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NúM 6
5. EL ESPECTÁCULO Y LA CRÍTICA
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ANÁLISIS CRÍTICO
Grabación

5.1 · El laberinto mágico de Max Aub, con dramaturgia de José Ramón Fernández, en una producción del Centro Dramático Nacional

Por Esther Lázaro
 

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La puesta en escena

Ernesto Caballero quiso, en esta ocasión, trabajar en un espacio escénico amplio y prácticamente vacío, ante un reducido aforo de ciento cincuenta espectadores, en lugar de las quinientas butacas habituales del Teatro Valle-Inclán, para que el público sintiera la proximidad de la historia, de nuestra Historia. La escenógrafa y figurinista Mónica Boromello trabajó con materiales aprovechados de otras producciones para, con poco más que algunas sacas, sillas y una cama rodante, construir todos los espacios necesarios para la escenificación, desde las trincheras del frente hasta el Madrid sitiado, pasando por hogares, tabernas o locales de grupos políticos. La agilidad con la que los actores montan y desmontan las escenas, no sólo con mover los elementos escénicos, sino también con sus propios cuerpos e interpretaciones −ya que tan pronto pueden ser un miliciano anarquista, como convertirse en uno de los jóvenes cómicos valencianos de El Retablo, o en un animal, o en un cuadro, o en una alegoría, o en un cadáver flotando en el mar agarrado a una maleta…− dota a la obra de una versatilidad y un ritmo que provoca que las dos horas de función vuelen. La composición escénica del espacio, unida, sin duda, al trabajo de iluminación de Ion Anibal, que viste cada escena y le da la atmósfera adecuada (el color del Mediterráneo valenciano, la penumbra de El Oro del Rhin…); y al diseño sonoro y musical, obra de Javier Coble, quien interpreta la música en directo junto con Paco Casas, y que permite que el público se sienta metido de lleno en la contienda, logran crear momentos de gran intensidad, de gran emoción y de gran belleza estética.

El trabajo de los actores no resulta sencillo, ya que deben encarnar a distintos personajes, con cambios que pueden llegar a ser muy rápidos, y aun así hacer sentir a la audiencia que esa réplica que es, tal vez, la única de ese personaje, va cargada de toda una humanidad detrás. En ese sentido, la dirección actoral de Caballero se presenta precisa y acertada, con un equilibro palpable entre lo sentimental y lo racional, entre la emoción y el discurso. Destaca también la gran paridad en la calidad artística del elenco de quince actrices y actores, formado por Chema Adeva, Javier Carramiñana, Paco Celdrán, Bruno Ciordia, Paco Déniz, Ione Irazabal, Borja Luna, Paco Ochoa, Paloma de Pablo, Marisol Rolandi, Macarena Sanz, Alfonso Torregrosa, Mikele Urroz, María José del Valle y Pepa Zaragoza. Si alguno destaca, es más por la simpatía o antipatía que despierte su personaje, que por una actuación mejor o peor. El mayor rasgo de este grupo, como ya se ha señalado, es la versatilidad que demuestra en la interpretación de las decenas de personajes que aparecen en escena.    

A pesar de que se trata de una obra sobre la guerra civil, otro de los grandes aciertos de este montaje es su capacidad de sorprender al espectador y de hacerle reír, o, cuanto menos, sonreír, a pesar del contexto de la historia, precisamente para darle respiros y oxigenar la tragedia. Sorprende, por ejemplo, la incursión de un fragmento de Manuscrito cuervo, una suerte de cuento o novela breve que se consigna dentro del grupo de cuentos satélites de El laberinto mágico, como los que recogió Aub en No son cuentos o Cuentos ciertos. Relatos cuya finalidad es, como en el caso de las novelas, el testimonio. En Manuscrito cuervo, el ídem Jacobo, autor (apócrifo) del texto, da una conferencia ante la academia de cuervos acerca de los usos y costumbres de esa rara especie llamada humana, a quienes ha tenido oportunidad de observar detenidamente en un campo de concentración francés. Los actores recrean ese fragmento ataviados y compuestos físicamente como cuervos, recurso que Caballero usa para hacer aparecer en escena cualquier animal, desde el toro con el que se inicia la obra hasta perros, y al que ya había recurrido también en montajes anteriores como, por ejemplo, sus Comedias bárbaras.

Otra escena que rompe con el dramatismo de la guerra y hace sonreír al público, a pesar de su desenlace, por lo bien jugada e interpretada que está, es la presentación del gremio de los castizos peluqueros y sus señoras, preparándose para defender Madrid de las bombas fascistas con cualquier cosa que tengan a mano. O el breve paréntesis en el que se recrean Las Meninas de Velázquez, salvadas del Prado, para que los personajes del cuadro, a través del monólogo de María Sarmiento –y este es el único texto que sale por completo de la pluma de Fernández, y no de Aub, a pesar de que el cuadro es un tópico recurrente a lo largo de todo el Laberinto−, nos recuerden que mientras en España la guerra civil estaba en pleno auge, en Viena Hitler anunciaba oficialmente el Anschluss, la anexión de Austria al Tercer Reich. Señalar el contexto histórico europeo con la inclusión de esta breve escena pictórica, que a priori podría parecer no tener una especial relación con el transcurso de nuestra guerra, es otro de los aciertos de esta dramaturgia, ya que a Aub le importaba ese paralelismo antagónico entre el pueblo español y el pueblo austríaco de 1938, y él mismo lo destaca en otras obras, cuyo principal ejemplo sería De algún tiempo a esta parte.

Si la selección de escenas de esa larga versión inicial con la que empezaron a trabajarCaballero y Fernández resultó difícil, tanto más debió ser decidir con cuál cerrarían la pieza, qué escena sería la final. Pero el silencio trágico que envuelve al público tras el final elegido, con todos los actores en escena, en ese puerto de Alicante abarrotado de republicanos y acribillado el 30 de marzo de 1939; ese verso escrito por Aub en el campo de concentración de Djelfa en el poema donde se pregunta “¿Dónde estás, España?”; la reflexión del propio autor acerca del que debiera ser el final de Campo de los almendros, del final del ciclo, en boca de Templado;y, finalmente, las palabras sobrecogedoras dichas por Asunción mirando al mar, ella que lo ha dado y lo ha perdido todo en esta guerra, demuestra cuán acertado resulta ese final.

Todo el montaje desprende una calidad y una fuerza dramática innegables y conmovedoras. Además, si se tiene en cuenta el texto original del que parte y su complejidad, se convierte en una hazaña absolutamente admirable. El esmero y el respeto con el que está dirigido y trabajado por parte de todo el equipo se notan en los pequeños detalles, presentes no sólo durante la representación, sino hasta en los aplausos, donde al elenco le acompaña uno de los libros de El laberinto mágico, para que Aub pueda también saludar (y nada le habría gustado más). Si, como se ha comentado al inicio de este artículo, Aub se lamentaba de que, a pesar de ser hombre de teatro, la guerra le hubiera convertido en novelista para poder testimoniar lo que vivió, ahora esa tarea narrativa le ha permitido estar sobre las tablas en una producción del Centro Dramático Nacional, cosa que sólo había ocurrido una vez antes, bajo la dirección de Juan Carlos Pérez de la Fuente, quien estrenó su San Juan en 1998.

Pero esta obra va más allá de Max Aub. No se trata solamente de la recuperación del autor, ni siquiera de la recuperación del patrimonio cultural del exilio republicano español, sino de la recuperación de una memoria que ya las generaciones más jóvenes no atesoran. Una memoria demasiado reciente y, sobre todo, demasiado presente aún como para que caiga en el olvido. Conocer y entender cómo y por qué sucedió nuestra guerra civil y lo que supuso para todo un pueblo la derrota de los valores democráticos, la derrota de la libertad, es y seguirá siendo de vital importancia en un país donde, por desgracia, sigue habiendo dos Españas.  

 

La recepción del montaje

Tanto el público como la crítica apreciaron la gran calidad del espectáculo. Desde su estreno, el 7 de junio de 2016, cosechó críticas elogiosas en toda clase de medios escritos y digitales, independientemente de su posicionamiento ideológico. A pesar de lo difícil que resulta que una producción del CDN −con, además, un equipo tan numeroso− salga de gira, El laberinto mágico pudo verse en el Teatro Principal de Alicante, en el Teatro Principal de Valencia y en el Teatre Romea de Barcelona entre octubre y noviembre de 2017, con algunos cambios en el reparto. Tras completar la geografía teatral de la pieza al pasar por las tres capitales que tuvo la Segunda República durante la guerra civil (Madrid, Valencia y Barcelona), más la función en Alicante, tan cerca de ese puerto donde termina la obra, el montaje viajó hasta Rusia para estrenarse en el teatro RAMT de Moscú, en el marco del Festival Stanislavski. Aunque, lógicamente, se usó sobretitulación, la obra, en realidad, no necesita traducción para entenderse: el dolor, la guerra, la condición humana que tan bien reflejó Aub en sus novelas, y tan bien han abocado a la escena Caballero y Fernández, es algo universal.

También le han llovido premios al laberinto maxaubiano. Los primeros llegaron en 2015, antes incluso de su estreno dentro de la programación regular del CDN. El montaje fue seleccionado, junto con otros nueve espectáculos internacionales, para participar en los Academy Awards organizados por The Central Academy of Drama de China. Tras representar en Pekín varios fragmentos de la pieza, El laberinto mágico se hizo con el premio a Mejor espectáculo, así como con el de Mejor actor protagonista para Paco Ochoa, Mejor actor secundario para Alfonso Torregrosa y Mejor actor revelación para Borja Luna. Ernesto Caballero se llevó en 2017 el Premio Valle-Inclán por su dirección, y en la edición de ese mismo año de los Premios Max, Paco Ochoa se hizo con el premio a Mejor actor de reparto y José Ramón Fernández ganó el Max a la Mejor adaptación o versión de obra teatral.

 

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