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2. VARIA

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2.2 · APROXIMACIÓN AL TEATRO DE JULIÁN AYESTA


Por Juan Lázaro
 

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Julián Ayesta ha pasado a la historia de la literatura española por su novela lírica Helena o el mar del verano (editada en 1952 en la colección Ínsula). Esta breve obra maestra ha sido reeditada hasta en cinco ocasiones y ha sido traducida al francés y al alemán, lo cual indica el interés lector que ha suscitado, si bien dentro de un círculo minoritario y exquisito. Menos sabido es que Julián Ayesta fue un asiduo del café Gijón, que colaboró en la revista Garcilaso y que escribió un puñado de cuentos (recopilados por Antonio Pau en 2001). Y podría asegurarse que es completamente desconocido por el público que Julián Ayesta dedicó una parte considerable de su obra y de su vida al teatro, tanto como dramaturgo, como crítico teatral o como traductor.

Cierto que no son muchas las obras teatrales que dejó escritas; la mayor parte, además, son piezas breves, aunque llegó a estrenar alguna de ellas. Ninguna goza de edición actual, y para sacarlas a la luz hay que acudir a las revistas de época en que fueron publicadas. Pero el teatro fue una intensa vocación en él; en mayor o menor medida, siempre estuvo presente en Ayesta y nunca dejó de cultivarlo, de atender a la evolución de la escena española y de aplicarse a muy diversas facetas relacionadas con el mundo teatral1.

Nació en la villa asturiana de Somió en 1919, y en Somió murió en 1996. En medio queda un mar inmenso de ciudades y países a los que le llevó su condición de diplomático de carrera. Su padre ejerció como abogado en Gijón y fue diputado socialista en las Cortes constituyentes de 1931. Además, fue director del periódico El Comercio de Gijón y fundó La Prensa. Abogacía, política y periodismo fueron tres puntos cardinales que de alguna forma heredó su hijo Julián, que completó con la práctica de la creación literaria.

Como casi todos los niños de Somió, Julián Ayesta recibió la primera educación colegial de mano de los jesuitas. Posteriormente, ya en el instituto, tuvo el raro privilegio de tener como profesor a Gerardo Diego. Pero en 1934, cuando contaba quince tiernos años, tuvo lugar un acontecimiento político que resultó ser el punto de inflexión que marcaría un nuevo rumbo en su vida. La Revolución de Asturias, como se conoce al ardoroso movimiento minero huelguista de entre el 5 y el 19 de octubre de 1934, llevó consigo demasiada sangre y fuego. Tal vez como consecuencia de ello, Julián Ayesta se afilió a la Falange. Años después explicaría que eso era lo que “tenía emoción”, porque “entonces lo que estaba de moda era ser de la Falange, porque estaban gobernando las izquierdas y porque era como ser europeístas, partidarios de un Estado fuerte y más bien anticlerical”2.

Al estallar la Guerra Civil, aún con 16 años, no duda en alistarse voluntario en el ejército y participa en el frente de Teruel; cae prisionero; vuelve al frente de Nules, luego al de Levante… “La guerra es emocionante y divertida” dejará escrito en una carta a su familia en 19383. El final de la guerra le afina el olfato y escribe en otra epístola unas líneas premonitorias:

En el frente se ganó la gloria, ahora hay que pasarla a los pies de cuatro señorones caducos y aventajados y cuatro niñas de mal vivir para que la vean. De héroes a muñecos de espectáculo. España así se perderá otra vez. Debíamos ir todos a casa a trabajar en serio para redimir a la Patria en el campo o en la universidad… Pero ahora…

Inicia una nueva etapa en Madrid, en donde estudia Filosofía y Letras; además, entabla relación con el grupo del Teatro Universitario Español (TEU)4, con el que colabora activamente e incluso llega a estrenar alguna pieza teatral. El dramaturgo José Gordón, refiriéndose a la labor realizada por el TEU, comenta a modo de pequeña pincelada:

No obstante, en Madrid, y bajo la dirección de Modesto Higueras, se estrenaron obras de autores noveles españoles. En el TEU estrena Víctor Ruiz Iriarte su primera comedia (Un día en la gloria); allí estrenan también el poeta José García Nieto, Julián Ayesta, Eusebio García Luengo y Julio Angulo5.

No obstante, la muerte de su padre en 1942 le había hecho replantearse su futuro y se había matriculado también en Derecho. En 1947 Ayesta aprueba la oposición a la carrera diplomática. En 1949, su primer destino: Bogotá. Curiosamente Camilo José Cela le había recomendado que no terminase sus estudios, porque le harían que opositara y no podría dedicarse a escribir como llevaba haciendo desde 1943 en numerosas revistas (Garcilaso, El Español, Destino, Correo Literario…), tanto artículos políticos, como literarios, relatos o sus primeras piezas teatrales, que vistieron tinta de imprenta ese mismo año6. Y es el mismo año en que Joaquín Entrambasaguas publica la recopilación poética Antología del alba, que incluye tres poemas de Ayesta. Asiduo del Café Gijón y su enjambre de literatos, artistas de toda laya y bohemios irredentos –en cuanto pasaba por Madrid acudía religiosamente al local–, participó en la tertulia “del último ventanal, la del ángulo con diván corrido de terciopelo rojo”7. Francisco Umbral recreó su figura en La noche que llegué al Café Gijón8:

Más tarde Julián Ayesta empezaría a hacer periodismo, venido ya a Madrid, con cierta audacia política que le llevó a tener disgustos como periodista y como diplomático. Me parece que volvió a desaparecer, pues este era el destino errabundo de muchas estrellas del Gijón, y concretamente de los diplomáticos, que cuando además son escritores, pasan por la literatura como lunas intermitentes y cosmopolitas.

Esta cita de Umbral no solo interesa por su lirismo y agudeza, tan característicos del escritor vallisoletano, sino porque sirve para introducir una de las peculiaridades biográficas de Ayesta: el conflicto político.

Ya desde el inicio de la posguerra Ayesta había mantenido una postura reservada acerca del franquismo y la dictadura. A través de sus numerosos artículos periodísticos puede ir rastreándose el paulatino desengaño político que fue apoderándose de él y la independencia ideológica de la que hizo gala, siempre dentro de unos parámetros relativos dada la oculta mano de hierro imperante en la cultura española de la época. Artículos como “Cántico con mucha pasión” –un poético y casi desgarrado llamamiento a la unidad de todos los españoles– o “El ayuno de Ghandi” (ambos publicados en El Español, en 1946 y 1948 respectivamente) no pasaron inadvertidos para nadie al uno y otro lado de la raya ideológica. A comienzos de la década de los años cincuenta, sus manifestaciones públicas no ofrecían ambages:

Nosotros, jóvenes inexpertos, bisoños en el arte periodístico, llenos de brío y entusiasmo aunque inexpertos, escuchábamos a Ayesta a orejas desplegadas. Era capaz de proferir las mayores barbaridades contra Franco sin descomponer el gesto y haciendo gala de su buen humor gijonés (Parra Galindo).

Y en 1955 se produjo otro acontecimiento clave en la evolución de Julián Ayesta, paralela –podría decirse que casi fueron de la mano– a la de Dionisio Ridruejo. Este presentó a Ayesta a los promotores del Congreso Universitario de Escritores Jóvenes, Enrique Múgica, Ramón Tamames y Javier Pradera, quienes habían solicitado la colaboración de aquellos que desde dentro del sistema habían evolucionado y veían con buenos ojos una apertura ideológica. Ayesta participó en las dos reuniones que se convocaron en el club Tiempo Nuevo, donde solían reunirse universitarios, intelectuales liberales y gente de letras en general, y firmó el manifiesto que leyó públicamente Múgica la tarde del 29 de enero de 19569. Tomada declaración a los imputados en la revuelta universitaria, las consecuencias, previsibles, no se hicieron esperar: Ayesta fue “desterrado” a Beirut.

A partir de entonces sus colaboraciones periodísticas se intensificaron, a veces ocultas tras un seudónimo, otras amparadas por el relativo anonimato de los editoriales de los periódicos, especialmente de SP10, una de las publicaciones más críticas de la época; no en vano, las colaboraciones de Ayesta marcaron la línea política de dicho periódico. La alarma política que suscitaba la petición de la legalización de las asociaciones políticas era evidente; Ayesta contribuyó a esta idea con sus textos, a los que siempre se adhería sin reservas Tierno Galván. La muerte en “extrañas” circunstancias del estudiante Enrique Ruano hizo explotar a Ayesta, y su artículo “Lo intolerable” (SP, 23 de enero de 1968) tuvo consecuencias políticas de enorme alcance: al día siguiente se declara el estado de excepción y se restaura la censura previa. Y Julián Ayesta recibe un nuevo destino: la capital de Sudán, donde ni siquiera había embajada.

Pero la evolución ideológica de Ayesta ya no tenía marcha atrás. Su deserción era definitiva. Su artículo “Especulaciones marginales”, en defensa de una apertura democrática, publicado en 1970 en Sábado Gráfico, bajo la firma de Pedrolo, provocó el fulminante cierre de la revista.

Mientras, la vida en Jartum la sobrelleva como puede escribiendo teatro e intentando aliviar un calor sofocante y protegido por una mosquitera permanente. Hasta que llega su momento de gloria diplomática en 1973. Un comando de Septiembre Negro secuestra a varios embajadores durante una recepción, entre ellos a Ayesta; matan al embajador de Estados Unidos y a los encargados de Negocios de Estados Unidos y Bélgica, y hay que negociar con ellos. El mediador elegido será el diplomático español; su exitosa actuación consigue la liberación de todos los secuestrados. En Madrid no queda otra salida que llamarlo y condecorarlo con la Gran Cruz del Mérito Civil. Y sus nuevos destinos –Ámsterdam, Lyon y Madrid– ya no tendrán nada que ver con los destierros anteriores. A partir de entonces, incesante vida consular, incesante actividad burocrática e incesante colaboración periodística11. En 1982 se le nombra Cónsul General en Alejandría y dos años más tarde dirigirá la embajada en Belgrado, adonde consiguió llevar a cabo la visita oficial de los Reyes a Yugoslavia.

La enfermedad hace que tenga que retirarse definitivamente. Retorna entonces a su Somió natal, donde tal vez el espíritu nostálgico de Helena se le presentara en alguna ocasión viendo caer el orbayu desde una ventana, hasta su muerte el 16 de junio de 1996.

La preceptiva teatral de Julián Ayesta

No resulta fácil clasificar el teatro de Julián Ayesta dentro de un contexto teatral de la época. No se trata de una cuestión teórica, sino más bien de índole espacio-temporal. Aparte de sus inicios en el TEU, frecuentó, y mucho, el Café Gijón junto a todos los escritores de Garcilaso y el grupo Juventud Creadora12 y después a los subsiguientes artistas de toda índole que allí se fueron dando cita. Ayesta era célebre en el local por su humorismo, su inteligencia y sus afilados y sarcásticos comentarios13. Sus continuados destinos en el extranjero, pese a que esporádicamente seguía asistiendo a las tertulias del café en cuanto pisaba Madrid, y ese espíritu tan suyo de ir siempre por libre lo distancian de cualquier generación, movimiento literario o concurrencia ilustrada específicos. En aquel local, foco intelectual de Madrid durante décadas, se daban cita numerosos poetas, novelistas y dramaturgos. Por citar un minúsculo ramillete de ellos, García Nieto, Eugenio de Nora, Camilo José Cela, Ignacio Aldecoa, Fernando Fernán Gómez, Buero Vallejo, Alfonso Sastre14… Ayesta coincidió con todos ellos y los trató, pero dada su idiosincrasia no se le puede englobar en ningún grupo concreto. El mismo José García Nieto situó al escritor asturiano entre la primera y la segunda generación literaria de posguerra15. Tierra de nadie.

Su contacto con el mundo teatral fue evidente. Ayesta se hizo cargo de la sección de cine de la revista Ateneo en enero de 1954; en marzo pasó a llevar la sección teatral16. Estas reseñas las ilustraba con dibujos (más bien garabatos) propios que tomaba a modo de apuntes durante la función17.

En ellas nos encontramos con un “simple comentarista teatral”18, como le gustaba definirse a sí mismo, muchas veces sarcástico y mordaz, pero a la vez autor dramático, preocupado por el devenir del teatro y por la necesidad de que este evolucionara y no se quedara estancado en un burguesismo rancio y cuajado de lugares comunes. Escribe después de asistir a una función de El marido de bronce de Jacinto Benavente:

(…) la comedia benaventina pura y absoluta: una obra donde al levantarse el telón nos encontramos ya con varias señoras –una con bolso y sombrero– y caballeros –dos maduros y un anciano– que, sin moverse de sus asientos, charlan durante los tres actos del problema conyugal de una pareja ausente. Y cuando el asunto ha sido expuesto y comentado, los personajes que estaban de visita se despiden, salen dos doncellitas con los abrigos, se van y telón (Ayesta, 2003, p. 36). [fig. 1]

Junto a estas reseñas, de las que se pueden extraer algunas de las líneas maestras de su concepción teatral, Ayesta dejó escrita una preceptiva casi diríamos que en toda regla en la carta que le envió al director de la revista Ínsula con motivo de la publicación de Helena o el mar del verano. Tras unos párrafos iniciales dedicados a considerar cómo fue la creación de la novela, abruptamente corta esa comunicación y abre nuevo tema con un “Y hablemos ahora brevemente del teatro”, frase a la que sigue una larga parrafada para establecer las coordenadas básicas de lo que siempre fue una de sus mayores preocupaciones literarias, mucho más que la novela.

En primer lugar, Ayesta no entendía el teatro –puro espectáculo al fin y al cabo– sin anécdota, sin acción. Podrá ser un teatro mudo –las representaciones de  pantomima, por ejemplo–, pero nunca podrá suceder “sin que pasen cosas” (Ayesta, 2003, p. 24).

Además, la acción dramática puede ser “doliente o trágica”, pero los personajes no deben decir nada en tono doliente o trágico (ib., p. 45). Los diálogos deben ser naturales. “En teatro no hay más remedio que usar el lenguaje más comunicativo posible. Es decir, el más corriente y, por lo tanto, menos poético” (ib., p. 41). Y he aquí el punto clave del concepto dramático de Julián Ayesta.

Así pues, se hace primordial distinguir entre verso y poesía. Porque en teatro existe la poesía; es más, el teatro debe ser poético, si bien lo poético ha de estar en lo que ocurre en la escena, la poesía “debe estar en la situación, en la peripecia, no en las palabras” (ib., p. 24). El valor poético, en teatro, es escénico, no lingüístico. La escena teatral (como la cinematográfica) es ese espacio donde se puede ofrecer poesía sin necesidad de palabras. Lo poético, en teatro, va más allá del uso artístico de la lengua, la noción de poeticidad de la que habla García Berrio (pp. 100 y ss.), y que se reduce a una propiedad estética de las realizaciones literarias. Y tampoco es una simple cuestión de comunicación no verbal, aunque esta sea una característica esencial de la dramaturgia. Para Ayesta, la escena, por ejemplo, de una madre que entra en una habitación donde yace muerto su hijo y llora sin pronunciar palabra puede ser más poético que muchos poemas.

Por eso no puede sorprendernos que a Ayesta le gustara especialmente el Don Juan Tenorio de José Zorrilla. Puede asegurarse sin reservas que la reseña que publicó en la revista Ateneo contiene su preceptiva dramatúrgica fundamental. La cita, como puede verse, es altamente ilustradora:

La obra de Zorrilla nos parece más “teatral” que cualquiera de los dramas o comedias que hemos visto este año. (…) Se cree que el verso es una forma de lenguaje destinada exclusivamente a la poesía. Hace tiempo que se pensaba que la poesía sólo podía ser expresada en versos. Más modernamente se ha admitido que la poesía puede ser expresada también en prosa. ¿Por qué no admitir, entonces, que puede existir el verso deliberadamente no poético? Hay “prosa poética”, ¿por qué no puede haber el “verso prosaico” o, más exactamente, el “verso no poético”? Verso y prosa afectan a lo formal del lenguaje; poesía o no poesía afectan a su contenido. Zorrilla no pretende que la mayor parte de sus versos de su drama sean poéticos (ib., p. 47).

He aquí, perdonados y convertidos en puro teatro, lo que siempre se ha tenido por ripios zorrillescos. Porque, continúa razonando Ayesta en el mismo párrafo, “¿tiene algo de ilícita esa pretensión [de Zorrilla]? Porque si lo tiene, no vamos a tener más remedio que condenar a la mayor parte de nuestro teatro de los siglos xvi y xvii”.

Y es que, nacido para verse y escucharse en compañía de otras personas, el teatro “frente a la novela o la poesía es, ante todo, un espectáculo”. Y a continuación, un tanto apocadamente, como sorprendido consigo mismo por lo osado de la comparación que va a verter, afirma “Casi le diría que el teatro es mucho más parecido a una corrida de toros que a una novela” (ib., p. 23).



1 Además de su producción teatral como dramaturgo y como crítico, fue animador del Teatro Nacional de Cámara y Ensayo, y tradujo Atardecer, de J.A. Ferguson, y El farsante del mundo occidental, del dramaturgo irlandés John Millington Synge (curioso giro que hubo que darle al título, cuyo original no ofrece duda: The Playboy of the Western World).

2 En entrevista a Julián Ayesta realizada por Guillermina (1987, p. 10).

3 Años después, su amigo el inglés Charles David Ley recogería en sus memorias la visión existencial de Ayesta acerca de la guerra y la condición humana. Véase Ley, pp. 53-56.

4 Sobre la actividad teatral desarrollada en las universidades españolas a partir de la década de los años cuarenta, véase García Lorenzo, 1999; y Hormigón: “Del teatro universitario a los teatros independientes”, en Teatro, realismo y cultura de masas, pp. 100-138.

Solo apuntaremos aquí que esos trabajos teatrales en facultades y escuelas se llevaron a cabo por mediación del Sindicato Español Universitario (SEU), de afiliación obligada para los estudiantes y ligado a Falange Española.

5 Véase Gordón, p. 49.

Y no se trata solo de que Ayesta fuera uno de los autores noveles españoles a los que dio salida el TEU, sino que, según afirmó el crítico teatral Jorge de la Cueva, fue el primero de ellos en estrenar con dicho grupo. Véase en el anexo la transcripción de la reseña del día del estreno de la obra: Cueva, Jorge de la: Ya, Madrid, 9 de junio de 1943.

6 Para un repaso pormenorizado de todas estas publicaciones aisladas, véase el estudio preliminar de Antonio Pau a los Cuentos de Julián Ayesta.

7 Íbidem, p. 43.

8 Véase Francisco Umbral, p. 226.

9 El episodio sobre estos sucesos está narrado con mucho brío y detalle por Pablo Lizcano. La única referencia a Ayesta aparece en la página 138.

10 Entre febrero de 1968 y enero del año siguiente, publicó 69 artículos.

11 En Sábado Gráfico, entre octubre de1980 y junio de 1982, publicó 62 artículos.

12 Véase Francisco Gutiérrez Carbajo, 2010, p. 36.

13 Véase Ley, pp. 53 y 87.

14 Íb., pp. 36-37.

15 En el texto introductorio a “El fusilamiento de los zares de Rusia”, en Mundo Hispánico, n.º 232, p. 63. Relacionado con esas líneas de García Nieto, véase también más abajo nuestro análisis de la obra.

16 Antonio Pau recopiló parte de algunas de ellas en J. Ayesta,  Dibujos y poemas.

17 El dibujo que ilustra la portada de este trabajo es uno de ellos. Véase Ayesta, Dibujos y poemas, edición de Antonio Pau, p. 37.

18 En su reseña del 1 de julio de 1954, en Ateneo, sobre la representación de la obra de Vittorio Calvo La torre sobre el gallinero. [fig. 2].

 

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