1. MONOGRÁFICO
A MODO DE PRESENTACIÓN
Por Gregorio Torres Nebrera
Del amplio y sugerente teatro de José Martín Recuerda hace valoración crítica y estadística (respecto a su recepción) el profesor de la Universidad de Granada (la tierra que tanto alimentó la escritura teatral de Recuerda) Antonio César Morón. Cabe preguntarse con Morón por las razones que llevaron a Recuerda de tener una prometedora atención inicial a sufrir una ausencia de los escenarios casi absoluta en la treintena democrática. Y responder a esa pregunta, como hace el crítico, indagando en los componentes decididamente críticos de aquel teatro, en razón de los cuales Martín Recuerda fue apeado de las programaciones habituales. Morón, en su estudio, nos va llevando por los cuatro personajes, tres mujeres y un varón, en los que Recuerda basó su personal campaña de crítica al poder, político o religioso: dos féminas del pasado, Mariana Pineda y Celestina (cuando joven) y una comunista de los años de la Transición, apodada la Trostky, llena de contradicciones y de rebeldía justiciera, resueltas en los chafarrinones de lo grotesco, por un lado; y el ex -soldado benefactor de pobres, Juan de Dios, por otro. Y también nos lleva el crítico por textos no representados que se pueden vincular muy certeramente con la sociedad democrática en la que, y para la que, el dramaturgo escribía, señalando sus fallos, como las piezas Carteles rotos, La deuda o No queremos la revolución
A Marta Olivas le ha tocado el difícil compromiso de revisar lo hecho, y lo cosechado, en los años del posfranquismo, por el resto de integrantes del grupo, según la nómina establecida en esta ocasión, desde el experimentado López Aranda y el sugerente Gómez Arcos hasta los menos presentes en esos años como Muñiz, Gil Novales, Andrés Ruiz o Alfredo Mañas (si no con obra propia, salvo las reposiciones de su historia del controvertido amor entre un Taranto y una Camisón, sí con sus numerosas adaptaciones). Así se pasa detallado examen, en este trabajo, a los tres montajes de Gómez Arcos (autor que coleccionó dificultades en la escena española) en los años democráticos, y a algunos otros textos inéditos o revisados del mismo autor; se analiza, con referencias a su recepción, el único estreno del periodo que llevó la firma de Carlos Muñiz; se comentan los dos estrenos habidos de López Aranda, se analiza la Casi Fedra y otros textos, escenificados o solo escritos, del aragonés Gil Novales y se pergeñan unas interesantes anotaciones sobre el muy desconocido teatro de Andrés Ruiz López, el autor la celebrada pieza Ocaña, el fuego infinito, que, aquí, alcanzó el premio “Calderón de la Barca”, que se intentó estrenar en España, pero finalmente hubo de saltar a Cuba para representarse: un caso-emblema de la mala suerte que, en general, padecieron los muchos y buenos textos de los realistas en el teatro español más reciente. Ningún tiempo, ni el de Franco ni el de la Democracia, les fue propicio para hallar un merecido lugar en la escena de su país, de su lengua, y ser conocidos por el público para el que habían escrito con el tesón que se fue tornando en decepción.
En esta nueva ocasión de abordar el estudio conjunto de una promoción, en gran parte desatendida, cabía, y convenía, abrir otros horizontes y acercarnos a sus relaciones con dos medios atrayentes en su tiempo: el cine y la televisión (como guionistas-adaptadores). A ello responde el capítulo redactado por el profesor J.A. Ríos Carratalá (ensayista con acreditada experiencia en el estudio de las relaciones cine-teatro), que se ha centrado en las actividades, en estos campos, de López Aranda –preferentemente de la adaptación cinematográfica de su comedia Cerca de las estrellas– y de Alfredo Mañas –y la versión al cine de su mayor éxito teatral por Rovira Beleta–, los que, de hecho, tuvieron más dilatada y fructífera relación con esos otros lenguajes, de toda la nómina a considerar. Y, como complemento de ese trabajo global, quien suscribe esta presentación ha recordado que Carlos Muñiz intentó llevar a las tablas el best-seller de Darío Fernández Flórez, Lola, espejo oscuro, antes de que lo hiciera el cine (de la mano de Fernando Merino) indudablemente con menor intención crítica y más complacencia para conseguir el beneplácito censor. Muñiz no logró el nihil obstat imprescindible por las razones que, quien lea el texto ahora recientemente rescatado, comprenderá; pero, de haberse autorizado su representación, hubiese sido uno más de sus acertados textos de expresionismo de ofensiva, al modo de El tintero o Las viejas difíciles. Lola, la meretriz testigo de cargo de unos años de abundante miseria moral y física, hubiese podido tener también su merecido lugar en el teatro, de haberlo permitido el pacato cerrojo censor.
Una bibliografía de las ediciones de los realistas, cuidada al detalle por C. Bauer-Finke, y una precisa recopilación de sus respectivas presencias en la escena española a lo largo de casi seis décadas, de lo que se ha encargado con singular pericia Berta Muñoz, cierran esta monografía de la “Generación Realista” que, al amparo de esta publicación digital de resonancias valleinclanianas, quiere ser, desde ya, aportación de futura y obligada referencia. Que así sea.
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