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4. EFEMÉRIDE

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4.1 · ANTE LA DESACRALIZACIÓN DEL TEATRO: LA SIMULTANEIDAD DE UNA TEATRALIDAD POÉTICA EN VOCES DE GESTA DE VALLE-INCLÁN.
CIEN AÑOS DE SU ESTRENO Y EDICIÓN (1912)


Por Antonio Gago Rodó.
 

 

APÉNDICE

ÍNDICE DE CRÍTICAS

España Nueva, VII, 2.184 (27 de mayo de 1912), [p. 1]
EN LA PRINCESA
Voces de gesta,
por D. Ramón del Valle-Inclán

Anoche, al caer el telón, resonó en la Princesa una de esas ovaciones formidables que no tienen nada que ver con la “alabarda”. Salió el autor saludando muy cortés, sin aturdimiento ni humildad, y una voz gritó en la galería: “¡Viva Valle-Inclán!”.

Tentado estuve de responder al viva; pero entonces me acordé de que soy republicano, y pensé que no parecía bien entusiasmarse con una tragedia tradicionalista. Habíamos asistido a la exaltación de los sentimientos monárquicos en una Castilla legendaria, y si es propaganda hubiera sido tan ridícula como en otras propagandas líricas, yo no habría tenido ningún inconveniente en aplaudir; pero hecha en versos magníficos, con la maestría incomparable de Valle-Inclán, era necesario contrarrestarla con bastantes reparos.

Yo quisiera hoy poner de acuerdo mis gustos literarios con mis ideas políticas. Bastaría para ello encontrar una fórmula, como se usa en el Parlamento; pero antes de intentarlo debo precisar un poco los conceptos.

En primer término, ¿qué se propone Valle-Inclán? A mi juicio, dar una emoción intensa, primitiva, bárbara, con procedimientos muy sabios, muy contrastados, muy civilizados. Probablemente, satisfacer la inquietud de su temperamento, que hubiera querido luchar en tiempos más propicios al desenfreno de la energía personal.

Y –¿por qué no?– también burlarse un poco de nuestra pretendida cultura, de nuestro aparente progreso, buscando con la evocación de otras épocas lo que hay de eterno e inmutable en el fondo de nuestro ser. Valle-Inclán está seguro de que Canalejas pasa y el roble foral queda, y de que la cultura de un pastor de cabras tiene más realidad que la de un ministro de Instrucción pública. Por eso halla íntimo placer en volver a la fuente de nuestro romance, del “roman paladino”, y en apartar la broza, la hojarasca, la mala hiedra que han ido acumulando los siglos. Cuanto más arriba, mejor. Gusta de recoger la tradición muy niña, no con arrugas, como la esculpió el pobre Querol.

Y como nuestros tiempos son blandos, débiles, desalentados; como hay pocos ánimos para resistir las emociones fuertes, a Valle-Inclán le encanta asustarnos con una gran voz, terrible como la de don Juan Manuel, el infanzón. Nadie puede sospechar que esa gran voz la da uno de nosotros, y todos nos volvemos para ver si resuena desde las quiebras de Roncesvalles. Águila de blasón, romance de lobos, voces de gesta, evocaciones de un pasado que a nosotros se nos aparece como pavoroso fantasma y que es el más vivo estímulo para la musa de Valle-Inclán.

Aquí empiezan los reparos. Yo vi en el teatro a Sr. Vázquez de Mella aplaudiendo como un partidario, y a muchos tradicionalistas que trataban de apuntarse a su cuenta el triunfo de Valle. Acababan de oír la ofrenda, bajo el roble foral,

a los patriarcas que acuerdan las guerras pasadas
y, en la lengua materna, aún evocan la gloria de añejas jornadas.

Acababan de llorar las desdichas del rey Arquino –Carlino en el texto– y de acompañar, en su afrenta como en su venganza, a Ginebra, pastora de Monte Araal, la mujer fuerte de la Escritura, que ni una sola vez piensa en el amor, sino en la guerra.

Al ver que ellos aplaudían lo mismo que yo, se me ocurrió esta terrible duda: ¡Dios mío! ¡Si seré yo tradicionalista sin saberlo! Confieso que Mella me ha sido siempre muy simpático, y que no le he inferido nunca la ofensa de confundirle con los conservadores, y declaro además que yo fui de los pocos periodistas que derramaron de buena fe unas cuantas cuartillas sobre el sepulcro de Nocedal. Su radicalismo, en el fondo, es hermano del nuestro, y sólo se diferencian en que para ellos es sueño lo que para nosotros es pesadilla. ¿Qué más da salir de la realidad para mirar hacia el pasado o para mirar hacia el porvenir? Pero la coincidencia de entusiasmos ante Voces de gesta era demasiado fuerte, y yo no quiero hacerme sospechoso a mis correligionarios, mucho más en estos momentos difíciles en que todos los esfuerzos son pocos para mantener la Conjunción.

Ni aun estas líneas, tan moderadas, hubiera podido escribir si el propio Valle-Inclán no diese la fórmula política en cuatro versos que dice el rey Carlino, teniendo entre las manos la calavera del Adelantado, la cabeza cortada por Ginebra y entregada como ofrenda de sangre después de diez años de peregrinar, cuando ya no le queda al rey errante sino un viejo que cava una tumba bajo el carcomido árbol de los fueros. Esos versos dicen así:

La ofrenda del odio quede sepultada
junto al viejo roble de la tradición.
¡Y pudiera el ánima, al ser libertada,
vagar en su sombra y oír su canción!

Aunque el Sr. Vázquez de Mella no las refrende, esas palabras me devuelven la libertad. ¿Está ya sepultado el odio? Pues puedo hablar sin reservas de esta vigorosa tragedia pastoril que cae revolucionariamente en la insulsez de nuestro Teatro como una bomba en una confitería. Además, y a despecho de toda propaganda monárquica y tradicional, Valle-Inclán deberá confesar que la pastora Ginebra quedó anoche a cien mil codos por encima del rey Carlino. Ese triunfo inesperado de la democracia, basta para compensar la exagerada sumisión dinástica. Ella es la única que mantiene el fuego sagrado de la tradición; ella y un pobre cavador –es decir, la Guerrero y la Blanco– representaron dignamente el genio trágico, para demostrar una vez más que nuestros grandes dolores no pueden encarnarlos los reyes, sino el pueblo.

Y dicho esto, inquieto aún por el grito, el rugido y el gesto de María Guerrero, la gran trágica, vuelvo a abrir el libro de Valle-Inclán, donde los versos conservan todavía un sabor de leyenda tanto más grato cuanto más lejana.

Luis Bello

 

 

La Prensa, VI, 1.562 (27 de mayo de 1912), [p. 1]
LOS ESTRENOS
Voces de gesta, tragedia en tres jor-
nadas, de D. Ramón del Valle Inclán.

En el arte literario del gran escritor D. Ramón María del Valle Inclán, coexisten por igual, en noble y feliz maridaje la gracia y la delicadeza, con la fuerza y la energía. Tiene su lira todos los tonos y así, la misma pluma que compuso la Sonata de Estío ha podido pergeñar la recia urdimbre de Romance de lobos.

Miniaturista y pintor de grandes lienzos, feliz en el detalle y en el conjunto, evocador de plácidas y de rojas escenas, grande en el concebir y minucioso en la ejecución, sus obras labran su gloria de prosista admirable, innovador y arcaizante, gala de la moderna literatura tan honda, tan compleja, tan digna de admiración y de estudio.

Y así como al hablar de sus novelas, han podido emparejarse dos títulos que nos traen recuerdos de obras en todo distintas, en su labor teatral a la Marquesa Rosalinda flor de encanto y maravilla, figulina graciosa escapada de una vitrina del bello siglo, va emparejada Voces de gesta flor de sangre, evocadora de la guerra y de la muerte.

Voces de gesta parece escrita ante el dolor y el desamparo de un campo de batalla. Los que odiamos la guerra no podríamos encontrar en obra artística un alegato más intenso en nuestro favor que el admirable tercer acto de la tragedia estrenada anoche en la Princesa; aquellas escenas de tan honda ternura, de tan amargo desconsuelo entre la abuela que labra la sepultura y la pastora Ginebra, ponen espanto en el corazón. La guerra es el campo sin labrar, los pueblos sin mocerío, las madres sin hijos, las esposas sin esposos, las doncellas sin esperanzas. Tristeza, desamparo, muerte. Quizás la idea de Voces de gesta ha surgido en el cerebro del maestro Valle al recopilar materiales para sus obras, en que habla de la guerra civil.

Llegó la crueldad entonces, en la lucha entre hermanos, al paroxismo. Los pueblos de España saben bien del dolor y del espanto de la guerra. Nuestra historia está escrita con sangre.

Y acaso una tarde serena, al atardecer, cuando el cielo es poesía y el alma pide paz y amor, a la sombra de un árbol centenario, el poeta, en vez de componer el plan de una novela, cuyos personajes sintieron odios y rencores por defender una idea política distinta, compuso el plan de Voces de gesta, tragedia de cuyo espanto habría de surgir el odio y la condenación de la guerra. Así de la noche brota el día, como ha dicho Rubén.

He aquí a estos hombres y a estas mujeres a quienes dio vida teatral Valle. Son pastores, son guerreros, son reyes destronados, son capitanes que fuerzan doncellas, son hijos engendrados en una noche de orgía, son los símbolos de los personajes que mueve la guerra y a los que arrastra con furia de huracán.

Ginebra, pastora del monte araal, es una doncella gentil y hermosa. Cuando la conocemos hila a la sombra de un árbol el cándido lino. Tiene como todos los de araal un espíritu guerrero. Adora a su Rey, al rey Arquino errante por la soledad del monte, en busca de quienes vayan a defender sus derechos que ostenta el rey Pagano. Los hombre de éste, son rudos y valientes. Están hechos a la vida guerrera. Son audaces. Por ley de guerra nada respetan. Haciendas y mujeres son el botín que se reparten a la continua.

Y el capitán de estos hombres hoscos y feroces para castigar a Ginebra, que no quiere decir el rumbo que ha tomado el Rey Arquino, la lleva consigo para ganarla o perderla a los dados.

La guerra es larga. Pasan diez años. Ginebra está ciega, y de las noches en que fue amante sin amor, ha nacido un hijo, Garín, que ya se emplea en aprender en el atambor las marchas guerreras.

A la choza en que conviven llega con su tropa el capitán. Vienen los soldados buscando doncellas para su Rey y para ellos. Están ebrios. El capitán, al dar de beber a Ginebra, es reconocido por ésta. Garín quiere evitar el nuevo ultraje que a su madre pretende hacer el que la deshonró y se interpone entre ambos, pero el capitán, lúbrico y borracho, le mata.

Ginebra, loca de dolor y de espanto, finge acceder a los lascivos deseos de su violador, y con su misma espada le mata, cercenándole la cabeza que ha de llevar como trofeo al Rey Arquino.

Después de largo peregrinaje encuentra al Rey. Todo ha sido ruina y desolación con la guerra. Los mozos [h]an muerto, los campos están empapados en sangre, hay en todo el contorno hambre y dolor.

El Rey Arquino coge la calavera del capitán y la manda enterrar en la sepultura que una anciana está cavando.

Aquel día ha de finar la larga contienda.

Voces de gesta produjo excelente impresión en el auditorio. No es la mejor obra de Valle, pero en toda ella campea el talento del ilustre escritor.

Algunas escenas son admirables, y en la versificación fulgen algunas frases de soberana hermosura.

El epílogo es un trozo estupendo de poesía.

Para producir la emoción de lo trágico en el momento culminante de la obra, hubiera sido preferible que Ginebra matara al capitán a la vista del público. Sin duda quiso ahorrársela el autor, teniendo en cuenta lo cercana que está la escena de la muerte de Garín, pero con todo, a nuestro juicio, ese instante de suprema intensidad hubiera añadido fuerza al acto segundo.

De ambiente y de composición, Voces de gesta merece toda clase de elogios.

Y lo mismo María Guerrero. La gran trágica compuso el tipo a la perfección. De voz y de gesto estuvo insuperable. Y en el momento en que se mueve en escena, a ciegas, sin saber dónde ha caído muerto su hijo, inspiradísima y sublime.

La señora Blanco, como siempre, muy bien. Llena de ingenuidad en su tipo de Garín, y dulcemente plañidera en el de vieja ochentona.

Fernando dio el tipo de Rey Arquino la nobleza requerida.

Los demás artistas compusieron dignamente el conjunto.

LUIS BRUN

 

 

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