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2. VARIA

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2.8 · FINEA, CASANDRA Y BELISA EN EL SIGLO XX.
ACTUALIZACIONES de LOPE DE VEGA POR LA CNTC


Por Purificació Mascarell.
 

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2. Belisa en los “felices años 20”

Con el montaje de Las bizarrías de Belisa4 [fig. 2] inició su trayectoria la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico, el ambicioso proyecto de cantera de actores para la compañía estable que costó dos años de poner en marcha a Eduardo Vasco tras su nombramiento como director de la CNTC. Obra perteneciente al ciclo de senectute de Lope, como El castigo sin venganza pero alejada por completo de la tragedia, cuenta la historia de dos parejas cuyos destinos van evolucionando en un marco de intrigas y enredos. Belisa es una joven rica, soltera y de gran independencia, enamorada de don Juan, joven al que ha salvado en una reyerta callejera y que está, a su vez, enamorado de Lucinda, la cual juega a darle celos. El segundo galán es el atildado conde don Enrique, enamorado de Belisa y que accederá a simular amor por Lucinda para dar celos. Al final, como siempre en la comedia barroca, las transgresiones amorosas terminan asimilándose al cauce de las convenciones sociales, es decir, Belisa y don Juan, don Enrique y Lucinda, acabarán pasando por el presbiterio.

Comedia de capa y espada, cuyo motivo principal es el amor5 como fuerza irresistible, Las bizarrías de Belisa se desarrolla dentro del marco cambiante y repleto de estímulos de la urbe madrileña. Su protagonista, Belisa, se caracteriza por anteponer el amor al honor. Osada y libre, no da importancia a la opinión de los otros ni a las reglas sociales establecidas. En esta comedia, observa Ignacio Arellano (1995: 210), “por mucho que el honor y sus preocupaciones aparezcan a menudo en el nivel verbal, la acción está dominada por el amor y el deseo, por la fuerza de la juventud y de la pasión”. Así, el amor y la pasión conducen a una ingeniosa Belisa que no teme poner en riesgo constante a su honor disfrazándose de hombre o haciendo uso de armas.

Este comportamiento femenino constituye toda una gama de acciones que alejan al espectador de la noción de perfecta casada clásica. Lucinda y Belisa pelean por don Juan de una manera tan abierta que proyectan un nuevo tipo de amor: el amor al uso6, que se impone en la sociedad barroca entre las cortesanas dueñas de un capital económico, social y cultural jamás visto anteriormente. Y Belisa, rica por herencia familiar, es el perfecto exponente de esta nueva realidad.

García Santo-Tomás (2004, 44-56), en su edición al texto de Lope, llama la atención sobre la cultura del objeto o el materialismo que impregna la trama de Las bizarrías de Belisa. Diversos objetos circulan y cambian de mano cargados de simbolismo y de fetichismo amoroso: sortijas, dádivas, cartas, vestidos. Esta multitud de detalles acaba por definir un ambiente estilizado donde la ropa a la moda, por ejemplo, es un placer visual y un signo de distinción. Recordemos el voyeurismo de la criada ante la cama y el ajuar masculino de don Juan y la descripción que ofrece a su ama7. O la importancia de un elemento de modernidad y riqueza como el coche, figurante significativo y revelador para la acción.

Así pues, el ambiente que envuelve esta obra de Lope está tocado por la primavera, la alegría, la noche, la despreocupación, el bienestar económico, la juventud. Un ambiente relajado y sensual donde la mujer lleva la iniciativa erótica y escoge, seduce, engaña a los hombres para hacer realidad sus deseos. No extraña, pues, que Eduardo Vasco relacione Las bizarrías de Belisa con los felices años 20. En primer lugar, porque esa época supuso un incremento de la libertad femenina en el marco de las grandes ciudades occidentales proporcionando un papel relevante al mismo deseo femenino que impulsa la acción de la comedia lopesca. Baste recordar el fenómeno de las flappers, mujeres que hicieron de la desvergüenza un estilo y se atrevieron a adoptar actitudes masculinas, tal como se atreve, salvando las distancias, Belisa travestida de hombre luchando espada en mano en plena calle.

En segundo lugar, porque la suntuosidad, la elegancia, el brillo, la exquisitez de la moda femenina de los años 20 parece encajar a la perfección con la personalidad de Belisa y la atmósfera que la rodea. De hecho, es la estética de Belisa y la de su antagonista, Lucinda, el principal identificador de la época en la que Vasco sitúa la trama. Vestidos de satén, seda, brocado o raso adornados con lentejuelas, flecos, pedrería y bordados, foulards caídos en los brazos, hombros con finos tirantes y escotes al desnudo, pequeños bolsos de fantasía con motivos geométricos art decó, prendas entalladas o vestidos rectos de corte simple (de talle bajo, a la cadera), cabellos con ralla al lado y ondas, capelinas, maquillaje de sombras doradas o plateadas8… Belisa y Lucinda, en esta versión escénica de Eduardo Vasco, recuerdan a las mujeres del dibujante y grafista Rafael de Penagos (2006) al exhibir todos los cambios fundamentales de la vestimenta femenina de la primera parte del siglo XX. Entre ellos, la desaparición del corsé, que empieza su declive en 1910 y deja de usarse tras la Primera Guerra Mundial.

En cuanto a los personajes masculinos, mientras don Juan y su criado, Tello, visten un vestuario barroco pasado por el filtro estético de la modernidad, el conde Enrique se caracteriza por su aspecto de dandy con sombrero de copa, capa negra y traje con bordados plateados. Es paradigmática del traslado epocal realizado por Vasco la escena de conquista en el soto del Manzanares, con música en directo gracias a un gramófono portátil que llena el escenario de canciones de los años 30, apropiado fondo musical para la recitación o el canto de los versos por parte de los actores.

En cuanto a la recepción del montaje, la crítica teatral coincidió en destacar el ritmo ágil y la originalidad de la propuesta. También el minimalismo escenográfico, pues el espacio se reduce a una cámara oscura con un piano negro de cola y 14 sillas tapizadas con diseños art decó que tanto sirven para recrear un coche de caballos como para definir ambientes. Así pues, la auténtica escenografía la constituye el fastuoso vestuario creado por Lorenzo Caprile (hay ocho cambios de vestuario para Belisa) y la iluminación de Miguel Ángel Camacho (García Garzón, 2007; García Lorenzo, 2007; Izura, 2007). La opinión de Javier Villán (2008) sintetiza el sentir general:

El vestuario de Caprile es un lujo para la vista, de elegancia suprema casi iguala las diferencias de clase entre amos y criados: suntuoso y de un buen gusto inexcusable. Como diría un castizo, elegante a la par que sencillo. Vestida por Caprile, iluminada con exquisita sensibilidad por Camacho y dentro de un espacio escénico (Carolina González) articulado en torno a un piano y flexible según el uso que se dé a las sillas, Las bizarrías de Belisa parece mucho más de lo que es.

Y en cuanto al sentido del montaje y su traslado de la acción al siglo XX, un reportaje del diario Público aporta las claves que motivaron al director y a los actores:

Queremos conseguir que la gente joven no considere el teatro clásico como algo viejo” […] La gran oportunidad son estas Bizarrías. Entre otras cosas, porque el montaje se ha elaborado con toda la intención. Para empezar, la acción se ha trasladado a los años veinte y treinta en Madrid. “La época en que la gente comenzó a salir por las noches”, señala Vasco. Y se la ha puesto mucha música de esas décadas. Clásicos como Manuel de Falla y Ligeti, pero también contemporáneos como Blonde Redhead. “Esta obra es, ante todo, swing9”, ratifica el director. (Corroto, 2007).

El procedimiento es evidente y coincide con el que se empleaba en El castigo sin venganza: tender un puente que conecte el siglo XVII de la comedia de Lope con el presente contemporáneo de los espectadores mediante una puesta en escena que reubique la historia de Lope a comienzos del siglo XX. El resultado que se pretende también se ha apuntado ya: acercar el teatro clásico al público del siglo XXI.



4 Ficha técnica y reparto (correspondiente a su estreno en el Festival Clásico de Alcalá en junio de 2007): Diseño de sonido: Eduardo Vasco. Asesor de verso: Vicente Fuentes. Iluminación: Miguel Ángel Camacho. Escenografía: Carolina González. Vestuario: Lorenzo Caprile. Versión y dirección: Eduardo Vasco.
Belisa: Eva Rufo. Finea: Rebeca Hernando. Celia: Mónica Buiza. Lucinda: Silvia Nieva. Fabia: María. Benito. Don Juan: Javier Lara. Tello: Alejandro Saá. Octavio: Iñigo Rodríguez. Julio: Rafael Ortíz. Conde Enrique: David Boceta. Fernando: José Juan Rodríguez. Marcela: Andrea Soto. Flora: Isabel Rodes. Cochero: David Lázaro. Piano: Ángel Galán.

5 Sobre el “eros” como motor de acción de la comedia barroca, véase el trabajo de Oleza (1990). Y sobre su presencia y plasmación en la escena contemporánea, Mascarell (en prensa).

6 Es el mismo paradigma de La viuda valenciana y su protagonista Leonarda. Véase, al respecto, Serralta (1979).

7 Vv. 1110-1119: “Belisa.— Aguardo / el vestido de la noche. Finea.— ¿La cama dices? De raso / de la China un pabellón, / lo limpio, no sé pintarlo, / un tafetán lo cubría; / lo demás, baúles, trastos / de casa, ajuar de mozos: / libros, guitarra, ante, casco / y un broquel en un rincón”. (2004)

8 Para localizar las características del vestuario vintage de la puesta en escena de Vasco (y también del vestuario de La dama boba de Pimenta) me he basado en el análisis de la moda femenina de los años 20 que ofrece Stevenson (2011).

9 La música swing es un estilo de jazz que se originó en Estados Unidos hacia finales de los años veinte del siglo pasado, convirtiéndose en uno de los géneros musicales más populares y exitosos del país durante los años treinta. El swing utiliza instrumentos habituales en el jazz: una sección rítmica formada por piano, contrabajo y batería, metales (trompetas y trombones), vientos (saxofones y clarinetes) y, muy ocasionalmente, instrumentos de cuerda como el violín o la guitarra. Músicos como Fletcher Henderson, Benny Goodman, Duke Ellington o Count Basie destacaron en este estilo.

 

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