Azcue Castillón, Verónica,  y Mª Teresa Santa Maria Fernández, Mito y tradición en el teatro del exilio republicano de 1939, Sevilla, Renacimiento, 2016,  264 págs. (Biblioteca del Exilio. Anejos, 29)

Fernando Doménech Rico
Real Escuela Superior de Arte Dramático / Instituto del Teatro de Madrid

Si hay una labor editorial que merezca el aplauso de todos los interesados en el teatro español del siglo XX, esa es la que lleva adelante el grupo GEXEL dirigido por Manuel Aznar Soler en la Biblioteca del Exilio. Gracias a su labor investigadora, una labor constante y muy coordinada, lo que hasta hace poco tiempo era una nebulosa de nombres aislados –algunos bien conocidos, pero la mayor parte apenas recordados– se está convirtiendo en un mapa perfectamente trazado que comienza a mostrar la amplitud y la profundidad del fenómeno del exilio republicano de 1939.

Si una parte importante de los volúmenes de la Biblioteca del Exilio se han dedicado a esta labor cartográfica (y los espectadores del último estreno de Juan Mayorga ya saben que la labor del cartógrafo es semejante a la del dramaturgo), el que ahora comentamos viene a cubrir un espacio relativamente distinto: el análisis de algunas constantes temáticas en el teatro de los exiliados españoles. Con ello no solamente se da cuenta de una serie de obras y autores, sino que se profundiza en un aspecto fundamental a la hora de analizar las obras teatrales: la visión del mundo y de la sociedad que plantean en sus creaciones.

Al centrarse en el mito y la tradición, las autoras muestran una de las claves de los autores del exilio, y ayudan al lector actual a entender cuál era la tesitura en que se colocaban a la hora de escribir sus obras, que, como sucedió en la mayor parte de los casos, apenas llegaron a los escenarios de los países de acogida. Mito y tradición son los dos polos de una conciencia escindida, como lo era el espíritu de los escritores trasterrados: por un lado la necesidad de mantener el vínculo con la España perdida y secuestrada –no solo físicamente– lleva a intentar recrear los hitos de la tradición española: Cervantes, Fuenteovejuna, Don Juan, y a crear otros nuevos: Goya, García Lorca… ; por otro, la aspiración a la universalidad, que, si ya existía antes de la Guerra Civil, se hace fundamental en unos autores que no tienen un público teatral cómplice al que dirigirse. De ahí la recreación de los grandes mitos grecolatinos, de valor universal, que pueden, para unos espectadores de países distintos, dar cuenta de la tragedia española.

Resulta por lo menos extraño que, a la hora de acotar el tema del libro, se haya dejado fuera un aspecto que entra perfectamente dentro de los presupuestos del mismo, “mito y tradición”. Llama la atención, en efecto, la ausencia de los mitos –o tradiciones– judeo-cristianas, tanto los de raíz bíblica como los que derivan de la tradición católica. Que no se debe a desconocimiento lo prueba el hecho de que una de las autoras, María Teresa Santa María, conoce a la perfección, como se puede comprobar por las publicaciones que le ha dedicado, el teatro de José Bergamín, uno de los autores que más ha incidido en esa temática.

El libro se estructura en dos partes, cada una de ellas a cargo de una de las autoras: Verónica Azcue Castillón se encarga de la revisión de los mitos hispánicos en el teatro del exilio, mientras que María Teresa Santa María Fernández estudia la tradición grecolatina en este mismo ámbito. Ambas investigadoras forman parte del grupo GEXEL y tienen un amplio conocimiento del tema, que han tocado en anteriores ocasiones. Cada una de ellas organiza su parte del libro de forma ligeramente distinta: Verónica Azcue, al analizar los mitos hispánicos, ha seguido el esquema de revisar cada uno de ellos en las obras de distintos autores, revisando, por ejemplo, los distintos donjuanes escritos o representados por los autores del exilio. María Teresa Santa María, en cambio, en su parte dedicada a la tradición grecolatina, ha dividido las obras según la forma de utilizar los mitos clásicos: desde los que hace un uso “nominalista” del mito hasta las versiones más fieles del mismo.

Sin embargo, las dos autoras siguen un criterio común que da unidad al libro: en una y otra parte se hace una revisión exhaustiva de obras y autores, tanto de los más famosos como de los que apenas son conocidos de un puñado de estudiosos. Esta metodología permite no solamente presentar ante el público autores prácticamente desconocidos para el lector español, dado el olvido en que han caído la mayor parte de los dramaturgos del exilio, sino también encuadrar dentro de un panorama mucho más amplio las obras más conocidas de algunos autores, como Noche de guerra en el Museo del Prado, de Rafael Alberti, o Medea, de José Bergamín.

El libro está, como suele ser norma en la editorial Renacimiento, excelentemente editado. No obstante, está a falta de una última revisión que evite algunas erratas que afean el texto, como las que afectan al nombre del bufón Sebastián de Morra, los bombardeos fascistas sobre Madrid en noviembre de 1936 o el apellido de Jean Giraudoux. Son borrones que no empañan, pero sí nublan un poco el mérito de un estudio que, por lo demás, resulta imprescindible para conocer desde el interior el teatro del exilio republicano de 1939.