1. MONOGRÁFICO
1.6 · JOSÉ HERNÁNDEZ, ESCENÓGRAFO. LA PASIÓN TEATRAL DE UN GRAN ARTISTA.
Por Eduardo Vasco
4. EL CASTIGO SIN VENGANZA, DE LOPE DE VEGA (2005)
Tras aquel año 2000, tan prolijo en aventuras y en encuentros, nos seguimos viendo varias veces, para comer o tomar algo y comentar cómo iban las cosas. Él realizó al año siguiente la escenografía de La señorita Cristina de Luis de Pablo dirigida por Francisco Nieva en el Teatro Real y no volvimos a trabajar juntos hasta el año 2004, fecha en la que me llamaron para dirigir la Compañía Nacional de Teatro Clásico.
Al asumir la dirección de la Compañía, entre tanto trabajo y tanta emoción, desde el primer momento tuve claro que el primer título que dirigiría tenía que ser El castigo sin venganza, de Lope de Vega. Una obra que cualquier aficionado al teatro clásico desea hacer algún día. Yo la conocía muy bien, y tenía también muy claras las imágenes a las que me quería aproximar.
Decidí partir del momento oculto de felicidad de los amantes, que relacioné enseguida con un conocido cuadro de Poussin, pintado en fechas cercanas a la escritura del mismo Castigo sin venganza, donde se puede ver cómo unos pastores en Arcadia contemplan una tumba cuyo epitafio reza Et in Arcadia ego. La advertencia: la muerte también habita en Arcadia. En ese lugar de felicidad absoluta existe también un lugar para la negra realidad. Había que comenzar la historia en un ambiente propicio para crear felicidad, para propiciar un enamoramiento imposible, aunque finalmente fuera casi una condena. Debíamos tratar de situar la acción en un mundo ideal en el que todo, incluyendo el ámbito social, derivase hacia un final oscuro que debería pasar casi desapercibido y aparecer invadiéndolo todo en el tercer acto. Una de las primeras ideas tuvo que ver con el cambio que experimenta Italia durante todo el periodo previo a la Segunda Guerra Mundial: el paso de la aparente calma, de la felicidad inocente a la oscuridad y la represión de un periodo fascista. Así decidimos situar la acción en ese momento, comenzando con los colores y las formas alegres de la década de los treinta y terminando con la escena llena de camisas negras desde que el Duque vuelve de la guerra. Rosa García Andújar se encargó de definir aquello de manera espléndida con el vestuario, y tras una labor extensísima de documentación definimos cada figurín con la evolución que nos conduciría de Arcadia al horror.
En cuanto al escenario, necesitaba un entorno para la tragedia, un espacio que debería evolucionar convenientemente, y recordé una serie de óleos de José que representaban diferentes ruinas en espacios abiertos, así que volví a encontrarme con ellos y tomé dos cuadros como referencia que representaban unos suelos elevados: Paisaje I, dibujo sobre papel y Paisaje I, óleo sobre lienzo, ambos del año 1987. Quería que ese fuera el mundo donde se desarrollase la tragedia.
Llamé a José, le propuse la nueva aventura y se mostró encantado. Sorprendido y extrañado de que tuviese tan clara la imagen de partida, que era suya. Partiendo de ahí llegamos al promontorio, el mismo prácticamente que se veía en los cuadros, rodeado de una arena negra, que se jugaba con diversos cambios de telones hasta acabar con un telón rojo que acompañaba a los personajes en los momentos álgidos del drama. Pensamos que así conseguiríamos el ambiente palatino, y potencialmente trágico que necesitaba la tragedia, combinado con la luz narrativa y poética de Camacho.
Los diferentes telones de fondo acompañaban la acción, y así el primer lance nocturno se representaba únicamente con la tarima y utilizando el piano como la casa de Cintia, bajando una gasa verdosa hecha jirones con la que José quiso representar lo frondoso del bosque del que salen Federico y Casandra tras su primer encuentro en el río. Después, el cielo, representado por dos telones, según avanzaba el drama, hasta llegar al más simbólico telón rojo que cerraba el espacio, que sellaría el encuentro con los amantes al final del segundo acto y la muerte de ambos en el final del tercer acto.
La dificultad que el teatro Pavón entrañaba, por su tamaño y por sus deficiencias, constreñía prácticamente cualquiera de las propuestas que se estrenaban allí; tanto es así que al llegar, en el transcurso de la gira, a cualquiera de los teatros de tamaño medio o grande donde recalaba, daba gusto contemplar cómo los espectáculos respiraban de otra manera sin tanta limitación ni tanto problema técnico. El castigo sin venganza parecía completamente distinto en teatros donde se exhibió como el TNC de Barcelona, donde la parte plástica, el trabajo de José, brilló con esplendor [Fig. 14].
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