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2.2 · APROXIMACIÓN AL TEATRO DE JULIÁN AYESTA


Por Juan Lázaro
 

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El fusilamiento de los zares de Rusia

En el breve texto introductorio en las páginas de Mundo Hispánico a manera de presentación de esta obra de Julián Ayesta, García Nieto celebra el regreso del escritor asturiano a las letras después de haberse ido al extranjero y haber dejado de escribir. Así pues, estamos ante una nueva pieza teatral suya después de veinticuatro años sin publicar ninguna otra obra. ¿Había cambiado algo en su concepción dramática? Sin duda. Pero antes de analizarlo, debemos remarcar que existen dos textos teatrales inéditos suyos, escritos en 1955 y 1966, que casi con toda probabilidad pueden mostrar mojones que señalen la senda evolutiva que siguió Ayesta como dramaturgo.

En 1967 Julián Ayesta es un hombre ya muy viajado y que ha estado en contacto con diferentes culturas, numerosas personalidades literarias y que conoce el panorama y las corrientes más en boga. Entre otros, los nombres de Eugène Ionesco, Samuel Beckett, Alfred Jarry y, por supuesto, Miguel Mihura, no podían serle desconocidos. El término teatro del absurdo imperaba en cualquier cenáculo literario al uso. Y él mismo decidió practicarlo en El fusilamiento de los zares de Rusia.

La obra está dividida en dos partes. La primera, que da cuenta del derrocamiento de los zares, solo ocupa dos páginas; la segunda parte se emplea en los preparativos del fusilamiento y es en la que se desarrollan los elementos identificadores del teatro del absurdo.

La pieza narra, bajo una óptica burlesca y ridiculizadora, la destitución del zar Nicolás II y su posterior asesinato junto a su esposa y su hija Anastasia. No hay una intención histórica por parte del autor; el episodio histórico solo es la base para desarrollar una sátira sobre el poder, disfrazada de acontecimientos aparentemente absurdos o simplemente cómicos.

El pope Alexis instiga una revolución: depone a los zares y alienta a un general a que se haga cargo del poder. El pope obliga a un fotógrafo a que le acompañe para que retrate el momento culminante. Los zares, recluidos en el palacio imperial, no oponen ninguna resistencia. El zar, deprimido, se disfraza de practicante (“no ves que se ha refugiado en el absurdo” le dice el pope al fotógrafo, p. 65) e intenta poner una inyección a su hija; durante un breve instante, el zar, la zarina y el general dejan de pronunciar las erres al hablar (se especifica en una acotación) y después recuperan la pronunciación normal. El general ordena a los zares y la duquesa que se sienten y se les pone una venda en los ojos.

El final resulta ambiguo. El general hace una seña al oficial del pelotón de fusilamiento para que dé comienzo la ejecución, pero lo que se escucha es la bomba  de magnesio de la máquina fotográfica. ¿Ha habido fusilamiento o se trata de una sesión fotográfica de los últimos estertores del imperio zarista? ¿Sí lo ha habido y, además, se ha hecho una foto, que será la prueba que nunca existió sobre aquel enigmático episodio histórico y que tanta tinta ha derramado? ¿El fusilamiento como espectáculo artístico? [fig. 5].

Los personajes principales son el pope Alexis y el zar Nicolás II. El pope –vestido de negro, larga barba negra, ojos negros; una especie de trasunto de Rasputín– es taimado, urdidor y autoritario. El zar es un hombre resignado a su destino y que el derrocamiento parece haberle hecho perder el juicio; lleva una barba que se quita y se pone en escena según la situación.

El fotógrafo Nicanor y el general son los personajes secundarios más relevantes. Nicanor, con su tierna y aturullada ingenuidad se diría que es puro Mihura; es un hombre sencillo y cohibido. El general –”vestido claro y vistoso”, en contraste con la lobreguez del pope– es amigo de cumplir las ordenanzas; y obedece ciegamente al mandatario religioso.

El papel de la zarina no tendría mayor relevancia –es un personaje menor que no aporta nada importante a la acción– si no fuera porque es ella misma, disfrazada, la que encarna al mensajero que trae nuevas del frente de Constantinopla. Esta ambivalencia, entre cómica y descolocadora, es una característica más del absurdo que impera en toda la obra.

Los personajes restantes, de escasa entidad dramática, son la duquesa Anastasia (está enferma y va en silla de ruedas); el oficial; la doncella Baba; y un buen número de extras (soldados y monjas).

Las acotaciones son precisas y aportan la información capital para describir la acción y los personajes. Los diálogos, cortos y rápidos, proporcionan ritmo a la representación. Son vivos y chispeantes. Sirva a modo de ejemplo cuando comenta el zar sobre la máquina de fotos (p. 64):

–¡Sabe Dios lo que habrá en esa máquina!

A lo que replica el fotógrafo:

–Lo que en todas, señor: oscuridad y recuerdos.

Una de las características del teatro de absurdo es que los diálogos no se corresponden con las situaciones que se están representando; no es lo que se espera escuchar dada una situación determinada. Son los diálogos los que en muchas ocasiones hacen que se perciban como absurdas las situaciones. Los juegos de palabras suelen aparecer a menudo en este tipo de diálogos.

En El fusilamiento de los zares de Rusia esta característica dialogal es evidente; los diálogos aportan una mayor dosis de absurdo a la situación. Sirva a modo de ejemplo el siguiente (p. 68):

Alexis.–¿Cómo se encuentran?
Zar.–Físicamente, bien; moralmente, mal. Morir así es innoble [van a ser ejecutados sentados]. Me siento un poco en la peluquería. ¿Por qué no nos fusilan de pie?
Alexis.–(Al General.) Como postura es mucho más bonita.
General.–Sí, pero la caída es fatal.
Alexis.–Hombre, ¿qué quiere que le diga? La ejecución no es solamente un espectáculo artístico. Tiene también su parte desagradable, que no hay que ocultar. La caída de un rey debe ser real.
Zar.–Bueno, ¿qué hacemos? ¡Que me estoy enfriando!

O este otro, que tiene lugar en el momento en que entregan al zar una venda para que se cubra los ojos durante la ejecución (p. 67):

Zar.–(Pasándosela a la Zarina.) ¿Has visto?
General.–(A la zarina, que ya tiene la venda en la mano.) Observe el acabado.

El lenguaje empleado por los personajes es sencillo y natural. El más elaborado es el del pope, que incluso recita alguna frase en francés y en latín (“Les jeux sont faits”, p. 64).

Un elemento teatral muy presente en esta pieza es la música. Hay música solemne, música marcial, charangas, himnos, fanfarrias, trompetas anunciadoras, tambores, pífanos… Todo ello contribuye a proporcionar una mayor sensación de caos y absurdo.

El teatro del absurdo no estaba exento, muy al contrario, de principios y consideraciones de índole existencialista. Y en ese aspecto El fusilamiento de los zares de Rusia sigue la misma línea hacia el final de la obra con profundas reflexiones metafísicas sobre la existencia.

El texto hace gala del disfraz del absurdo para verter otras reflexiones más profundas y espinosas acerca del poder (su obtención y sus mecanismos de actuación) y la política. Se antoja complicado poder evitar una lectura en clave política detrás de un diálogo como el siguiente, momentos antes de mandar fusilar a los zares:

Alexis.–Carecemos de datos imprescindibles.
General.–Carecemos del más imprescindible: que no sabemos de qué problema se trata.
Zar.–¿Entonces cuál es el problema? No lo entiendo.
Alexis.–Desenmascararnos.
Zar.–¡Pero si no podemos estar más desenmascarados! Lo que pasa es que no puede uno desenmascararse de una cosa sin enmascararse de otra.

Por último, llama la atención que frases, entre otras, como “¡Hojalá [sic] me fusilaran las monjas!” (p. 68) pasaran la censura de la época. El hecho de estar publicada en una revista hacía algo más difícil el control que la edición en un libro. Curiosamente la censura previa volvió a imponerse en 1968, como hemos dejado expuesto más arriba, a raíz de un artículo político de Julián Ayesta.

El presente trabajo solo ha pretendido ser la presentación, a modo de redescubrimiento, de Julián Ayesta como autor teatral. Estimado prosista, copiosamente estudiado como novelista y prácticamente un desconocido para el mundo del teatro español del siglo xx, entendemos que Julián Ayesta merece también una consideración en esta otra faceta suya, que cultivó y atendió a lo largo de toda su vida literaria, incluso en los momentos más difíciles.

 

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