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1. MONOGRÁFICO

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1.3 · VISIÓN CRÍTICA DE LA REALIDAD ESPAÑOLA. EL TEATRO DE JOSÉ MARTÍN RECUERDA DESDE LOS INICIOS DEL PERIODO DEMOCRÁTICO


Por Antonio César Morón
 

 

El ansia de libertad y el grito comunitario que una sociedad entera estaba comenzando a sentir como necesidad de expresión se traducen en la obra del Recuerda de estos años. El resultado de todos esos humores acallados es la gestión de un coro de mujeres que sirve como válvula de escape, no ya solo de estados psicológicos generados por la sociedad (como ocurría con el coro de Las salvajes), sino que este coro lleva además añadido un contenido crítico de corte político, que solo se hace viable en una sociedad cada vez más comprometida con el final de la dictadura. Así, el grito festivo es concebido como una vía de catarsis que, a través de la música popular, se convierte en un desgarro antropológico concentrado somáticamente en cada movimiento y en cada palabra-grito de los personajes. Ese grito festivo y el grito político de toda una sociedad se hacen uno solo. Es como unir las teorías de Antonin Artaud y de Bertolt Brecht en una única práctica dramática que tiene su máxima expresión en el espacio escénico. De manera que se aprecia con esta obra y este montaje una máxima conexión de José Martín Recuerda con el público de aquel momento.

Ahora bien, tan solo unos años después este momento de conexión máxima habrá desaparecido por completo. Aunque el autor sigue una propuesta dramatúrgica similar a la de Las arrecogías del Beaterio de Santa María Egipciaca, a partir de El engañao (1972), su siguiente obra y montaje, que se estrenará en 1981 en el Teatro Español de Madrid bajo la dirección de Jaime Chávarri y con los actores Antonio Iranzo y Marisa Paredes interpretando a los personajes protagonistas, no encontrará el autor, sin embargo, esa sintonía con el público [fig.3].

Asistimos con esta obra de nuevo ante un drama con personaje histórico granadino, San Juan de Dios, en donde el autor nos expone la vida de unos seres oprimidos y desheredados que intentan la tarea imposible de cambiar la sociedad en la que viven para hacerla mejor y más justa. En ambos dramas nos aparecerán fundamentalmente dos tipos de personajes enfrentados: por un lado, los partidarios de sostener un poder existente que ahoga a casi todo un pueblo, excepto a unos pocos privilegiados; y por otro, un grupo de inconformistas con los que se encontrarán en continua lucha física y dialéctica. Y siempre, como trasfondo, una guerra que ha acabado minando la moral y el ánimo de toda una sociedad, corrompiéndola.

Nos encontramos en los años cuarenta del siglo XVI, en la ciudad de Granada. A las puertas del Hospital Real (edificio fundado por los Reyes Católicos para curar las enfermedades venéreas y la locura, y cuya construcción fue concluida en el reinado de Carlos V), ha llegado un antiguo soldado del ejército del Emperador, llamado Juan, a solicitar que el tesorero le muestre los libros de administración para confirmar sus sospechas y denunciar así ante los obispos de Granada, Guadix, Tuy y Badajoz (que salen en ese momento por la puerta), que la Iglesia católica junto con el Emperador roban el dinero para gastarlo en guerras eternas, mientras que los enfermos de ese hospital ni siquiera tienen para comer. Lo que se denuncia en estos primeros parlamentos de Juan es la apariencia fastuosa de un imperio que en realidad mantiene subyugados y viviendo en la miseria a todos sus miembros:

JUAN.- Quiero que el tesorero del Hospital Real muestre a este soldado del Emperador, los libros de la administración. No podemos vivir en la ignorancia de lo que nos dicen los demás. Vuestras Eminencias deben saber que no hay alimentos, mantas, medicinas ni médicos para atender a los enfermos del Hospital Real. Mientras ellos son castigados con mordazas y látigos, el rey sigue en apariencia triunfal las guerras de Alemania (Exaltándose.) ¡Y todos los de dentro (señala al hospital) son héroes de una España no gloriosa, sino vencida! ¡Muera el Emperador! (Martín Recuerda, 1981: 97).

Juan acaba siendo azotado por los loqueros del hospital, y expulsado de aquel lugar. La intención de Juan es la de construir un hospital donde albergar a todo aquel que haya sido expulsado de otras partes: leprosos, bandidos enfermos, prostitutas moribundas, locos, rebeldes comuneros… Este intento se ve frustrado a través de un continuo choque contra los distintos representantes del poder establecido, hasta que Juan de Dios decide ir a ver directamente al rey, Felipe II, con la intención de que le acabe concediendo una cédula especial por la que poder mantener en pie un hospital aquejado por las deudas. Reproduzco a continuación la conversación que mantienen los dos personajes, a través de la cual se intuye el porqué del título de la obra:

FELIPE II.- […] ¿Qué quieres que yo remedie? Dímelo pronto.
JUAN.- (Sacando un pliego de papel.) La firma en este pliego reconociendo mi hospital.
FELIPE II.- ¿Después de firmar este pliego querrás, como todos, dinero del reino?
JUAN.- Dinero no, sino justicia para los vencidos por el mismo reino […].
FELIPE II.- […] Una cosa se ve clara: que estás seguro de lo que quieres y yo estoy dispuesto a dártelo. Reconoceré tu hospital. Te enviaré correos con mi reconocimiento […] (Volvemos al hospital de Juan. Los coros se van haciendo violentos […])
UN SOLISTA.- Ay, palomas que no llegaron nunca.
            Y el hombre que cruzó los caminos de Castilla,
            volvió a su tierra y esperó siempre, en su torre, a las palomas que no llegan […]
            (Martín Recuerda, 1981: 181-185).

Lo que acaba diferenciando un drama de otro es la retórica fundamental desde donde se enfrenta el conflicto: en Las arrecogías del Beaterio de Santa María Egipciaca veíamos una retórica desplazada básicamente al nivel ético-político; y aquí nos encontramos con una retórica desplazada a un nivel ético-religioso que, por la sociedad en donde se sitúa el conflicto (donde el poder y la Iglesia se encontraban muy unidos), afecta también al nivel político. Es muy interesante destacar el esfuerzo dialéctico que se genera en los dramas históricos de José Martín Recuerda, su tono de amarga protesta, incluso didáctico-moralizadora. Martha T. Halsey, en la introducción a la edición de Cátedra que se publicara en 1981, expresa de manera muy certera este núcleo de ideas a través de la siguiente cita:

El propósito del nuevo drama histórico, del cual es un ejemplo El engañao de José Martín Recuerda, es hacer que el espectador se encare con la tragedia de España, no sólo la del pasado, sino también la del presente. Sus dramas históricos, a diferencia de los dramas conformistas tan típicos de las primeras décadas del siglo xx, asumen una postura crítica ante España. Su objetivo es provocar, a través de la acción catártica peculiar al drama, una conciencia del sentir trágico de la historia española. (Martín Recuerda, 1981: 29-30).

Juan de Dios y Mariana Pineda son dos engañados en medio de una sociedad y un poder corrompidos desde un punto de vista moral y político. Pero aún existe una obra más de carácter histórico, o mejor, histórico-literario5, que supone una respuesta mucho más violenta y descarnada moralmente. Me estoy refiriendo a su obra Las conversiones (1980), situada ya, desde su escritura misma, en plena época del gobierno de Transición liderado por Adolfo Suárez.

Martín Recuerda sitúa la historia en las tenerías cercanas al río Tormes de mediados del siglo xv, asediadas por una guerra interna para ocupar el trono del reino entre los partidarios de Isabel de Castilla y los de Juana la Beltraneja. La acción transcurre en torno a rencillas en las que se mezclan tanto celos como intereses políticos, en medio de las cuales aparece el personaje de una jovencísima y bella Celestina, objeto de deseo tanto del rey Enrique de Trastamara como de aquel a quien ella ama de veras: Alba. Ante la imposibilidad de amor que el rey Enrique experimenta, amenaza a la joven con matar a su amado. En ese momento ella le hinca las uñas, mientras él saca una navaja y le corta la cara para dejarle una cicatriz que marcará el resto de su vida y que imposibilitará todos los proyectos de matrimonio que –en secreto– ella se formaba. A partir de ahí se genera un cambio brusco dentro de la psicología de la muchacha que acabará transformándose en el personaje de Fernando de Rojas, a través de un monólogo muy sintomático que merece la pena reproducir:

CELESTINA.- (Se va levantando lentamente, con el hábito cogido y así, desafiante y violenta, con la mirada fija y llena de ira, dice:) Seguiré aquí para humillaros. Me temerá hasta la que dicen que es la reina que va a unir todas las tierras. Por mí sabrán lo que este reino es y será, mientras tú acusas de asesinos a los del convento, con tu mirada muerta. Muerta estuvo siempre. Naciste para vivir sin tener nada de lo que un ser necesita. Te compadezco, sí; pero también me gusta verte morir con larga agonía, como la que ahora veo en tus ojos […] no habrá hembra más poderosa que ésta que ves, desde ahora sabré luchar con más fuerza que una alimaña. Desde ahora todo el mundo conocerá la casa de… “La Celestina” […] esta casa la convertiré en lo que habéis querido todos: en el mejor prostíbulo […] Una vida nueva empieza en mí […] Dime ahora, Enrique de Trastamara, si podrás vencerme. Mi cuerpo vive, mientras el tuyo muere. Viviré para lo que nunca quise; para el placer del cuerpo, para pagar con el cuerpo, para enriquecerme con el cuerpo […] tu hermana y los suyos sabrán lo que es una mujer poderosa, temible en el reino. Aprenderán de mí cosas que se asombrarán. (Martín Recuerda, 1981b: 199-201).




5 Un género que ya había trabajado Martín Recuerda en una obra como ¿Quién quiere una copla del Arcipreste de Hita?, escrita en 1965 y estrenada ese mismo año por Adolfo Marsillach.

 

 

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