1. MONOGRÁFICO
1.6 · JOSÉ HERNÁNDEZ, ESCENÓGRAFO. LA PASIÓN TEATRAL DE UN GRAN ARTISTA.
Por Eduardo Vasco
6. EL REY PASTOR, DE MOZART Y METASTASIO (2007)
Un año más tarde, en la inauguración de la exposición Sueño o vigilia, que tuvo lugar en la galería Leandro Navarro de Madrid entre 2006 y 2007, me encontré con Sharon en la puerta y, tras besarnos, me dijo mirándome a los ojos: “Hay un cuadro al fondo del pasillo que te está llamando. Al fondo, ya lo verás”. Y lo vi, efectivamente, y decidí quedármelo sin dudarlo porque, efectivamente, me llamó nada más verlo. Desde entonces me acompaña y me causa un gran placer encontrármelo cada día en casa.
Unos meses más tarde, el Festival de Mozart de La Coruña me encargó una ópera con cierta premura: El rey pastor, un libreto de Metastasio con música de Mozart que tuvo su estreno original en Salzburgo en 1775. Mozart tenía 19 años cuando la compuso, y se trata de una ópera de pocas complicaciones dramáticas: dos actos y cinco personajes dibujados levemente y con poca complejidad. La historia es la del pastor que vive en la ignorancia de su destino como heredero y tiene la disyuntiva de elegir entre renunciar a su amada o al trono que se le ofrece. El espacio varía evolucionando desde prado en el que vive el pastor Aminta, donde se desarrolla todo el primer acto, al segundo acto que comienza en el campamento del rey Alejandro, continua en la gruta y acaba en el templo de Hércules.
Tras estudiarme la ópera y sopesar plazos y posibilidades hablé, como siempre, con José, para conocer su disponibilidad y sus ánimos de cara a afrontar algo tan lejos de Madrid y con tan poco tiempo respecto a los tiempos de una producción habitual. Se animó finalmente tras una conversación en la que hablamos de Rousseau y las virtudes de la vida simple, de la idealización de aquel mundo pastoril, de la recreación del antiguo drama de pastores, de églogas, poesía barroca y renacentista, de Metastasio, de espacios para los hombres y espacios para los dioses, del camino a la purificación, de Mozart y la masonería… En fin, de todo lo que uno tiene que hablar en estos casos. Se fue animando y comenzamos a definir algunas ideas generales que luego se concretarían y otras que quedaron en el aire, como suele suceder.
Aminta, el pastor, comienza la ópera con una pregunta: ¿dónde está la felicidad? Era una buena pista para empezar; un buen hilo del que tirar. Y era un tema que en aquel momento nos interesaba a todos, por distintas razones. El viaje de Aminta comprendía desde la plenitud a la tentación, pasando por el sufrimiento y la duda, hasta llegar a una cierta plenitud de nuevo. Una pérdida de la inocencia cuando el deber, las obligaciones aparecen ante los ojos y se acaba algo así como la felicidad plena del hombre sencillo.
Yo le pedí a José basarnos en un sistema de telones pintados, y algunos elementos corpóreos para apoyar las escenas, y comenzó a dibujar algunos bocetos para concretar algunas de las ideas, al mismo tiempo que hablábamos con Miguel Camacho y estudiábamos el plano técnico del teatro para saber qué posibilidades reales teníamos, porque, como siempre, era importante saber cuáles eran los límites espaciales del teatro al que iba destinada la producción, el teatro Rosalía de Castro.
Lo primero que definimos fue un suelo entarimado que se iba mostrando según avanzaba la pieza, que comenzaba con el telón del prado donde vivía Aminta y algunos elementos corpóreos como la pequeña ruina de piedra y el árbol, que desaparecían en la transición al segundo acto. El resto de los telones: la tienda de Alejandro, un hermoso telón de siluetas de árboles con un fondo azul, la gruta y el templo de Hércules, se iban retirado a medida que la ópera avanzaba, hasta llegar al cielo del amanecer con unas extrañas plantas que ya se podían ver en la escena anterior a través de la puerta del templo. Un sistema de retirada de telones parecido al que ya habíamos usado en el Tenorio del año 2000. Con aquel montaje, esta ópera tuvo otras similitudes.
La llegada de los telones, ya pintados, al teatro fue algo tremendamente decepcionante, ya que nada más colgarlos y verlos nos dimos cuenta de que la realización había sido nefasta. José no había llegado al teatro y aquello no le iba a gustar nada en absoluto. Él viajaba desde Madrid en ese momento, así que le llamé según aterrizó para anticiparle la noticia y que se fuese preparando para lo que se iba a encontrar. Entretanto, todos comenzamos a pensar en un plan alternativo que contenía todo tipo de posibilidades, a cual más rocambolesca. Pero llegó José al teatro, se sentó en el patio de butacas y pidió que le fuesen enseñando los telones uno a uno. Tras valorar con cuidado los problemas de cada uno (no todos estaban tan mal) y deliberar con el pintor que se había encargado del trabajo, se acercó a nosotros muy serio: “Esto se arregla aunque nos tengamos que quedar las dos noches que quedan en vela”. Y así fue. Aquellas dos noches, a pie de telón, con la escalera, los pinceles, las esponjas y los trapos, José se quedó junto a los pintores y Miguel Ángel Álcántara, ayudante de José en aquella producción, hasta corregir y acabar los telones para dejarlos como debían haber llegado desde un principio. Llegamos a tiempo y se estrenó felizmente.
Fue un montaje curioso aquel Rey pastor en La Coruña. Recuerdo cómo José, que tenía más experiencia en la ópera, se reía cuando le comentaba las anécdotas sobre los ensayos con los cantantes y el director de orquesta, ya que las diferentes maneras de abordar el trabajo provocaban fricciones bastante divertidas vistas desde fuera, o cuando Lorenzo Caprile, que diseñó el vestuario, probó unas larguísimas capas mientras José me miraba sorprendido, ya que se enganchaban en las texturas de aquel suelo tratado.
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