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4. EFEMÉRIDE

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4.1 · ANTE LA DESACRALIZACIÓN DEL TEATRO: LA SIMULTANEIDAD DE UNA TEATRALIDAD POÉTICA EN VOCES DE GESTA DE VALLE-INCLÁN.
CIEN AÑOS DE SU ESTRENO Y EDICIÓN (1912)


Por Antonio Gago Rodó.
 

 

El Ejército Español, XXV, 7.679 (27 de mayo de 1912), [p. 3].
Arte teatral.
Princesa

La tragedia de Valle-Inclán Voces de gesta, precedida por la fama de ruidosos éxitos alcanzados en los escenarios de provincias, a donde llegó antes que al de Madrid, era esperada con gran interés por cuantos admiramos al autor del Cuento de Abril, con que apareció muy pocos años ha en la escena este genial artífice del verso.

Voces de gesta es un poema rudo y guerrero, de odios y venganzas, en cuyos personajes, soldados y pastores de un tiempo nebuloso, palpitan pasiones de epopeya; de ahí sus hechos heroicos, su despotismo arrollador, su crueldad y sus rencores, suficientes a llenar muchas jornadas como las tres que forman la tragedia de Valle-Inclán.

Un pueblo de Castilla, invadido por las hordas bárbaras, realiza un último y desesperado esfuerzo, levantándose en armas a la voz de su Rey Arquino los pastores del monte Araal, avezados a la cotidiana lucha con sus lobos. Una zagala, por encubrir al Rey fugitivo, es apresada por sus perseguidores, uno de los cuales, después de poseerla por la fuerza y de herirla en los ojos con su puñal, la abandona al azar del camino.

Algunos años más tarde y en un nuevo encuentro con la desgraciada Ginebra que guiada por el hijo habido como fruto de aquel episodio, vaga por el monte, el mismo capitán de los soldados bárbaros quiere rendirla nuevamente en un momento de embriaguez y da muerte al zagal que intenta defender a su madre. Pero ésta finge luego ceder a los torpes deseos del asesino y logra segar su cabeza, que lleva luego oculta para ofrendarla al Rey Arquino como lo hace al hallarle después de su último fracaso.

La naturaleza del argumento, de ruda factura de la obra poética, llena no obstante de sonoros versos primorosamente cincelados, la agria ingenuidad de los pastores y la feroz alevosía del bárbaro, hacen a este drama sombrío y desconsolador. De sus personajes, la protagonista es la única figura que aparece claramente dibujada en toda su espantosa grandeza; los demás quedan semifundidos en un tétrico tinte del que se destacan sólo con vigorosas pinceladas de mano maestra.

Los versos son sencillamente maravillosos; jamás los extraños metros en que vierte sus cantos D. Ramón, acreditado ya desde Aromas de Leyenda como poeta exquisito, han sonado tan armoniosamente y con tanto brío como los de sus Voces de gesta.

María Guerrero fue la gran heroína del poema, la única mujer de alma fuerte, de talento claro, de resistencia inagotable, capaz de dar vida a la protagonista del poema. Díaz de Mendoza en su papel reposado y pasivo que se prestaba a pocos recursos de actor obtuvo más éxito que nadie hubiera obtenido.

Y Valle-Inclán, finalmente, logró el triunfo más halagador de su brillante carrera teatral, que en esta obra ha tenido una definitiva consagración. Yo, sin embargo, creo mayor, para la crítica serena, el triunfo del poeta que el del dramaturgo.

EL DÓMINE LUCAS

 

 

Diario Universal, X, 3.390 (27 de mayo de 1912), [p. 1].
LOS ESTRENOS
VOCES DE GESTA
En la Princesa

El empeño noble de crear un Teatro poético, en oposición, o, más propiamente, como contraste y reacción del Teatro realista, a que se inclina demasiadamente quizás la dramaturgia más en boga, riñó anoche una nueva batalla con el estreno en la Princesa de la tragedia, de Valle Inclán, Voces de gesta.

Esa batalla no le dio el triunfo definitivo. Todo el esfuerzo, toda la labor perseverante, prodigiosa, del Sr. Valle Inclán no bastó para mover el corazón del público y engendrar la onda emotiva productora de la comunión no se llegue el Teatro poético no podrá existir. No pasaremos de las tentativas, más o menos meritorias, de los autores enamorados de él.

De estos autores tal vez es el Sr. Valle Inclán el que más cerca está del instante en que esa aspiración ha de cristalizar en una obra real y fuertemente dramática; pero para llegar a él es necesario que el Sr. Valle Inclán deje hablar más espontáneamente al sentimiento: el autor de Voces de gesta piensa demasiado, y en el Teatro si es bueno y archibueno pensar mucho y bien es sólo a condición de que sea el sentimiento el vehículo de esas ideas.

En este sentido Voces de gesta revela un progreso sobre La marquesa Rosalinda: era ésta ante todo y sobre todo obra de preciosismo: aquellas aventuras, que si vale la palabra llamaré sevrescas, no podían conmovernos por mucho que admirásemos la traza de sus personajes: las de Voces de gesta ya buscan algo más nuestra emoción; el alma de sus personajes, rudos, busca la nuestra para lograr con ella un isocronismo de vibración.

¿Puede conseguirle? Por de pronto sería aventurado decir que le consiguió anoche: hay en el espíritu del Sr. Valle Inclán un sentimiento hondo y arraigado de alto aristocrático vasallaje, que es más que el alma la vida entera de los personajes de Voces de gesta, y ese sentimiento, si está también en el espíritu del público, no está solo, ni siquiera es predominante. Si el Rey Arquino, como anoche oímos en la Princesa, o Carlino, como el Sr. Valle Inclán ha escrito, es el símbolo de la tierra o el símbolo de la raza, es evidente que el público no lo sintió así, y ésa fue, evidentemente, una de las causas de que la emoción no se produjera.

¿Cómo habían de emocionar a nadie las trágicas aventuras, los martirios de aquel Rey, a quien sus vasallos se lo dan todo y que para el público no es sino un fantasma que cruza la escena, sin dejar huella en los corazones? ¿Cómo sentir, cómo comprender siquiera aquel amor, fuego ardentísima que reúne bajo el valle de los fueros o en las umbrías del hayal a pastores y labriegos, si aquel Rey no parece hecho para ser amado, y, en todo caso, no parece hecho para ser amado por gentes míseras, incapaces de sublimar un ideal?

El Teatro poético será gran cosa cuando sea; pero a condición de que en él la poesía esté más que en la forma externa en la sublimación de los sentimientos y de esta exaltación sea consecuencia la necesidad de cantar en verso lo que por sublime no pueda decirse en prosa[.]Sin esa cualidad el Teatro poético parecerá, como se ha mostrado en los ensayos hechos este año en la Princesa, frío, sin alma: será como una rica coraza guardada en armería, reflejo de una epopeya, a que faltará para ser la epopeya misma, vivida, dramática y dramatizable, el palpitar de un corazón recio y sanguíneo, que dé a los metales ricamente labrados calor de vida.

Tiene el Teatro poético la misma ley de vida que el Teatro simbólico: ni uno ni otro pueden ser contraposiciones al Teatro real, sino perfeccionamientos, sublimaciones de él; como las flores más ricas en colores y aromas, como los árboles más recios y elevados necesitan arraigar en la tierra y que de la tierra les nutra lo que la tierra logre pudrir, el Teatro simbólico y el Teatro poético necesitan nutrirse de la vida. Es ley botánica que el vuelo de una fronda no es mayor que el rastreo de la raíz; y así, para medir la exaltación de un alma bastaría medir la intensidad con que ese alma vivió; para medir la intensidad de un Teatro emotivo, medir lo hondamente que penetró en la vida.

El pensamiento fundamental de Voces de gesta es arcaico, y su arcaísmo, que pudiera ser suprema elegancia, no puede llegar a la medula del público: hay en la obra cosas grandes; el acto segundo es por sí solo una tragedia completa, de que el autor, menos preocupado de un género decorativo de belleza, manejando el escalpelo en lugar del cincel, hubiese podido hacer una obra admirable: la obra que sintetiza una magnífica frase de uno de los pastores. Esa tragedia se ha perdido, en el afán monárquico del Sr. Valle Inclán, y en cambio no hemos ganado la tragedia de un pueblo, ni siquiera la tragedia de un Rey: ¡lástima grande!

No se lea en lo dicho censura ni consejo al Sr. Valle Inclán; léase sólo expresión de un criterio distinto del que el gran estilista sostiene con sus obras; será bueno lo que el Sr. Valle piensa y malo lo que piense yo; será, por el contrario, bueno lo que yo piense y malo lo que piensa el Sr. Valle Inclán: no he de decidirlo; lo único que hago es afirmar un criterio del Teatro poético distinto del que el Sr. Valle Inclán tiene, y señalar los hechos que a mi juicio apoyan mi pensamiento.

Cuanto a la forma externa, al ropaje con que el Sr. Valle Inclán ha vestido su pensamiento, o lo que, según algunos de sus comentaristas, lo es todo para el autor de Voces de gesta, quizás fuese más lícito el elogio sin reparos ni atenuaciones; tal vez por el contrario, hubiese algo que discutir, sobre todo siendo prudente entrar en una ardua discusión técnica. Ante las dos hipótesis me acojo a la primera y aplaudo al señor Valle Inclán con el entusiasmo que su labor merece.

De esa forma además sería imprudente juzgar por lo que anoche oímos: porque, ¿quién, salvo la Sra. Guerrero en algún instante, sabe en la Princesa cómo debe decirse lo que el Sr. Valle Inclán ha escrito?

Salvo esa dificultad la interpretación de Voces de gesta hubiese sido completamente aceptable si los actores se hubiesen decidido a hablar siempre con todo el calor que la obra en todos los momentos pide.

Alejandro miquis

 

 

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