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NúM 6
4. EFEMÉRIDE
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4.1 · EL CENTENARIO DE LA SEÑORITA DE TREVÉLEZ (1916), DE CARLOS ARNICHES


Por Juan A. Ríos Carratalá
 

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El caso de este urdidor de engaños al frente del Guasa Club dista de ser una realidad aislada. Carlos Arniches lo enmarca en los problemas de la incultura, la ociosidad y la falta de respeto al prójimo en una ciudad provinciana. Según la autocrítica publicada en El Imparcial, el objetivo era “poner de relieve la malignidad de esos guasones –producto tan nacional‒ que, por el morboso afán de chistes y burlas, no vacilan en producir en almas nobles y generosas verdaderas tragedias”. “He procurado combatir ese afán tan agudizado actualmente en España de hacer gracia aun a costa de los sentimientos más íntimos y respetables”, afirma un comediógrafo dispuesto a dotar de trascendencia el humor que garantizaba a los espectadores.

La receta de Don Marcelino, observador del conflicto dramático y portavoz del autor, para evitar los males señalados pasa por los libros como sinónimo de la cultura y la sensibilidad: “la manera de acabar con este tipo tan nacional del guasón es difundiendo la cultura. Es preciso matarlos con libros, no hay otro remedio. La cultura modifica la sensibilidad, y cuando estos jóvenes sean inteligentes, ya no podrán ser malos, ya no se atreverán a destrozar un corazón con un chiste, ni a amargar una vida con una broma” (III, VII). La cita forma parte de un parlamento final con aires tribunicios, que ya pedía un recorte desde el día del estreno. Al margen de este aleccionador desenlace propio de un teatro con enseñanza o moraleja, la cultura era el norte idealizado de un autor receptivo ante las propuestas regeneracionistas de la época. Carlos Arniches se suma así a los partidarios de “la escuela y la despensa” capitaneados por Joaquín Costa. Dentro de ese desiderátum, también figuraba un teatro capaz de aunar el entretenimiento del público con la reflexión, aunque la misma fuera la propia de unos caballeros preocupados por “el porvenir de la Patria”.

Carlos Arniches nunca rompió con un pasado teatral que le había deparado numerosos éxitos de taquilla. Tampoco manifestó pretensiones renovadoras en las entrevistas o los escasos textos que escribió acerca de su propia obra. La trayectoria del alicantino se basa en unas sólidas constantes. El autor y las empresas para las que trabajaba las situaron al margen de cualquier duda o discusión. No obstante, a partir de una base teatral que permanece –humor, costumbrismo, casticismo, moralidad, bonhomía…‒ Carlos Arniches supo adaptarse a los moderados cambios en los gustos de los espectadores, desde los tiempos del género chico hasta los republicanos, y así gozó del éxito popular durante casi cincuenta años.

La prolífica producción teatral del “rey del trimestre”, con más de doscientos textos estrenados, tuvo los inevitables altibajos. Incluso cabe anotar algunos sonoros fracasos, siempre aceptados gracias a la discreción habitual de un “ilustre sainetero” con aspecto de gentleman e incapaz de polemizar. La crítica le pedía novedades y menos confianza en los recursos de siempre. No obstante, desde los éxitos iniciales en los sainetes madrileñistas su firma suponía una garantía de sonrisas y entretenimiento destinado al público mayoritario. Las cifras de los estrenos, las reposiciones y las representaciones resultan abrumadoras para los historiadores, así como las de su presencia en las pantallas por las decenas de adaptaciones cinematográficas realizadas con la confianza de prolongar la aceptación de los escenarios. El teatro todavía era el eje de los espectáculos de la época y Carlos Arniches satisfizo todas las expectativas del éxito popular con una regularidad propia de un artesano cumplidor y formal.

Las fórmulas teatrales, incluso las más afortunadas, acaban agotando su ciclo en una cartelera que por entonces devoraba decenas y decenas de títulos cada temporada. Carlos Arniches era un observador consciente de esta circunstancia propia de un público ya alejado del género chico y, en 1916, el comediógrafo veía la necesidad de aceptar nuevos retos que no entraran en contradicción con el horizonte de expectativas de sus seguidores. Desde el Buenos Aires donde pasó buena parte de la Guerra Civil para evitar problemas con ambos bandos, el autor evoca así este momento de búsquedas:

Toda mi primera época, y durante muchos años, el momento del auge del género breve, escribía, muchas veces en colaboración, bien sainetes, bien libretos para zarzuelas. Obtenía grandes éxitos; era lo que el público entonces exigía, y yo no me apuraba por superarme, por más que a menudo me acometieran deseos de elevar mi producción. Y vino el momento del género grande, y yo, espontáneamente, evolucioné. Pero no me resignaba a realizar la comedia común, como todos, sino que quería hacer algo mío, que tuviera mi sello; y de ahí que me decidiera a crear la tragedia grotesca, ese género de un tono especial, del que son los títulos de todos mis últimos éxitos (La Nación, 10-I-1937).

La memoria de Carlos Arniches flaqueó en aquellos aciagos días de la Guerra Civil. La cita contiene algunas inexactitudes, como la supuesta espontaneidad de la evolución de su trayectoria. Varios fracasos del autor poco antes de 1916 también supusieron un acicate para la renovación de las fórmulas del éxito, que en la producción de Carlos Arniches nunca fue drástica por precaución o temor y se compatibilizó con la permanencia de fórmulas anteriores. Las idas y venidas en la elección de los géneros sustituyen a la supuesta línea recta trazada por la memoria del anciano, que penaba su drama familiar en el Buenos Aires de 1937. No obstante, la respuesta a esos “deseos de elevar mi producción” ‒una necesidad, en realidad‒ fue la creación de varias tragedias grotescas y farsas cómicas. Su objetivo era intentar contrarrestar la inevitable decadencia del género chico desde la segunda década del siglo XX.

 

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