LOS QUE FABRICAN LOS TRASTOS. LA ESCENOGRAFÍA ESPAÑOLA DESDE 1975

Fernando Doménech Rico y Eduardo Pérez-Rasilla Bayo

Si los comparamos con la ingente cantidad de estudios que hay sobre la literatura dramática, los dedicados a la escenografía son una cantidad exigua. Y es que los escenógrafos no han tenido mucho predicamento en la consideración de la crítica teatral, tanto en la periodística como en la académica. El asunto viene de lejos, porque ya Aristóteles reservaba al espectáculo el último lugar entre los elementos que conforman la tragedia:

El más importante de estos elementos es la estructuración de los hechos; porque la tragedia es imitación, no de personas, sino de una acción y de una vida [...] La fábula es, por consiguiente, el principio y como el alma de la tragedia; y, en segundo lugar, los caracteres. [...] En tercer lugar, el pensamiento. [...] El cuarto de los elementos verbales es la elocución. [...] De las demás partes, la melopeya es el más importante de los aderezos; el espectáculo, en cambio, es cosa seductora, pero muy ajena al arte y la menos propia de la poética, pues la fuerza de la tragedia existe también sin representación y sin actores. Además, para el montaje de los espectáculos es más valioso el arte del que fabrica los trastos que el de los poetas (Aristóteles, 1999, pp. 147-151).

Más adelante, con un sentido de la producción que pocas veces se le ha reconocido, indica que el espectáculo, además de ser menos artístico, “exige gastos”:

Pues bien, el temor y la compasión pueden nacer del espectáculo, pero también de la estructura misma de los hechos, lo cual es mejor y de mejor poeta. La fábula, en efecto, debe estar constituida de tal modo que, aun sin verlos, el que oiga el desarrollo de los hechos se horrorice y se compadezca por lo que acontece; que es lo que le sucedería a quien oyese la fábula de Edipo. En cambio, producir esto mediante el espectáculo es menos artístico y exige gastos (Aristóteles, 1999, pp. 173-174).