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NÜM 4

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7. RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

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7.5 · GARCÍA RUIZ, Víctor, La comedia de posguerra en España, Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, 2014, 134 pp.


Óscar Barrero Pérez
 

 

Portada del libro


GARCÍA RUIZ, Víctor, La comedia de posguerra en España, Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, 2014, 134 pp.

Óscar Barrero Pérez
Universidad Autónoma de Madrid


El título del libro de Víctor García Ruiz (dedicado, por cierto, a la memoria del añorado Gregorio Torres Nebrera, con quien el propio García Ruiz colaboró en brillantes tareas de investigación) es, como reconoce su autor, problemático en sí mismo. Posiblemente, superados ya (aunque no del todo, por desgracia) determinados condicionamientos de orden ideológico, la palabra comedia está despojada de las adherencias que tan antipática parecían hacerla ante los ojos de determinados estudiosos de la literatura, amigos del ceño fruncido y el grito exasperado y enemigos de la sonrisa y el gesto amable.

Una posguerra de casi cuarenta años como la que durante tanto tiempo algunos nos vendieron interesadamente era poco sostenible en los planos histórico y cultural. También ha habido que pelear mucho (y la contienda no se ha ganado aún; aquí y allá se libran, con desigual fortuna, bastantes batallitas) para limpiar de polvo y paja el vocablo posguerra que pone García Ruiz sobre el tapete en el primer capítulo. Bienvenidas sean esta y cualesquiera otras precisiones que releguen a su justo lugar (los años cuarenta y lo que el estudioso desee de los cincuenta) una palabra, posguerra, tan flatulenta que parecía a punto de explotarnos en la cara a quienes nunca entendimos cómo podía ser capaz de digerir, ella sola, casi medio siglo de historia. La posguerra (es decir, los años cuarenta) suponen, como afirma García Ruiz, la paulatina liquidación de los espectáculos agitanados, del teatro histórico en verso, del sainete y del triunfante Adolfo Torrado. Significan, en fin, el progresivo destierro de lo peor que se podía exhibir sobre los escenarios españoles. Y eso que García Ruiz, piadosamente, no se ocupa de la revista o comedia musical, verdadera lacra de la posguerra teatral española. Pero nada de esto había nacido en abril de 1939 sino que era herencia de la escena anterior a julio de 1936. ¿Qué de extraño tiene que a una buena parte de la crítica de los años cuarenta el anciano Benavente siguiera pareciéndole el autor teatral vivo más digno, pese a su visible incapacidad para decir nada nuevo? Pues este era el ambiente en que vivió aquella esforzada juventud teatral que renovó la comedia española y que mantuvo a flote el teatro patrio durante más de dos lustros. No reconocer sus logros es, ha sido, una flagrante injusticia.

Reitera García Ruiz una más que sensata idea defendida por él en trabajos anteriores (he ahí otro frente aún abierto): la guerra civil no interrumpió, pese a lo que tantas veces se ha escrito, un teatro alicorto, como alicorta, sea dicho de paso, era la novela a la altura de 1936. De manera que el teatro de la posguerra, y de ello bien que se quejaron los falangistas mientras que pudieron hacerlo (o sea, en los años inmediatamente posteriores a la victoria), seguía padeciendo los mismos males que el anterior a julio de 1936. La década de los cincuenta sería otra cosa muy diferente.

Más difícil que precisar los límites del vocablo posguerra me parece delimitar (y véase que no hemos entrado aún en el meollo del libro) qué debe entenderse por comedia. Aquí el problema cronológico es inconmensurable: siglos enteros separan los orígenes griegos de nuestra civilización de lo que está quedando de ella. Dicho de otra forma: ¿cómo va a definirse de la misma manera una comedia de Aristófanes que otra de Jardiel, por ejemplo? Y el caso es que la palabra ha resistido vigorosamente el paso del tiempo. Que para ambos ejemplos valga idéntica definición es cosa diferente. Pero no hemos encontrado, al parecer, fórmula mejor.

Era inevitable empezar el libro planteándose los problemas inherentes a estos dos conceptos. Sin embargo, lo que más interesa al autor es centrarse en un aspecto más concreto: la valoración de la presencia, no siempre justamente enjuiciada, de una serie de autores teatrales sin los que la historia habría sido muy otra. Muy otra y peor, sin duda alguna.

Esto último lo han reconocido hasta los historiadores de nuestra literatura que, de manera solapada o declarada, no encontraron ni un mal oasis en el desierto que para ellos fue la cultura española posterior al 1 de abril de 1939 (ese erial con tan apreciable vegetación del que habló en su tiempo el siempre ponderado Julián Marías). Claro está que, a la hora de definir este tipo de ingenioso, bien construido y mejor dialogado teatro que en el libro se estudia, la valoración ideológica figura casi siempre en el propio sintagma de lo definido: teatro o comedia de la derecha, burgués o convencional. Felizmente, han brotado en los últimos tiempos fórmulas más inteligentes, quizá no enteramente desprovistas de connotaciones ideológicos pero, al menos, no descaradamente politizadas: comedia o teatro de la felicidad, amable, del disparate. Con un poco de suerte, los viejos clichés ideológicos podrán ser superados si terminan imponiéndose estas denominaciones más asépticas. Claro que antes sus detractores tendrán que leer las obras. Todas, no; una muestra representativa sería suficiente.

A partir del capítulo IV García Ruiz comienza los estudios particulares sobre los siguientes autores: Jardiel, Mihura, Neville, López Rubio, Ruiz Iriarte, Claudio de la Torre, Calvo Sotelo, Luca de Tena, Pemán, Tono, Llopis, Armiñán y Foxá. El formato de cada uno de los capítulos es un tradicional resumen de la obra, en algunos casos copiosa, en otros reducida, de cada uno de ellos pero añadiendo valoraciones personales siempre ajustadas, como propias que son de un muy buen conocedor del tema. Ochenta páginas no son muchas (de hecho, resultan insuficientes) para estudiar detalladamente la producción de este grupo de autores porque solo la de alguno de ellos, y no me refiero necesariamente a Jardiel o Mihura, podría ocupar como mínimo el doble. Debe aceptarse, pues, esta parte del libro como lo que quiere ser: una introducción, a manera de buen resumen, a la obra, una parte de ella olvidada, de los nombres capitales de la comedia inmediatamente posterior al conflicto bélico de 1936-39. Y es que si todo buen aficionado a la historia del teatro contemporáneo sabe casi todo lo fundamental acerca de Jardiel y Mihura, bastante sobre López Rubio y, quizá, no poco de lo relativo a Ruiz Iriarte y Calvo Sotelo, apenas nada le ha llegado sobre la producción teatral de los restantes autores. He aquí, pues, una buena ocasión para aprender, partiendo del libro para profundizar en terrenos explorados por monografías recientes relacionadas con algunos de estos autores.

Erraría quien pensara que la natural simpatía del investigador hacia el tema tratado se traslada a los juicios valorativos sobre las obras comentadas. No es así pero, en cualquier caso, a diferencia de tantas opiniones inspiradas por prejuicios ideológicos, las de García Ruiz, laudatorias o cargadas de alguna que otra reserva, son de carácter estético. Eso que agradece el lector. Tal vez algunos desearíamos más benevolencia para con quienes, a fin de cuentas, fueron hijos de su tiempo y llegaron todo lo lejos que resultaron capaces de llegar, dadas las circunstancias. Si no con la totalidad de su producción (¿quién puede presumir de ello?), sí con una parte de ella. Pienso en Pemán; el de Los tres etcéteras de don Simón, por ejemplo; o en el Calvo Sotelo de sus bienintencionadas comedias y no solo en el de la trilogía diplomática, curioso ejemplo de evolución moral en sintonía con ciertos cambios históricos. Las progresivas inquietudes ideológicas de Calvo Sotelo fueron paralelas a las de Ruiz Iriarte, otro nombre merecedor de la reivindicación; no, naturalmente, de todo lo que escribió, pero sí de una parte de ello. En fin, reconozco que la elegancia de la escritura de López Rubio y sus inquietudes morales siempre me han interesado y me atrevo a afirmar que a Neville únicamente El baile lo redimiría de cualquier pecado teatral que hubiera cometido, si es que tal cosa hizo, que no lo veo claro. Claudio de la Torre y Luca de Tena, por ser quizá hombres de otro tiempo, el anterior a 1939, podrían merecer análisis distintos de los aplicados al resto de los autores. En cuanto a Tono, Llopis, Armiñán, Foxá…, pienso que están situados en el punto justo donde los sitúa García Ruiz. Pero todas estas opiniones son, por qué no, revisables.

La lectura de este libro es una buena ocasión para recordar que Jardiel y Mihura no fueron los únicos que escribieron comedias antes de que Alfonso Paso (otro escritor a la espera de reivindicación de una parte de su generosa producción) se adueñara del género, ya en los años sesenta. En cualquier caso, no debiera olvidarse que del teatro español de los años cincuenta poco más que cenizas habrían quedado en las páginas de la historia sin la presencia activa de estos escritores. A ellos se les debe mucho más de lo que les ha reconocido cierto tipo de crítica. Por eso ya va siendo hora de que se publiquen libros como este.

 

 

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