1. MONOGRÁFICO
1.4 · Cervantes en los teatros nacionales
Por Fernando Doménech Rico
2000. Maravillas de Cervantes
En 1999 fue nombrado director de la CNTC Andrés Amorós, conocido profesor universitario y crítico literario. A diferencia de Adolfo Marsillach, no era un hombre de escena y su labor, durante el poco tiempo que permaneció al frente de la Compañía (en 2000 fue nombrado Director General del INAEM) consistió en programar y encargar la dirección de las obras programadas a directores de escena.
La primera obra programada de su etapa fue Maravillas de Cervantes, un montaje en forma de folla que recogía cuatro entremeses cervantinos (La elección de los alcaldes de Daganzo, La cueva de Salamanca, El viejo celoso y El retablo de las maravillas) y uno de atribución dudosa, pero que tradicionalmente se le ha venido atribuyendo, Los dos habladores [Fig. 7].En el programa de mano Amorós, que firmaba también la adaptación, traía a colación la herencia lorquiana:
La primera representación de La Barraca, la compañía dirigida por Federico García Lorca, tuvo lugar en Burgo de Osma (Soria), en julio de 1932. El primer programa incluía tres entremeses de Cervantes: La cueva de Salamanca (con decorado y trajes de Santiago Ontañón), Los dos habladores (con decorado y trajes de Ramón Gaya) y La guarda cuidadosa (con decorado y trajes de Alfonso Ponce de León).
Con un programa semejante y con la misma ilusión de aquellos jóvenes iniciamos esta nueva etapa de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Por primera vez se acerca la Compañía a los entremeses de Cervantes. (citado por Rey Hazas y Zubieta, 2005, 121).
La propuesta, efectivamente, se puede incluir dentro de esa corriente de reivindicación del entremés cervantino que tuvo en Lorca uno de sus momentos fundacionales, si bien está más cerca de las de Modesto Higueras y de Alberto Castilla que hemos citado más arriba. En efecto, en el montaje de la CNTC queda fuera uno de los entremeses favoritos de Lorca y de todo el teatro de preguerra: La guarda cuidadosa. No estuvo, en cambio, en el repertorio lorquiano El viejo celoso, que sí fue estrenado por Alberto Castilla. La mayor novedad que aportaba el montaje de 2000 era la inclusión de La elección de los alcaldes de Daganzo, ausente en los anteriores montajes.
La dirección de escena corrió a cargo de Joan Font, del grupo Els Comediants, uno de los grupos teatrales de mayor prestigio en el momento, que venían trabajando desde los años 70 cada vez con mayor proyección. Su espectáculo Demonios / Dimonis supuso, en el momento de su creación, la consolidación del teatro de calle como espectáculo multidisciplinar que utilizaba todos los elementos propios del teatro, del carnaval, de los festejos populares y hasta de las celebraciones religiosas para crear una auténtica fiesta teatral comparable a las del Barroco. La brillantez de sus montajes la desvergüenza y la alegría de las obras, envueltas siempre en un sentido del humor mediterráneo, los convertían en uno de los elencos más cercanos al mundo carnavalesco del entremés. Así pues, la elección fue todo un acierto, como se pudo comprobar cuando la obra se estrenó en el Teatro de la Comedia, sede de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, el 31 de marzo de 2000. Rey Hazas recuerda que “el montaje fue un éxito de público extraordinario, a consecuencia de su espectacularidad festiva” (Rey Hazas y Zubieta, 2005, 83). Más displicente se mostraba Haro Tecglen, que acababa su breve reseña en El País con un lacónico “Gustó mucho” (Haro Tecglen, 2000).
Los entremeses de Cervantes nunca han sido objeto de las controversias que se han vertido sobre las obras “mayores”. Siempre se han considerado una de las cumbres del género y uno de los mayores aciertos de su autor. Así que, en lugar de la ya consabida minusvaloración del teatro de Cervantes, los críticos resaltaron la calidad literaria, la comicidad y la oportunidad de estos textos “menores”:
Son piezas sencillas y directas, salpicadas de componentes costumbristas, juguetes de comicidad certera y sin ambages, en los que se hace principalmente burla de la opulenta solemnidad que sirve de plinto magnificador a pequeños seres revestidos con el manto de alguna autoridad (jueces, escribanos, alcaldes, maridos...) y que no presentan una intención moralizante digamos ortodoxa: en su ligereza encuentran su dispensa (García Garzón, 2000).
La versión de Amorós, por otro lado, fue tan respetuosa que, como decía él mismo, “la modernidad absoluta de su lenguaje determina que la adaptación del texto sea mínima” (citado por Rey Hazas y Zubieta, 2005: 121). En lo que se refiere al texto, la mayor novedad consistió en unir todos los entremeses mediante el hilo conductor de Los dos habladores, entremés que enmarcaba la acción de los demás. Joan Font, que probablemente fue el padre de esta idea, explicaba la razón de esta forma de enhebrar los distintos entremeses en una acción unitaria:
Elegí que Los habladores fuera el hilo conductor. La acción es mínima, lo que te permite situarlos en diferentes espacios y cortarlos sin traicionar. Sus personajes son capaces de venderte lo que quieran con la palabra, de llevarte a mundos insospechados. Es la palabra la que te transporta de mundo en mundo, de entremés en entremés (citado por Rey Hazas y Zubieta, 2005, 103).
Esta estructura se correspondía con la forma de la representación, ya que la acción de Los dos habladores desbordaba el escenario para invadir el espacio de los espectadores, bajaba al patio de butacas, ascendía a los palcos, corría de un lado a otro del teatro envolviendo al público con esa magia de la palabra de que hablaba el director. Magia que estaba vestida magníficamente por una plástica escénica de Joan J. Guillén, responsable de escenografía, vestuario y máscaras. La brillantez que se esperaba del grupo catalán se manifestaba en una escenografía sobria, centrada en una versión muy novedosa del carro de la farsa que, gracias a sus posibilidades de apertura de puertas, se convertía con facilidad en todos los espacios de los entremeses. El colorido del vestuario, hecho a base de colores planos de formas geométricas, fue unánimemente alabado por la crítica, pero solamente Juan Antonio Vizcaíno (2000) señaló su deuda con el Ballet Triádico de Oskar Schlemmer, y por tanto, la relación de la estética del espectáculo con uno de los grandes referentes de la modernidad, la Bauhaus. Lo que no pasaron por alto los críticos fue la influencia de la commedia dell'arte, tanto en el trabajo con máscaras como en la gestualidad propia de los cómicos italianos.
El espectáculo, por tanto, fue muy bien recibido en todos los ámbitos. El único reparo que se le hizo fue el de “infantilizar” los textos, dejando un poco al margen la crítica social que aparece en algunos de los entremeses. Pero fue un reparo de menor importancia frente al aire de fiesta, de alegre fantasía cómica que empapaba todo el montaje, desde la recepción al público por parte de los cómicos en el vestíbulo del teatro hasta la utilización de un gigantesco escarabajo musical manipulado por Juan León y Manuel Medina, que daba a toda la representación un aire entre onírico y maravilloso, tal como corresponde al retablo de maravillas que se ofrecía al encantado público del año 2000. Hubo también elogios casi unánimes para el conjunto de los actores, entre los que se encontraban miembros de Comediants y otros que no pertenecían al grupo catalán.
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