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NúM 6
7. RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
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7.6 · BHARATA MUNI, Natyasastra. Tratado fundamental de Poética, Composición y Artes Escénicas. Estudio preliminar, traducción y notas Iván González Cruz. Traducción revisada por Diana María Ivizate González, Valencia, Letra Capital, 2013, 728 págs.


Por Fernando Doménech Rico
 

 

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BHARATA MUNI, Natyasastra. Tratado fundamental de Poética, Composición y Artes Escénicas. Estudio preliminar, traducción y notas Iván González Cruz. Traducción revisada por Diana María Ivizate González, Valencia, Letra Capital, 2013, 728 págs.

Fernando Doménech Rico
Real Escuela Superior de Arte Dramático / Instituto del Teatro de Madrid

 

A menudo consideramos que una novedad editorial es una auténtica primicia cuando se trata de traducciones de obras publicadas en su lengua original hace diez, veinte o cincuenta años. ¿Qué decir, entonces, de una de las obras fundacionales de toda una tradición teatral que se publica en España después de dos mil años de su composición? Este es el caso del Natyasastra, el tratado sobre poética y artes escénicas del que parte todo el teatro indio, escrito en sánscrito en una fecha indeterminada que la mayoría de los estudiosos considera que está entre el 200 a.C. y el 200 d.C., y atribuido a un personaje mítico conocido como Bharata Muni.

Considerado por los propios autores indios como el quinto Veda, el Natyasastra es un formidable compendio de tolos los aspectos de la actividad escénica, incluyendo la música y la danza, que en sus versos se tratan de forma extraordinariamente minuciosa. Así, tenemos los diferentes tipos de edificios teatrales que se pueden construir (oblongos, cuadrados y triangulares), las medidas que debe tener cada uno de ellos, las ofrendas que hay que hacer al construirlos y las precauciones que se deben tomar para evitar desgracias, ya que, por ejemplo, “cuando el cordel [con el que se toman las medidas del teatro] es roto en dos pedazos el patrocinador del espectáculo dramático sin duda morirá” (pág. 81).

Este mismo propósito de exhaustividad se aplica a todos los campos de la representación. En el caso de los estados emocionales que debe incluir una obra dramática, por ejemplo, se distingue entre estados dominantes, transitorios y temperamentales. Los dominantes son ocho (número que se repite muy a menudo en el texto): amor, risa, tristeza, ira, energía, miedo, repugnancia y asombro. Del amor se explica que “tiene como base el placer”, que “surge de la conquista de objetos deseados, debido a su agrado”, y que “será representado en el escenario por palabras dulces acompañadas por adecuados gestos y movimientos de los miembros” (pág. 140). Ahora bien, los estados transitorios son nada menos que treinta y tres, y de cada uno de ellos se da una explicación semejante e incluso mucho más detallada que la de los estados dominantes. De la embriaguez se distingue, por ejemplo, entre la ligera, la media y la excesiva, y se distingue lo que provoca en las distintas clases sociales: “Las personas de clase superior duermen, los de clase media ríen y cantan, y los de clase inferior gritan y usan palabras picantes” (pág. 146).

La cantidad de información que ofrece la obra es, por tanto, inmensa. La simple enumeración de los epígrafes principales de cada capítulo puede dar una idea de su amplitud: El origen del drama. Descripción del teatro. Puja [ofrendas] a los dioses del escenario. Los preliminares de una obra. Los sentimientos. Lo emocional y otros estados. Los diferentes modos de andar. Las zonas y las costumbres locales. Reglas de la prosodia. Dicción de una obra. Reglas sobre el uso de las lenguas. Modos de dirigirse y entonación. Los diez tipos de obra. Los miembros de las coyunturas. Los estilos. Los vestuarios y maquillaje. La representación básica. Relaciones con cortesanas. La representación especial. El éxito en la producción dramática. Tipos de personajes. Distribución de los roles. El descenso del drama a la tierra. Descripción de la clase de danza. Gestos de los miembros mayores. Los gestos de las manos. Los gestos de otros miembros. Los movimientos caris. Los movimientos mandalas. Modelos métricos. Sobre la música instrumental. Sobre los instrumentos de cuerda. Sobre los instrumentos huecos. Sobre la medida del tiempo. Las canciones dhruvas. Sobre los instrumentos cubiertos.

Se puede tener la tentación de considerar el Natyasastra como un compendio de curiosidades etnográficas, a menudo chispeantes, como las descripciones de los tipos de mujer (divina, humana, tipo tigre, tipo mono, tipo elefante, tipo ciervo, tipo pez, tipo camello, etc., págs. 376-380). Pero lo cierto es que se trata de una auténtica enciclopedia de saberes relacionados con el teatro que a menudo ofrece observaciones interesantísimas y de sorprendente modernidad. Así, por ejemplo, al enumerar las cualidades naturales que debe reunir un director, expone lo que hoy en día debería seguir siendo norma en un mundo donde la a menudo domina la intemperancia:

Él [el director] debe poseer memoria y criterio, ser perseverante, digno, poético, libre de enfermedades, dulce en sus modales, tolerante, dueño de sí mismo, decir dulces palabras con una sonrisa, libre de ira y codicia, veraz, imparcial, honesto e ingenioso (pág. 486).

Lamentablemente, no es esta que comentamos la edición que se necesita para que el Natyasastra se convierta en una referencia básica dentro de la cultura teatral española. La traducción, de la que, por cierto, no se nos dice si es directa del sánscrito o de la traducción inglesa, es muy deficiente. A veces encontramos frases tan sorprendentes como la siguiente, dentro de la explicación de lo que es el Sentimiento furioso: “Sus acciones son golpear, romper, aplastar, cortar, perforar, levantar brazos, lanzar misiles, luchar, dibujar la sangre, y otros hechos similares” (pág. 128). Qué quiera decir en esa serie de actos violentos el de “dibujar la sangre” resulta difícil de entender, pero lo que es del todo imposible es el de “lanzar misiles”. Y no se trata de una errata. En la página siguiente, al hacer un resumen de lo anterior, se hace hincapié en ello: “Este debe ser representado en el escenario por actos especiales, tales como el arrojar muchos misiles, cortar la cabeza, troncos y brazos” (pág. 129).

La traducción, por otra parte, no sigue un criterio regular, quizás por ser responsabilidad de dos personas distintas, el editor y la revisora. En una obra donde los referentes son a menudo desconocidos por el lector español, se debería buscar siempre la traducción aproximada de la mayoría de las palabras, aunque luego se explique su sentido literal en nota, o incluso dentro del texto. Pero esta norma se pierde a menudo, haciendo penosa la lectura: “El Sthana en que un pie es levantado y el otro está descansando sobre su parte delantera y listo para el Suci o el Aviddha Cari es llamado Asvakranta” (pág. 181). Una obra como el Natyasastra necesitaría por lo menos un glosario donde se explique el sentido de todas las palabras que se decida mantener en su forma original por no tener una traducción clara en nuestro idioma.

La edición, ciertamente, está llena de notas, pero son notas que apenas aclaran nada al lector. La mayor parte de ellas se limitan a señalar variantes de esta edición con respecto a la bilingüe (en sánscrito y en inglés) de 2010 o la edición inglesa de 1950-1961, en muchos casos diferencias puramente ortográficas. Y, ya que citamos las ediciones inglesa y bilingüe, hay que señalar que falta en esta algo tan importante como una bibliografía, aunque sea mínima.

El Estudio preliminar del editor, Iván González Cruz, es igualmente decepcionante. Centrado exclusivamente en la comparación entre el Natyasastra y la Poética de Aristóteles, se limita a entresacar algunas afirmaciones de ambos tratados en los que entrevé alguna semejanza. Pero ni se plantea las nada descartables influencias del texto griego sobre el indio (la conquista de Alejandro llevó la cultura helénica a las mismas puertas de la India) o las posibles raíces comunes de dos tradiciones teatrales que encontraron su expresión en idiomas indoeuropeos. Nada del contexto en que apareció el Natyasastra, nada de su influencia en la rica tradición escénica de la India, nada, en fin, que ayude a comprender un tratado tan sugerente, tan atractivo como este que comentamos y que esperamos que llegue a tener una edición mucho más acertada y accesible para todos los lectores hispánicos interesados en el fascinante mundo del teatro indio.

 

 

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