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7. RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

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7.17 · ALONSO DE SANTOS, José Luis, Los conserjes de San Felipe (Cádiz 1812), Francisco Gutiérrez Carbajo (ed.), Madrid, Cátedra, 2012, 220 pp.


Por Virtudes Serrano
 

 

Portada del libro


ALONSO DE SANTOS, José Luis, Los conserjes de San Felipe (Cádiz 1812), Francisco Gutiérrez Carbajo (ed.), Madrid, Cátedra, 2012, 220 pp.

Virtudes Serrano


De nuevo, la colección de Letras Hispánicas de la editorial Cátedra acoge a un dramaturgo actual, José Luis Alonso de Santos, con un texto, Los conserjes de San Felipe (Cádiz 1812), que habla a hoy desde ayer, y con una excelente edición del profesor Francisco Gutiérrez Carbajo. 

Hablar de José Luis Alonso de Santos (Valladolid, 1942) no es solo hacerlo de un dramaturgo actual, es traer a la memoria una etapa muy significativa del teatro español del último tercio del pasado siglo, la de los grupos independientes que, con pequeñas y perseverantes compañías, recorrían festivales y escenarios de gran modestia compartiendo con el público sus críticas al poder y contra el abuso de los débiles, el humor, el atrevimiento y la juventud. La etapa inicial de su trayectoria se remonta a los años sesenta, pero será en la década siguiente cuando consolide su vocación vinculada al Grupo de Teatro Libre de Madrid, donde, en palabras del propio autor, en 1980 (“Nota del autor” a Viva el duque, nuestro dueño, Madrid, Vox, “La Farsa”, p. 7.), “ha transcurrido y transcurre la mayor parte de mi vida profesional”; para él realizó versiones de autores clásicos y contemporáneos hasta que comenzó, desde mediados de los setenta, con textos de factura más personal. Aunque a lo largo de su ya prolongada producción se ha sentido inclinado hacia los personajes y conflictos del momento en el que se desarrollaba su escritura, trazando el itinerario de los pequeños perdedores y de los ganadores insignificantes que soportan el aquí y ahora de cada día (desde El álbum familiar –1982– a La llegada de los bárbaros –2011–, puede constatarse tal tendencia en la completa bibliografía de Alonso de Santos con la que Francisco Gutiérrez Carbajo acompaña la edición), en ocasiones, ha construido sus historias sobre un soporte histórico o literario. Sucede con ¡Viva el duque, nuestro dueño!, cuyo estreno se remonta a 1975, donde recoge la peripecia de una compañía de cómicos que surca caminos en el siglo XVII; o con El combate de Don Carnal y Doña Cuaresma, Premio Aguilar 1980, cuyo título remite a la obra del Arcipreste de Hita. Con una y otra se puede relacionar el texto que ahora nos ocupa por múltiples elementos que tienen que ver tanto con las preocupaciones y actitudes del autor, reflejadas en los elementos temáticos (el destino de los más débiles ante el peso del poder, la actitud positiva de los personajes perseguidos, en este caso alcanzados por el destino, la relación dramática establecida entre presente y pasado, etc.), como con procedimientos de construcción estética y escénica (el personaje colectivo, la introducción de la lírica popular, ya de la tradición oral o escrita ya inventada al efecto por el dramaturgo, que dará un tono festivo al conflicto y actuará como elemento de distanciamiento, la presencia de coros, el empleo de un sistema verbal que acerca, por sus fórmulas populares y por su sentido del humor, el conflicto al gran público). Si bien, en la intención de presentar a las víctimas del poder, estos conserjes del siglo XIX se aproximan más a los cómicos de la legua de la “España Imperial de los últimos Austrias”, que a los triunfantes seguidores de Don Carnal.

Dos núcleos argumentales articulan el desarrollo de Los conserjes de San Felipe: El robo y posterior rescate de La Constitución, por el grupo de conserjes y limpiadoras de San Felipe, que pretenden con ello forzar el pago de sus salarios, y el amor, obstaculizado por los prejuicios de clase del padre de ella, entre Inés, hija del diputado De las Casas y Luis el Salinero, un joven combatiente de la guerrilla contra el francés. En catorce escenas, precedidas por títulos con los que se recoge la porción de desarrollo argumental que ha de tener lugar a continuación, se distribuyen, con la destreza propia del autor, los acontecimientos de una trama donde la víctima del poder de cualquier signo está condenada pero, como acertadamente indica Gutiérrez Carbajo en su análisis, el hecho de que en esta obra los muertos sean precisamente quienes haya pervivido en el tiempo para contar su historia prueba el éxito que finalmente tuvieron, superadas las barreras del tiempo. Así  pues, el mensaje de optimismo que desde sus comienzos añade Alonso de Santos a la tragedia sufrida por sus criaturas, también en esta pieza está presente. Vienen ahora al caso las palabras del autor referidas a las protagonistas de La comedia de Carla y Luisa, (ed. de francisco Gutiérrez Carbajo y José Ramón Fernández, Madrid, Centro Cultural de la Villa, 2003, pág. 146): “La dulce venganza de la risa ante nuestros sufrimientos: a pesar de todas las dificultades la vida puede ser siempre una aventura lúdica y sorprendente”.  

Como es habitual en el autor, la pieza cuenta con una galería de tipos entrañables, ingenuos, hasta cuando traman un delito o han tenido un desliz (lo que trae a la memoria a los de La estanquera de Vallecas o Bajarse al moro). Entre ellos destacan Virtudes, la limpiadora embarazada por el Obispo de Orense, y El Copla, el homosexual, compañero de Luis el Salinero, cantaor ingenioso, guerrillero valiente, patriota y amigo incondicional. Algunas secuencias podrían integrarse entre sus Cuadros de amor y humor al fresco, como ocurre con la Escena II, titulada “Lucha en los caños de Sancti Petri”, protagonizada por  Luis el Salinero y El Copla. Las composiciones en verso y las canciones se colocan al servicio de la trama en cada momento; critican, denuncian, dan muestras del vigor de los humildes, como la conocida “Con las bombas que tiran los fanfarrones”, popularizada por Juanita Reina en Lola, la piconera (versión cinematográfica, dirigida en 1951 por Luis Lucia, que adaptaba el drama en verso de José María Pemán Cuando las cortes de Cádiz, donde, curiosamente, no se usa la copla popular sino su eco en las palabras de Lola ante Wellesley –Acto I–) y cantada ahora en la bodega de El Cojo, lugar de penetrante aroma valleinclanesco, hasta por el nombre de su patrona, La Lunares, donde los conserjes se reúnen para urdir su asalto.

El ingenuo plan del robo del preciado documento por parte de los conserjes, las dificultades con las que tropiezan los eventuales ladrones y el desastroso final no pueden dejar de recordar a los pobres cómicos de la legua que preparaban la fiesta teatral para el Duque, quien prefiere, finalmente, soltar unos toros; pero, a diferencia de aquella obra, en la que ahora nos ocupa, existe un soporte histórico para su argumento, inspirado por la conmemoración de los doscientos años de la Constitución de Cádiz, en 1812. Alonso de Santos lo explica en la “Nota del autor” que precede al texto: “Mi amigo Juan Gómez, conocido historiador de El Puerto de Santa María, me puso por primera vez detrás de una pista del tema central de la obra, al hablarme de unos fusilamientos acaecidos días antes de la jura y proclamación de la Constitución de 1812 […]. Lo peculiar y sorprendente de este hecho es que los franceses hubieran fusilado a varios ujieres de las cortes constitucionales”. Con esta certeza, suposiciones varias y las habituales preguntas del autor sobre posibles situaciones: “¿Y si…?”, compone una historia donde el amor, la crítica política enfocada al presente desde el ayer, la historia, la poesía, el humor, su propia tradición teatral, las modernas técnicas escénicas, marcadas desde las acotaciones, se funden en un todo ágil y entretenido para cualquier lector.

La “Introducción”, compuesta por cuatro amplios y muy bien documentados epígrafes (“El teatro de Alonso de Santos”, “La presencia de la canción de tipo popular”, “El componente histórico” y “Los conserjes de San Felipe (Cádiz 1812): representación, historia e intrahistoria”), la bibliografía de y sobre Alonso de Santos y las notas al texto, con las que Francisco Gutiérrez Carbajo aclara expresiones, explica acontecimientos o ilustra el nombre de los personajes, suponen un impresionante material de investigación y análisis para el lector curioso y para quienes se acerquen a la obra con intenciones académicas. Y, aunque la vocación legítima de toda obra teatral sea el escenario, la aparición de este volumen viene a ratificar una afirmación que se ha consolidado como lema de la Asociación de Autores de Teatro: “El teatro también se lee”.

 

 

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