4. EFEMÉRIDE
4.1 · ANTE LA DESACRALIZACIÓN DEL TEATRO: LA SIMULTANEIDAD DE UNA TEATRALIDAD POÉTICA EN VOCES DE GESTA DE VALLE-INCLÁN.
CIEN AÑOS DE SU ESTRENO Y EDICIÓN (1912)
Por Antonio Gago Rodó.
El Mundo, Madrid, VI, 1.652 (27 de mayo de 1912), [p. 2]
Anoche en la Princesa
VOCES DE GESTA
Valle-Inclán anoche ha hecho a ofrenda de un nuevo aspecto de su talento. Después del primor versallesco de La marquesa Rosalinda, comedia de madrigal y de encanto, sobre un fondo de paisaje de Le Nôtre, trasladado a Aranjuez, este áspero y rudo y duro poema de fe, de tradición y de sangre, significa un alarde genial.
La poesía épica se dramatiza en la pluma del poeta sutil y fuerte, capaz de tejer guirnaldas de rosas y de cincelar en roca viva el poema del instinto y del vigor y de la pasión, localizado en una edad arbitraria, en un tiempo enorme y delicado, grandioso e ingenuo.
El hálito de epopeya está en él, y la forma, que es a modo de una exaltación poética de la paremiología, responde prodigiosamente a la bárbara consistencia del asunto.
“Lo que dio a la epopeya su forma y su valor –escribe Gastón Paris en su Histoire poetique de Charlemagne– es el contacto, casi siempre hostil, del pueblo respecto de los que le rodean.
Es entonces la poesía una afirmación explosiva y entusiástica de la nacionalidad; y es, al propio tiempo, el estimulante del valor y de las virtudes cívicas; es la que conduce a los combates, la que celebra a los dioses de la Patria, canta a los antepasados, honra las costumbres hereditarias, maldice a los enemigos o los opresores, y se torna la más alta recompensa de los bienhechores, el castigo más sangriento de los traidores y de los cobardes.”
He ahí definido todo el significado artístico de Voces de gesta, poema trágico de belleza indiscutible, canto de pasión y de desfallecimiento, iluminado siempre por un resplandor de fe y de amor. Grita, aúlla, ulula, ruge, la Tradición a lo largo de sus escenas, la tradición que quiere reconstruir lo destruido, y salvar lo amenazado. Lo más firme, lo más arraigado en el suelo patrio, se desgaja al golpe de un vendaval de barbarie; las costumbres patriarcales y nobles, las viejas creencias, los antiguos sentimientos, son arrollados por unos hombres rudos y sanguinarios que hablan en nombre del instinto y que anteponen a su fe los anhelos de una pasión voraz y carnicera.
Valle-Inclán, en su epopeya dramática, en su canto alto, y trágico, y triste como un canto de Altabiscar, hace el recuento de los que guerrean en una guerra de ímpetus espontáneos, muy distinta de las guerras incubadas en la burocracia política, una pelea de honderos contra lanzas, de las que afincan en los agros, contra los invasores que proceden de otras tierras o de otra fe.
A pie firme, con su honda silbante en la mano, con su arco tendido y con un repuesto de flechas buidas en el carcaj, los pastores, los campesinos, que oran y logran fuerzas a la sombra del viejo roble foral, acogen enardecidos a los de fuera, a los capitanes y a los piqueros armados de todas armas, reglamentados para el combate.
La Tradición siente en su pecho una esperanza firme; cree en su poder y en el valor de cuantos la sustentan; y cuando cae herida a los golpes del héroe hostil, cuando siente en sus entrañas una vida nueva, engendrada en la hora fatal, es para cegar y, convertirse en Fe. Su hijo, como un Sigfredo adolescente y confiado, batirá su tambor en las llamadas, será el héroe precoz y tierno, que tampoco logrará salvar a la formidable Valkiria, sometida a todos los vientos de la Fatalidad.
Ella, la pastora Ginebra, en la vida real, ciega y enloquecida por tanto horror, ve aún en las tinieblas y presiente las nuevas desdichas y sabe sonreír en los respland[o]res que rodean al rey peregrino y errante, abandonado y ya sin esperanza.
Ginebra trunca la cabeza del capitán asesino de su propio hijo, y emprende la más sublime peregrinación a través de los campos en busca del rey para hacerle el homenaje ensangrentado, homenaje triunfal y que es ya una ofrenda vana.
Ha sido en su día
Cabeza segada por la mano mía.
¡Y cuántas vegadas sintieron mis manos,
igual que un harapo caer su envoltura!...
Comieron en ella nidos de gusanos,
Pudrió en mis alforjas como en sepultura.
Tales son las palabras con que la mujer fuerte entrega al rey una calavera, blanca como la de Yorick, un cráneo que sonríe en su eterna mueca de sarcasmo. El rey entierra la calavera del enemigo en la fosa abierta bajo el roble sagrado, “junto al viejo roble de la tradición”. Y recita, entre la lumbre fría del plenilunio, este cántico de esperanza:
¡La gloria del sol es tu gloria,
renaciente en cada alborada
con el rumor que hace la Historia
bajo tu bóveda sagrada!
Tal es el fondo del poema, tales su exaltación y sus decaimientos; tal la esperanza y el dolor que vive y palpita en él.
Hay en la forma una magnificencia sólo comparable a la verbosidad sonora y espléndida de los poemas de D’Anunnzio. Aparte de las tragedias d’anunnzianas, no existe término de comparación que valga como precedente de la tragedia pastoril de Valle-Inclán. Entre nosotros, sólo Rubén Darío –altísimo poeta– ha construido versos de tal belleza. Valle-Inclán parece pretender dar a sus ritmos la soltura de los ritmos populares, antes de tornarse ciencia métrica la expresión lírica. No reproduce el procedimiento, ya sabio, de los primeros poetas castellanos, ni va al encuentro del romance, para dar una pátina vieja y venerable a sus composiciones. Si fuera pasable la expresión, diría que Valle-Inclán es un “pre-romancista” que pretende reconstruir los ritmos sin clasificación entre los preceptistas, porque son los ritmos nunca repetidos del rumor de las hojas de los árboles batidos por el viento, del volar de las aves, del rodar de las olas en su incesante variedad de tonos y de matices.
Este procedimiento está de acuerdo con la inactualidad y con el anacronismo del asunto de Voces de gesta. Valle-Inclán ha acertado a armonizar la rudeza de los instintos y la alegoría de los sentimientos con una versificación también inactual, y ese es uno de sus triunfos de artista y de poeta. Ha creado una manera poética para expresar modalidades de pensamiento, anteriores a las fórmulas poéticas, como Wagner ha creado un procedimiento musical para expresar modales de sentimientos, de instintos, de odios y de amores, anteriores a toda música sabia y aun a toda música posible.
El triunfo del autor dramático fue considerable; el éxito del poeta fue grande también.
Compartió la gloria del estreno de Voces de gesta con Valle-Inclán, la insigne María Guerrero. Acaso no haya acertado nunca la gran actriz tan completamente como en esta obra a crear un personaje a un mismo tiempo rudo y delicado, fuerte y amoroso, maternal y bélico.
Admirable Josefina Blanco en dos papeles muy diversos.
Fernando Díaz de Mendoza dio al personaje del rey Carlino gran autoridad.
Los demás actores trabajaron con entusiasmo digno de esta obra admirable.
BERNARDO G. DE CANDAMO
España Libre (27 de mayo de 1912), [p. 2].
El estreno de anoche.
PRINCESA
Voces de gesta, de Ramón
del Valle-Inclán.
En las tierras de la antigua Castilla se desarrolla la acción de este noble cantar de gesta y en un ambiente de pastores y guerreros; el rey Arquino, que gobernaba pacíficamente aquellas majadas, ha visto invadidas sus tierras por los feroces soldados del rey Pagano, que vienen a sus dominios en busca de botín; ganados y mujeres no hallan seguridad en parte alguna; las hordas de Pagano incendian chozas y cortan cosechas. El rey Arquino abandona su trono y huye por montes y barrancos, escondiéndose de los arqueros que le dan acoso. Ginebra y Oliveros, pastores del monte Araal, ocultan al rey, y mientras el segundo lo conduce por un camino de cabras, Ginebra entretiene a los soldados que persiguen a Arquino, pero los paganos, convencidos de que la pastora trata de engañarnos, se apoderan de ella y la conducen a su campo, donde echarán suertes sobre su posesión.
Pasan diez años; Ginebra fue deshonrada por brutal capitán de arqueros, quien tras de saciar su apetito, la cegó con su frío puñal; Ginebra tuvo un niño, al que educa entre sus hermanos los pastores, pensando en su mañana de venganza; los paganos han hecho una nueva incursión por el campo castellano y la ciega llega a encontrarse nuevamente con el capitán que la violentó; Garín, el hijo de aquellos minutos de placer, intenta la defensa de su madre y muere a manos del ser que lo engendró; el crimen despierta en Ginebra todos sus instintos maternos, todos sus afectos patrios y decide entregarse al capitán para llevarle su cabeza como trofeo al rey Arquino; la Judit castellana cumple su deseo, y cuando ella sale de la yacija donde duerme el sueño eterno el bárbaro invasor, se escucha a lo lejos un canto de guerra.
La tragedia ha llegado a su punto culminante; Ginebra ha consumado su venganza y va a entregarle al rey peregrino la ofrenda de una cabeza; pero Arquino sigue errabundo por la serranía, y la pastora no le halla hasta pasados muchos años y después de haber sido derrotado por completo el bando castellano.
Arquino recibe piadosamente la calavera y le da sepultura al pie del árbol de la tradición, donde debían ser coronados los reyes y jurar los fueros; dice el perseguido:
–La ofrenda del odio
quede sepultada
junto al viejo roble
de la tradición.
Y pudiera el alma,
al ser libertada,
vagar en su sombra
y oír su canción.
*
Voces de gesta es un poema trágico, es una antigua balada con todas las brumosidades de las narraciones del norte, brumas que parecen venir a Castilla a la grupa de los caballos de aquellos soldados del rey Pagano, vestidos de pieles, armados de lanzas y bisarmas; es un hermoso relato que tiene de los poemas carlovingios y de los primitivos cantores de gesta castellanos; el rey Arquino, vagabundo y malhadado, es un personaje shakesperiano, hermano de aquel otro rey Lear, si bien éste es más humano y aquél más legendario.
Arquino es la tradición y por serlo es por lo que los pastores y cabreros le tenían más amor y afecto; por lo que los valientes montañeses luchan contra el invasor, viendo siempre más majestad en el rey caído que en el vencedor; Ginebra es la encarnación de ese fanatismo tradicional, que no tiene más cariño que su señor, sobre todo desde que le mataron su hijo.
En esa tragedia ha dado Valle Inclán un paso de gigante en el camino de restauración del teatro poético; después de los ensayos de este año, no cabe duda, de que ese teatro ha de tener por asuntos, hechos inactuales, cosas que fueron, recuerdos, en suma, siempre más llenos de poesía que lo actual.
Valle Inclán ha escrito su tragedia sin preocupaciones de ningún género, ni importársele nada incurrir en algunos anacronismos que por ser de poca monta hubiera sido nimiedad el huirlos.
Los versos de las tres jornadas son un modelo de perfección; primero se admira en ellos el preciosismo, luego la exactitud, después el ritmo tan variado y mudable, y, por último, la riqueza del léxico y, por consiguiente, de la rima; los versos son unas veces duros y ásperos, como los de las primitivas epopeyas; otros sublimes y elevados, como los de las tragedias; otros ligeros y tiernos, como los de las serranillas de Santillana; para estudiar toda su inmensa variedad, convendría tener a la vista el original, pues la memoria no puede conservar tantos matices rítmicos.
*
En la interpretación aplaudimos de veras, con entusiasmo, a María Guerrero, quien al final del primer acto, cuando la escena del rapto, estuvo admirable, y quien en todos los momentos de la segunda jornada nos dio la impresión de lo trágico.
Fernando Díaz de Mendoza también fue aplaudido en el papel de rey Arquino, aun cuando no estuviera tan encajado como otras veces.
¿Hay en Voces de gesta algún símbolo latente? No lo sabemos, ni nos importa; es probable que el autor haya hecho alusiones a cosas presentes; pero, no nos importa; la excelsa poesía que repisa la tragedia es suficiente para dejar satisfecho al más exigente, y los que no lo somos nos contentamos sólo con admirar la labor del poeta y dramaturgo, sin buscar símbolos ni desentrañar alusiones.
Ricardo Ferraz
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