las obras de un amplio elenco de dramaturgas españolas actuales en las tiene cabida algún personaje femenino que ha muerto, en la mayoría de los casos de forma violenta. No es preciso insistir en la doble vertiente reivindicativa del libro. Por un lado, se trabaja sobre la fecunda y excelente dramaturgia femenina española actual, lo que supone una voluntad de dar visibilidad no solo a las escritoras concretas objeto del estudio sino a una realidad que ha adquirido felizmente un reconocimiento indiscutible. Son cada vez más numerosas las dramaturgas que, con justicia, acceden a los escenarios y a las publicaciones, obtienen premios y su obra es objeto de reflexión y de estudio. La muestra que aquí se ofrece es solo una parte de una producción estética mucho más amplia. Por otro lado, y en significativa paradoja, se presta atención a una circunstancia que parece relevante: la mujer muerta es un personaje recurrente en la dramaturgia femenina. Esta recurrencia, casi obsesiva, cabría decir, no puede interpretarse sino como una visión de la mujer, por parte de sus congéneres dramaturgas, como un ser vulnerado, despreciado y excluido. O, al menos en serio riesgo de sufrir estas formas de anulación. La paradoja visibilidad/invisibilidad o presencia/desaparición inspira así tanto el libro de la profesora Lourdes Bueno como la escritura de las dramaturgas aquí estudiadas, quienes escriben desde esta herida colectiva con el ánimo de restañarla.

El libro comienza con una estimulante cita de la maestra Griselda Gambaro y sigue con una Introducción en la que se repasa brevemente el panorama del teatro escrito por mujeres en la España contemporánea y los estudios dedicados a la materia, reflexiona sobre la noción de la desaparecida y presenta propiamente lo que será el objeto de investigación de la monografía. En ella se hace eco de los trabajos llevados a cabo por Patricia O'Connor, Phyllis Zatlin, María-José Ragué, Pilar Nieva de la Paz, Anita Johnson, Virtudes Serrano, etc., en los años últimos del pasado siglo. Echo de menos en la relación los cuatro volúmenes dedicados a las Autoras en la historia del teatro español, coordinados por Juan Antonio Hormigón, cuyo nombre sí aparece citado en relación con el Premio María Teresa León o con los tres volúmenes que recogen el trabajo sobre las Directoras en la historia del teatro español. La nómina de estudios y antologías publicadas ya en el siglo XXI es mucho más amplia y las páginas de la autora recogen algunos –no todos– de esos trabajos. El teatro escrito por mujeres ha adquirido un peso considerable y el ámbito universitario lo ha tomado ya como un territorio insoslayable en la investigación.

La mirada sobre las mujeres desaparecidas en el teatro español se remonta aquí a los años cuarenta, en los que la autora encuentra una única referencia en la obra de Max Aub, Los guerrilleros. Es curioso que una especialista en Jardiel, como la profesora Bueno, no mencione Eloísa está debajo de un almendro, en la que, tras el dislocado humor del comediógrafo, cabe atisbar la violencia de la guerra civil recién concluida y en la que Eloísa adquiere una extraña forma de presencia a través de su hija Mariana y del desequilibrio en el que se vive en su familia. La comedia de los cuarenta (y de las décadas inmediatamente siguientes) es pródiga en mujeres asesinadas cuyos espíritus adquieren alguna presencia en escena. Las siete vidas del gato, de Jardiel, o El caso de la mujer asesinadita, de Miguel Mihura y Álvaro de Laiglesia, aportan algunos ejemplos. Pero ciertamente la autora prefiere prestar atención a los antecedentes inmediatos, como ¡Ay, Carmela!, de Sanchis Sinisterra, La mujer burbuja, de Margallo y Petra Martínez o algunas obras de Jerónimo López Mozo, en los que cabe ver modelos próximos a los que luego cultivarán algunas de las dramaturgas estudiadas. No olvida citar otros títulos escritos por dramaturgos varones y también por mujeres (Alonso de Santos, Amestoy, Miralles, Pallín, Yagüe, Fernández, Laila Ripoll, Maite Agirre, etc.) que parecen constatar una tendencia, en el teatro de las últimas décadas, a explorar esa irrupción del pasado en el presente.

Sin embargo, la orientación que se dará al estudio está relacionada con una singular presencia de las mujeres muertas en la acción de la obra:

La 'presencia' y el impacto de este personaje femenino, moviéndose en una dimensión distinta a la del resto, no tiene otro objetivo que el de 'recordar' o 'presentar' (en el sentido etimológico de la palabra de 'hacer presente') acontecimientos y circunstancias que habiendo ocurrido en el pasado afectan de manera insoslayable a nuestra más inmediata realidad (p. 25).

De ahí el juego de palabras, al que se refiere poco más abajo la autora, que explica el título. Aparecida se lee como espíritu o fantasma, y su contrario, desaparecidas remite a la exclusión de la vida biológica, como indicio de una voluntad de exclusión de la vida pública.

La autora propone una clasificación del corpus de las obras estudiadas según el tipo de muerte padecida por estos personajes femeninos: Muerte por violencia machista, que admite una subdivisión en violencia doméstica, xenófoba y bélica; muerte por suicidio; muerte por accidente, muerte por otras causas y muerte “con humor”. Cabría tal vez una mayor profundidad en la distinción intelectual y ética de estos tipos de muerte, pero la autora, aun diferenciando muy claramente las categorías, ha preferido dar prioridad a lo que de común tienen estas muertes –y estas (des)aparecidas– en las que ha de verse una consecuencia del modelo de dominación patriarcal, que las dramaturgas combaten –con denuedo– desde lenguajes escénicos diferentes. Y es que no deja de sorprender la abundancia de textos dramáticos escritos por mujeres que se ajustan a este paradigma de la aparecida/desparecida por alguna forma de violencia que, de manera directa o indirecta, procede habitualmente del varón o del sistema patriarcal que lo sustenta. El corpus es amplio y significativo, pero, como la propia autora advierte, no son los únicos textos que desarrollan estas temáticas y que emplean este procedimiento dramático. Angélica Liddell, Llüisa Cunillé, Laila Ripoll, Lola Blasco, María Velasco, Blanca Doménech y tantas otras han abordado también modos de (des)aparición femenina. Sin embargo, la relación de dramaturgas estudiadas, la diversidad generacional y la variedad de sus propuestas estéticas justifican sobradamente el libro de la profesora Bueno: Gracia Morales, Diana de Paco, Itziar Pascual, Charo González Casas, Beth Escudé, Juana Escabias, Isabel Martín Salinas, Paloma Pedrero y Antonia Bueno.

El procedimiento de trabajo ha tomado como punto de partida el análisis de los textos de las dramaturgas (en casi todos los casos se recurre a más de una obra de las escritoras). La autora del trabajo reconoce su deuda con ellas y es patente no solo la colaboración entre la ensayista y las creadoras, que fácilmente puede inferirse, sino también una notoria sintonía ética, estética y emocional con las autoras elegidas. Lourdes Bueno utiliza una selecta bibliografía entre la que quizás merezca destacarse el libro de Emmanuelle Garnier. No es menor hallazgo del libro el haber sabido discernir la importancia del tratamiento humorístico en los graves asuntos de la violencia contra la mujer y la capacidad distanciadora –y teatralmente luminosa– que de tales procedimientos se deriva. Pero, ante todo, (des)aparecidas. Protagonistas muertas en la dramaturgia femenina contemporánea se presenta como un ensayo que contribuye a interpretar y a entender el sentido de la escritura de las mujeres para la escena española actual.